Artículo firmado por Alberto López Basaguren, Javier Corcuera Atienza, Joseba Arregi, Andrés de Blas, Teresa Echenique, Juan Manuel Eguiagaray, Juan Pablo Fusi, Luis Haramburu, Juan José Laborda, Francisco Llera, José María Ruiz Soroa, Juan José Solozabal y Carlos Trevilla en El Correo de 31 de mayo de 2009
Patxi López ha sido elegido nuevo lehendakari por el Parlamento vasco y ha nombrado su Gobierno. El cambio que para muchos era casi inimaginable está aquí; ese cambio que algunos se resisten a aceptar, cuya legitimidad han pretendido minar o, incluso, negar.
El acceso de los socialistas vascos al Ejecutivo pone fin a treinta años ininterrumpidos de poder nacionalista, pero, sobre todo, acaba con las pretensiones soberanistas del nacionalismo como política de gobierno. Un cambio trascendental que, como un espejo, va a reflejar la naturaleza más profunda de cada uno de los protagonistas políticos.
El reto es extremadamente difícil. Y deben afrontarlo en una de las peores situaciones que cabría imaginar. La debilidad parlamentaria del partido del Gobierno; la coyuntura económica; y, muy especialmente, la actitud de un nacionalismo enrabietado por la pérdida del poder.
El nuevo lehendakari ha reiterado mensajes conciliadores, con el reto de una integración sin exclusiones que evite la confrontación entre identidades diferentes. Sólo quedan excluidos quienes pretenden la legitimidad de la cobertura política a ETA, al terrorismo, a la eliminación física de quienes no comparten el objetivo independentista. Es un reto de naturaleza casi constituyente por el deterioro de los fundamentos de la convivencia democrática provocados por los doce años de apuesta por el soberanismo.
Las condiciones en que los socialistas acceden al poder les imponen muchas renuncias. Es el precio de la excepción democrática de Euskadi, cuyo dramático significado, y cuya responsabilidad, no parecen haber sido captados en toda su trascendencia por el nacionalismo.
El reto no es menos arduo para quienes están fuera del Gobierno. En primer lugar, para el Partido Popular, que ha apoyado la investidura parlamentaria del nuevo lehendakari y del que depende, en última instancia, su estabilidad. Los dirigentes populares vascos están poniendo de manifiesto una madurez y una capacidad para entender el futuro que superan las expectativas de muchos.
Sigue habiendo riesgos que sólo podrán evitarse si los protagonistas actúan en consonancia con el carácter excepcional de lo que se pretende. El Gobierno de Patxi López no puede desconocerlo, pero los populares no pueden actuar como si se tratara de un pacto de legislatura ordinario, sin dejar un amplio margen de confianza a la actuación del Gobierno. El mayor riesgo procede de la confrontación política general, en el Estado, entre socialistas y populares. Salvaguardar la experiencia exige al Partido Popular una sabia administración de la debilidad añadida que el cambio en Euskadi provoca al Gobierno de Rodríguez Zapatero y una mesurada gestión de la contribución del PNV a la política de acoso al Gobierno socialista en Madrid. Pero a éste también le exige responsabilidad y mesura en la relación con los populares.
También para el PNV el reto es trascendental. Debe reflexionar sobre los efectos de la política de acumulación de fuerzas nacionalistas, que ha fracturado profundamente la sociedad vasca y le ha hecho perder el poder. Necesita reorientar su proyecto político eludiendo la apuesta por la desestabilización. Y está obligado a desvincularlo de las fuerzas que se mueven en la cobertura política del terrorismo, sin cuyo amparo no se hubiese sostenido la estrategia soberanista de estos años.
El nacionalismo se ha enfrentado al cambio mostrando su peor cara: esa tendencia que parece endémica a la descalificación de todo lo que queda fuera de su mundo, de su estrategia política, de sus intereses. Se ha adentrado por el peligroso camino de la deslegitimación del cambio de gobierno y de sus protagonistas; ha socavado de forma irresponsable la legitimidad misma de los resortes del sistema parlamentario, reincidiendo en una comprensión simplista de la democracia. Ha puesto de manifiesto la más profunda carencia del sentido de la proporción y del límite.
El PNV tiene que decidir cuándo retoma su mejor tradición. Y haría bien en reflexionar sobre la advertencia que hace Pedro de Aguerre, Axular, en Guero: «Eta harc bere coleran eguin dituen desordenuez, eta erhokeriez, adiskidec hartu dutela damu eta atsecabe, eta etsaiec atseguin eta placer»; porque las locuras, los actos insensatos provocados por la rabia crean disgusto y preocupación en el amigo y satisfacción y placer en el enemigo. El PNV puede estar facilitando el camino a sus enemigos; y estos no están en el Gobierno.
El entendimiento básico con el nacionalismo resulta indispensable para construir un futuro político sólido para nuestro país; un entendimiento entre todas las fuerzas políticas que quieren que vivamos en democracia y en libertad. Pero no podemos olvidar las lecciones del pasado; hay que impedir que la insistencia en la necesidad de entendimiento haga creer al PNV que tiene una capacidad política especial para determinar sus condiciones; porque así llegó a creer que podía aventurarse por el camino soberanista. No podemos repetir los mismos errores.
El futuro exige mesura y voluntad de integración. Estamos obligados a convivir y la alternativa es inimaginable. Asumirlo nos exige transformar la necesidad en deseo de convivencia. Todos tenemos que contribuir a que se haga realidad.
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