sábado, 27 de diciembre de 2008

Leonard Cohen llega al número uno sin comerlo ni beberlo

Por Diego Manrique en El País de 27 de diciembre de 2008

Alexandra Burke convierte 'Hallelujah' en canción de la Navidad en el Reino Unido

Es otra de las peculiaridades de la sociedad británica: cada año se genera gran expectación por saber cual será la canción triunfadora en Navidades. Incluso, se puede entrar en juego en las casas de apuestas. Este año, sin embargo, no había dudas. Tenía ventaja Alexandra Burke, una concursante de The X factor que ha embobado a buena parte del Reino Unido.

Y así ha sido. Su versión de Hallelujah, la canción de Leonard Cohen, ocupa el puesto máximo de las listas: en el día de salida, el tema superó las 100.000 descargas legales. Algo más extraordinario: en el número dos aparece la misma canción, pero en la desnuda versión de Jeff Buckley. No ocurría algo similar desde 1957.

En este caso, la iniciativa partió de melómanos que detestan los concursos televisivos. Empeñados en evitar que la Burke llegara al número uno, se conjuraron para comprar la más venerada recreación de Hallelujah, la de Jeff Buckley. De rebote, la campaña ha logrado que vuelva a venderse la interpretación original de Cohen. Éste ya había visto algo parecido en Estados Unidos meses antes en el programa American idol.

Leonard, cuya música no es habitual en las listas de éxito, habrá brindado con su vino favorito: expertos de la industria calculan que un fenómeno tipo The X factor puede proporcionarle un millón de libras esterlinas. Bonito regalo de Navidad para un judío budista que, a los 74 años, se vio obligado a volver a los escenarios tras descubrirse saqueado por una representante codiciosa.

Y una merecida recompensa por un parto difícil. Cohen ha contado que Hallelujah le obsesionó durante dos años. Hubo momentos en que pensó que nunca podría acabarla. De hecho, la letra original ocupa varios folios y sólo se ha cantado una fracción. Él mismo la ha grabado con notables variaciones: la estrenó en 1984, en el disco Various positions. También le dio otras satisfacciones personales: Bob Dylan se quedó impresionado con ella y la incorporó a su repertorio.

Oficialmente, se han registrado unas 200 versiones. En España, está la robusta adaptación de Enrique Morente con Lagartija Nick. John Cale, ex Velvet Underground, intuyó sus posibilidades y, tras recomponer el texto a capricho, se sentó al piano y realizó una versión visceral en 1991. Muchos han seguido sus pautas, aunque Hallelujah entró en otra dimensión con Jeff Buckley (1994), que acentuó su carga erótica.

Para Cohen, su popularidad obedece a que "tiene un buen estribillo". Y, cabe añadir, un aire litúrgico que obliga a prestar atención a los versos. Con sus referencias al Rey David, Betsabé y otros seres bíblicos, puede entenderse como una indagación sobre la fe y el pecado. Así lo consideran muchos rabinos e incluso la emisora del ejército de Israel, donde se programa cada sábado.

En realidad, Hallelujah crea su propio espacio, una zona de solemnidad y recogimiento: aparece en series televisivas y en películas como Shrek o Basquiat. También se usa en la cobertura informativa de tragedias o para despedir a personajes queridos. Ofrece respuestas a los misterios de la vida y la muerte.

martes, 23 de diciembre de 2008

Almanaques

Por Fernando Savater en El País de 23 de diciembre de 2008

Si ahora que llega la Navidad no se pone uno nostálgico, ya me dirán cuándo. Ah, que a usted no le gustan los tópicos... Pues entonces será que no le gusta la vida, porque la vida está hecha de tópicos. Esa enfermedad suya no la puedo yo remediar, de modo que vuelvo a la nostalgia. Llega otra vez la Navidad y regresa también, obediente y vital, la nostalgia. ¿De qué, de quién? De tanto y de tantos... En mi caso, sobre todo, de los almanaques.
No me refiero a los calendarios más o menos zaragozanos, esos gruesos tacos en los que cada hoja era un día -negros los laborables, rojos los domingos y fiestas de guardar- y en cuyo reverso podíamos leer una cita célebre, un aforismo o una anécdota curiosa de Leonardo o de Espoz y Mina, vaya usted a saber. Simpáticos pero prescindibles: me avengo a vivir sin ellos. En cambio, resulta difícil aceptar que ya no volverán los almanaques de aquellos tebeos (aún no se habían inventado los cómics) de mi infancia. Aparecían puntual y escalonadamente, dos o tres semanas antes de la llegada propiamente dicha de las fiestas. Ahora les llamaríamos números extraordinarios de Navidad, pero para nosotros entonces eran almanaques: el de Jaimito, el del TBO, el de Tío Vivo, el de Pumby, el de Tres amigos... Y también, por supuesto, el de las series de grandes aventureros como el Capitán Trueno, el Jabato, el Cosaco Verde o Roberto Alcázar y Pedrín. Yo los compraba todos, incluso los de varios tebeos que no frecuentaba semanalmente durante el año. ¡Y con qué ilusión esperaba su llegada al quiosco, con qué impaciencia echaba de menos al que se retrasaba en la cita! No sólo es que nunca haya vuelto a esperar nada con ilusión semejante, sino que todo lo que luego he aguardado con ilusión fue gracias al rescoldo de aquella otra con que anhelaba los almanaques. Estos almanaques seguían unas convenciones tan fijas como los rituales funerarios del antiguo Egipto. Los personajes de cada una de las historietas se enfrentaban a algún episodio de ambiente pascual, con obligada profusión de muérdago, turrón y champán. El tono era invariablemente ligero, menos ácido en las sátiras y menos violento en los episodios de mis héroes favoritos (siempre españoles, claro, porque no había almanaques de yankis tan queridos como Hopalong Cassidy, Red Ryder o Gene Autry): después, todo acababa en la cena navideña de la última viñeta, compartiendo el inevitable pavo -sólo Goliat solía blandir para la ocasión un muslito de vaca...- mientras brindaban por la felicidad del año entrante: aquellos cincuentas y primeros sesentas, ay, hace tanto tiempo perdidos. La inocencia del conjunto era realzada por los mínimos pero perdurables apuntes gratamente culpables: las curvas adivinadas de Sigrid, a las que siguieron más tarde las ya muy explícitas de las mozas dibujadas en Can-Can por Robert Segura (acaba de morir, las huríes le acojan en su seno: para mi generación, fue nuestro Alberto Vargas), que me estimularon mucho más y más conspicuamente que su personaje de Rigoberto Picaporte. Desde el punto de vista del más antiguo arte manual, siempre defenderé la primacía de los dibujos eróticos sobre las fotografías de igual género, a veces demasiado clínicas (pace Betty Page, que también acaba de morir). Decía Cioran que el seductor empieza como poeta y acaba como ginecólogo: la ilustración picante, de Boucher a Segura o Vargas, nos dejan a medio camino, el lugar más placentero. El encanto de aquellos almanaques consistía en reunirnos en una fiesta navideña sin discusiones ni malos rollos (como a veces padecen las demás) con la otra familia que nos acompañaba durante todo el año: la familia Ulises o Morcillón y Babalí, Carpanta, Ángel Siseñor, Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón, el Reporter Tribulete... ¿Acaso no formó parte de mi familia el Capitán Trueno? ¿Alguien podrá negarme que fui primo de Taurus y cuñado de Fideo de Mileto? Ahora ya no están y se reúnen en la memoria con los otros parientes perdidos, más carnales e íntimos. Es la nostalgia, el tópico cíclico de estas fechas, del que estamos hechos y que nos deshace.

viernes, 5 de diciembre de 2008

La falta de credibilitat de “The economist”

Per Vicenç Navarro en eldebat.cat el 1 de diciembre de 2008 (leído en su blog)

El públic català hauria de ser conscient que el prestigi de The Economist entre experts en temes econòmics als EE.UU. és molt baix. És una revista ben feta i ben escrita però la seva falta de rigor és ben coneguda. Em deia un amic economista del prestigiós Economic Policy Institute de Washington, que solia llegir The Economist amb gran interès tot i que detectava grans errors quan analitzava temes en els quals estava especialitzat. Em deia: “bé, en la meva àrea no ho fan molt bé, però almenys en altres àrees ho fan bé. I així vaig continuar llegint-lo fins que vaig comentar les meves impressions amb altres amics experts en altres àrees i em van dir que els passava el mateix: que en les seves àrees el The Economist era molt poc rigorós. Vaig deixar llavors de subscriure’m i vaig deixar de llegir-lo.”

Jo he d’admetre que vaig deixar de llegir-lo fa temps, fins que vaig llegir en la premsa diària que un informe sobre Espanya que va publicar tal setmanari va crear una gran revolada a Catalunya. Així que me’n vaig anar al quiosc i m’ho vaig llegir. I vaig confirmar de nou, que el meu amic duia raó. Dades elementals i bàsiques es presenten sense el més mínim respecte a la veritat. Només dos exemples. Deia l’informe que “els vots del Partit Popular en les últimes eleccions van ser superiors als vots del Partit Socialista en totes les CC.AA excepte a Catalunya”. En realitat, no només a Catalunya, sinó a Andalusia, Aragó, Astúries, Canàries, Extremadura, Illes Balears i País Basc, el Partit Socialista va tenir més vots que el PP.

Un altre exemple. Escriu l’informe que “un espanyol que no parli en català no té pràcticament cap possibilitat d’ensenyar en una Universitat de Barcelona”. Doncs bé, en el Departament on jo ensenyo a la Universitat Pompeu Fabra, un dels millors departaments de Ciències Polítiques i Socials d’Espanya (segons les lligues “d’excel•lència” publicades a Espanya) ni més ni menys que el 30% de professors no parlen català. És interessant que basat en aquests i altres dades falses, l’informe construeix tota una imatge del govern català basades en les declaracions del catalonofòbic Sr. Fernando Savater. Diu també sobre el català que “el castellà s’ensenya com una llengua estrangera a Catalunya”, faltant a la més mínima veracitat. Tant per la metodologia d’ensenyament de la llengua, com per la seva presència en el currículum, com per la obligació d’aprendre el castellà, es clar que aquest idioma, llengua oficial també de Catalunya, no es una llengua estrangera en el sistema educatiu català.

Podria continuar mostrant exemples d’aquesta lleugeresa en la utilització de les dades i conclusions als quals s’arriba qui ho va escriure, el Sr. Michael Reid. No és d’estranyar que hagi originat àmplies protestes a Catalunya encara que La Vanguardia l’hagi protegit, defensant la llibertat d’expressió de tal senyor, llibertat que ningú qüestionava per cert. El Sr. Francesc de Carreras, a la seva columna de La Vanguardia també intentava ridiculitzar la Consellera Tura per haver criticat l’article del The Economist, fent referència a la falta de sensibilitat que aquestes crítiques reflectien envers la llibertat d’expressió. Seria desitjable que La Vanguardia apliqués a les seves pròpies pàgines d’opinió, doncs es ben conegut com està vetant autors d’esquerra, i la escassa diversitat ideològica entre els seus col•laboradors i la limitada pluralitat a les seves opinions. Mai ha publicat, per exemple, un article en contra de la Monarquia. Veient aquests fets, La Vanguardia i els seus col•laboradors haurien de ser mes acurats al presentar-se com a defensors de la llibertat d’expressió. Però tornant al Sr. Reid, ningú que l’hagi llegit ha criticat el dret a escriure un informe sobre Espanya i sobre Catalunya . Però la única cosa que se li demana es que tingui en el seu reportatge un mínim de respecte envers la veracitat dels fets. Es obvi que el Sr. Reid no menteix. Per mentir s’ha de conèixer la veritat, i el Sr. Reid no la coneix. Però hagués estat més creïble si hagués aprofundit en el seu coneixement del nostre país, llegint més i diversificant les seves fonts d’informació.

I parlant de llibertat d’expressió. Sempre m’impressiona quan alguns dels mitjans que s’omplen la boca parlant-ne, s’obliden de practicar-la. I un d’ells es precisament el The Economist, el diari liberal, que a l’enviar-li una carta mostrant els vint-i-dos errors de l’article que vaig detectar va decidir no publicar-la. I per cert, estic encara esperant que el The Economist que va donar suport a Bush no una, sinó dues vegades, i que va promocionar la desregulació de la banca, tingui el mínim de decència de fer una autocrítica de les seves postures econòmiques que ens han dut a un desastre. Em temo que és demanar massa.

Asumir responsabilidades

Por José María Ruiz Soroa en El Correo de 5 de diciembre de 2008

Cómo nos gusta exigir a los demás que asuman sus responsabilidades! Hoy en concreto, ¡cómo gusta a cierta izquierda poseedora de una superioridad moral congénita exigir a la derecha española que asuma sus responsabilidades por el pasado de horror franquista! O por los vuelos a Guantánamo. O por lo de Irak. Lo de hacer tragar a los demás sus responsabilidades es nuestro deporte preferido.

Y, sin embargo, ¿quién asume responsabilidades por el horror que vive entre nosotros, por el hecho de que hoy todavía se siga matando a seres humanos? ¿Quién da un paso adelante y reconoce que sí, que algo hizo mal en el pasado para que se haya llegado a este resultado? Nadie. En materia de terrorismo no hay responsables entre nosotros, todos somos víctimas inocentes, todos perjudicados. No parece sino que ETA es una plaga de origen extraterrestre que un día cayó sobre Euskal Herria y España, como podía haber caído sobre cualquier otro lugar. Pura mala suerte. Nadie es responsable de su génesis, de su nacimiento, de su perduración, de su incubación. Miramos al cielo, rezamos nuestras letanías de rigor, y decimos con estúpido rictus: «esto es incomprensible, ¿cómo puede matarse a alguien inocente todavía hoy en 2.008?» ¡Como si no lo supiéramos allá en el hondón de nuestra conciencia!

Asumir la propia responsabilidad por las consecuencias de los propios actos es, precisamente, el único contenido concreto de ese término tan manoseado que se llama «libertad». El ser humano no es libre cuando hace su voluntad, sino cuando asume voluntaria y conscientemente la responsabilidad por lo que hizo. En eso consiste hacerse mayor, en eso estriba ser libre, en asumir responsabilidades.

Bueno, pues aquí entre nosotros los vascos, eso no funciona. O no queremos dejar que funcione: reclamamos a voz en grito nuestro derecho a decidir libremente nuestro futuro, pero nos negamos a asumir como propio (ser responsables de) nuestro pasado y nuestro presente. Lo nuestro es el futuro, como les pasa a los niños. Del resto no tenemos culpa alguna, no lo hemos hecho nosotros. Las ideas no matan, afirman muchos. Haber cedido en Leizaran fue una buena idea. Haber negociado fue un noble intento. Lo dicho, todos víctimas inocentes de una plaga exógena.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Bajo la cúpula

Por Antonio Muñoz Molina en El País (Babelia) de 29 de noviembre de 2008

Yo no sé si me gusta o no me gusta la célebre cúpula de Miquel Barceló. Carezco de ese agudo sentido estético, cercano a lo adivinatorio, que permite a tantos de mis contemporáneos juzgar una obra de arte en virtud de algunas fotos y del color político del gobierno que la ha encargado. Incluso me pregunto si entre las tareas de un gobierno, en los tiempos que corren, se cuenta la de elegir a discreción a un cierto pintor y no a otro, y gastarse en el encargo al menos ocho millones de euros, sin un debate público previo. Hablar de dinero es mezquino cuando se trata de un artista de esta categoría, y de esta cotización internacional, nos dicen. Nos lo dicen personas que sí hablarían de dinero si el gobierno que ha encargado la obra fuera el del partido al que ellas no votan. En España, la indignación moral es tan previsible como la emoción estética. Sabemos quién se va a rasgar las vestiduras porque medio millón de euros salgan de los fondos de ayuda al desarrollo con la misma certeza con la que sabemos quién va a emocionarse con la cúpula de Miquel Barceló. La cúpula en sí, o la ayuda al desarrollo, no le importa a nadie: si esa misma cúpula la hubiera encargado el gobierno del otro partido, los mismos que ahora se quedan embobados ante ella sin haberla visto más que en fotos la encontrarían cuando menos discutible, y las denuncias valerosas contra el despilfarro de un dinero que debería haberse empleado en alimentar a los pobres del mundo se multiplicarían en columnas justicieras.

Yo no sé si el trabajo de Barceló vale los seis millones de euros que según dicen ha cobrado por el encargo. Todo necio, ya sabemos, confunde valor y precio, y los precios del arte están tan sometidos a la especulación como la vivienda. En las subastas de este otoño en Nueva York, cuadros que el año pasado se habrían vendido por decenas de millones de dólares no han encontrado comprador o han caído a la mitad de su precio. Aquí no reparamos en gastos. Ni de dinero ni de palabras. Por lo pronto, y en el espacio de unos días, la cúpula de Barceló ya se ha convertido en la Capilla Sixtina del siglo XXI, y está a la altura de la capilla de Mark Rothko en Houston o de las cuevas de Altamira, según las fuentes. En mayo del año pasado, en Sotheby's de Nueva York, se pagaron obscenamente 72,8 millones de dólares por un cuadro de Rothko en cuyo título había ya una delicadeza prometedora de haiku: White Center (Yellow, Pink, and Lavender on Rose). Si un Rothko, con sus rosas y lavandas desleídos, costaba esa cantidad demencial hace año y medio, ¿quién va a quejarse del precio de un Barceló de más de mil metros cuadrados en el que se han empleado treinta y cinco mil kilos de pintura?

Siendo dinero público, y dinero público de un país de tan endeble presencia internacional como España, las comparaciones resultan algo menos estratosféricas. Ocho millones de euros es más de la mitad del presupuesto que tendrá el año que viene la Seacex, que es la agencia estatal dedicada a organizar exposiciones de arte español en el extranjero; ésa es la misma cantidad que dispondrán en 2009 para sus programas culturales la totalidad de los 72 centros del Instituto Cervantes; y no quiero pensar en las asignaciones literalmente miserables que manejan las embajadas y consulados españoles en las grandes capitales del mundo, y que para lo más que dan es para alquilar una pequeña sala de conciertos o para contribuir con unos cientos de dólares al programa de una exposición. Algunas veces se oye la opinión triunfalista de que la presencia cultural francesa en el mundo está en declive, porque el francés tiene mucho menos empuje que el español, como si el azar demográfico del número de hablantes de nuestro idioma tuviera algo que ver con la visibilidad internacional de España. Pero basta comparar, en cualquier capital de Europa o de América, el porte de los centros educativos y culturales franceses con el de los españoles para despertar a la realidad y hacerse una idea inmediata de la triste posición que ocupamos, acerca de la cual se aprende también algo si se compara el número de diplomáticos españoles con el que disponen no ya Francia o Alemania o el Reino Unido, sino países como Holanda o Dinamarca.

Por encima de sus triviales diferencias, tan entretenidas al parecer para los periodistas, la casta política española tiene un gusto común por el mangoneo clientelar y las exhibiciones suntuarias. Durante los años prósperos han despilfarrado la riqueza que hubiera debido invertirse en dar un fundamento sólido de instrucción pública, justicia social y dinamismo económico al país, pero ahora que vienen tiempos de quebranto, ellos siguen tirando el dinero en sus caprichos megalómanos y en sus redes corruptas de control e influencia como si la crisis no existiera y como si la ciudadanía no fuera a pedirles cuentas nunca. Pero la ciudadanía parece haberse contagiado de la intransigencia de unos y otros, o de los Hunos y los Otros, como decía el pobre Unamuno al final de su vida, y el espacio para la libertad de conciencia y para el soberano criterio personal se va volviendo cada vez más estrecho: si yo pongo en duda la conveniencia de gastar ocho millones de euros en una cúpula para que se hagan fotos debajo de ella un cierto número de autoridades, me habré vuelto instantáneamente de derechas; y si en lugar de eso me declaro en éxtasis ante las estalactitas de colores chillones de Miquel Barceló, eso significará, ante los Hunos y los Otros, que estoy a favor de la alianza de civilizaciones, de la igualdad de género, de las energías renovables, del cine español, que me indignan los chanchullos inmobiliarios de los ayuntamientos del PP, pero no llego a enterarme de los que cometen los ayuntamientos socialistas...

No me da la gana. No quiero que mi pensamiento me lo estén dictando a cada paso los vigilantes voluntarios de un sectarismo político del que ya no están a salvo ni las opciones más personales de la vida. No acepto el dictamen casi amenazante del titular de este mismo periódico: "El arte de Barceló acalla las críticas". El arte no está para acallar las críticas sino para alentarlas. Llevo muchos años observando con mucha atención el trabajo de Miquel Barceló, y muchas veces me ha entusiasmado, y otras, sobre todo en los últimos tiempos, me ha parecido mucho más inventivo en las acuarelas y en los dibujos que en las obras de gran formato, en las que he intuido un cierto agotamiento de la inspiración, atemperado por el oficio. El mismo derecho tengo a que me guste esa cúpula como a que no me guste, y también a poner por encima del juicio estético una convicción política. Seguro que había cosas más urgentes en las que gastar todo ese dinero. En cuanto a las comparaciones con la Capilla Sixtina, quizás sería prudente esperar uno o dos siglos.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Homofobia

Por Enric González en El País de 3 de diciembre de 2008

Hace un rato pensaba que Víctor Velásquez, senador de Colombia Viva-Unión Cristiana, era, además de homófobo, un carca. Ahora casi le daría un abrazo. Atribuyo al Vaticano, que, una vez más, consigue hermanar a las personas, mi reconciliación con el senador Velásquez. El senador, de fe protestante, ha planteado un debate parlamentario sobre la versión colombiana de Aquí no hay quien viva, porque le parece que la pareja homosexual de la serie resulta peligrosa para los niños. "He visto a niños de seis años que juegan a ser Mauri y Fer", ha dicho. Bueno, ha dicho más que eso: "El libretista del programa utiliza un lenguaje descomedido, obsceno y desfachatado, carente de cualquier buena conducta; además, las actrices y los actores se exhiben sin limitación ni recato, y en apología al homosexualismo conviven gays y lesbianas y hombres con mujeres en unión libre".

Las palabras del senador me parecían una exageración disparatada. Pero entonces ha intervenido el Vaticano, una institución experta en poner las cosas en su justa perspectiva. La UE, bajo la presidencia francesa, plantea ante la ONU la despenalización de la homosexualidad. El Vaticano se opone, porque, dice, "se crearían nuevas e implacables discriminaciones" (contra los homófobos, se supone) y los Estados que no reconocen el matrimonio homosexual serían "objeto de presiones". En realidad, como queda explícito en la propuesta europea, el único objetivo consiste en que nadie sufra cárcel o pena. El portavoz vaticano, Federico Lombardi, se muestra muy ufano: "Menos de 50 estados miembros de Naciones Unidas se han adherido a la propuesta y más de 150 no se han adherido; la Santa Sede no está sola". No, no está sola. Está en compañía de países como Afganistán, Irán, Arabia Saudí, Sudán y Yemen, donde se ejecuta a los homosexuales.

La máxima jerarquía católica se ha descalificado a sí misma. El pobre senador Velásquez puede estar equivocado, o no, pero, pese a sus floridas invectivas, sólo pide que Aquí no hay... se emita en horario nocturno. Comprendan que, en comparación, lo suyo sea casi honroso. Venga un abrazo, senador.

martes, 2 de diciembre de 2008

Secretos

Por Enric González en El País de 2 de diciembre de 2008

Paso mucho apuro ante el espectáculo de una persona que, por dinero o por lo que sea, se ve obligada a decir tonterías en público. Ese defecto me impide disfrutar de buena parte de la programación televisiva, y complica mi derecho a ejercer un sagrado derecho cívico: la carcajada ante el gobernante ridículo. Superada la inicial vergüenza ajena, reconozco que a veces lo paso bien con el programa Zapatero presenta nuevas medidas contra la crisis, que suelen emitir dentro de los informativos y que habrá superado ya los cien episodios, y con el programa que le complementa, Rajoy considera insuficientes las nuevas medidas; ya sé que son cosas mías, pero se me escapa la risa cada vez que Rajoy dice "timorato".

A eso, como digo, he ido acostumbrándome. Se trata de la única ventaja conocida de las crisis económicas: el ciudadano las pasa canutas, pero al menos los políticos, que ni saben ni pueden hacer gran cosa, soportan la humillación ritual de salir en la tele diciendo gansadas.

Con lo de los vuelos de la CIA, sin embargo, no creo que llegue a poder. En cuanto un ministro, o un presidente del Gobierno, cuenta el chiste viejísimo de "me he enterado por los periódicos" (¿se acuerdan de Felipe?), yo me borro. Me da bochorno.

Ahora resulta que ni el Gobierno del PP, que dio las autorizaciones para las escalas en España de los vuelos a Guantánamo, ni el Gobierno del PSOE, que las mantuvo mientras montaba pajarracas para despistar, sabían nada de nada. Y esto es sólo el principio. Ya verán cómo esta gente lo niega todo, por más evidencias que surjan. Es lo que tiene la diplomacia secreta.

En otros países, la comedia se hace con más gracia. Cuando se descubrió que en 2003 el espionaje italiano había ayudado a la CIA a secuestrar en Milán a un ciudadano egipcio, el entonces ministro de Defensa, Antonio Martino, un hombre decente y con sentido del humor, hizo una declaración formal ante un periodista: "Primero, yo no sé nada de ese presunto secuestro; segundo, le recuerdo que hablando de él vulnera usted la ley de secretos oficiales y comete delito". Italia es otra cosa.

egonzalez@elpais.es

lunes, 1 de diciembre de 2008

¿Reír o llorar?

Por José María Ruiz Soroa en El Correo de 28 de noviembre de 2008

Desde hace semanas, concretamente desde que la crisis financiera mundial agravó más aún nuestra propia crisis endógena, se han abierto en España las compuertas de la retórica ideológica anticapitalista, antimercado y proestatista. La opinión pública parece un concurso sobre 'quién la dice más gorda' en su crítica al sistema económico mundial. La última escuchada, procedente nada menos que de la Comisión Ejecutiva del PSOE es la de que «el mundo necesita un sistema de mercado no egoísta». Así lo han dicho en su ejecutiva de la semana pasada y a mí, una vez que se me ha pasado el ataque de risa, me ha dado por pensar cómo hemos podido llegar en nuestra sociedad (¿o habría que decir en nuestro erial intelectual?) a un nivel de pensamiento tan bajo como para que semejante gansada pase por ocurrencia respetable.

Lo que está sucediendo podría describirse recurriendo a la metáfora del descarrilamiento de un tren. Ocurrido el accidente, algunos se ponen a reflexionar sobre qué se ha hecho mal en el tren o en el sistema vial para que tal cosa haya sucedido; y, sobre todo, qué hay que cambiar para que no vuelva a suceder (aún siendo conscientes de que siempre habrá accidentes). Pero otros, todos los 'ingenieros', 'tertulianos' y opinadores que son mayoría, prefieren 'ir a la raíz de las cosas', y unos nos dicen que los trenes nunca deben circular a más de cuarenta por hora y así se acabarán los descarrilamientos con víctimas (limitemos el mercado). Mientras otros, más profundos aún, lo tienen más claro: lo que hay que hacer es suprimir los trenes y volver al transporte en caballerías y diligencias pues ése sí que era un transporte seguro (aquí entran izquierdistas utópicos). Y otros, los más teóricos y sesudos (la Comisión Eejecutiva del PSOE) lo elaboran reflexivamente un poco más: lo que hace falta son 'veloces trenes inmóviles', es decir, artefactos que combinen las ventajas de la movilidad con las de la inmovilidad ¿Sonríen? Pues eso y no otra cosa es 'un mercado no egoísta'.

Verán ustedes, sucede que allá por 1705 un autor holandés-británico, Bernard de Mandeville, publicó una fábula titulada 'El panal rumoroso, o los bribones que se vuelven honrados', un texto que, suplementado con pensamientos posteriores, logró fama y vituperio perpetuo con el título de 'Los vicios privados hacen la prosperidad pública'. En ella exponía la situación de una próspera sociedad de abejas impregnada de las costumbres más inmoderadas, mendaces y cínicas que puedan imaginarse. Tanto que algunos habitantes de esa cloaca inmoral decidieron cambiarlas y convertir el panal en uno honrado: y así desapareció el vicio, el lujo, la avaricia, y, con ellos... desapareció la prosperidad. Todos los que vivían de los vicios, desde los artesanos a las prostitutas, se quedaron sin trabajo. Lo que esta fábula pretendía subrayar, además de la idea crucial de las consecuencias inintencionadas de toda intervención social, era que en las sociedades de cierto tamaño la prosperidad del conjunto puede derivar del vicio, la corrupción y el fraude individual. Y, más en el fondo, la fábula insinuaba algo terrible: de eso que se considera malo puede nacer el bien y viceversa, del bien puede derivarse el mal.

Ideas como éstas fueron sistematizadas por los filósofos morales de la Ilustración escocesa hasta llegar a una formulación más matizada, que no hablaba de vicio y pasiones sino de interés. La fórmula dice que, en la economía, del egoísmo de cada uno puede nacer la prosperidad de todos siempre que el sistema se mantenga bajo control y los egoísmos no se desmanden sino que se limiten unos a otros. Así nació el mercado como institución, capaz de realizar lo que la Humanidad nunca antes había podido siquiera pensar: poseer una máquina autoguíada y autosostenida para crear la prosperidad indefinida. Naturalmente, la máquina era compleja y está costando bastante controlarla eficazmente en la práctica, entre otras cosas porque avanzamos por el método de prueba-error. A veces la entorpecen los que quieren desvirtuarla para su propio abuso, otras los que quieren pararla porque les asusta mucho. A veces quienes quieren aplicarla para todo, olvidando que vale para lo que vale, para el sector económico productivo sólo. En cualquier caso, su éxito ha sido literalmente increíble: miles de millones de personas han salido de la miseria gracias a ella.

Sin embargo, casi al mismo tiempo que Mandeville formulaba su fábula anticipatoria, nació la 'internacional moralista frailuna' que se negaba indignada a aceptar su mensaje, pues ¿cómo podría admitirse algo tan espantoso como que del egoísmo y del amor por uno mismo pudiera derivarse el bien social, cuando es bien sabido desde siempre que el egoísmo es el mayor pecado del hombre? ¿Cómo que del altruismo y las frugales costumbres pudiera seguirse la ruina de la sociedad, cuando aquellas son virtudes sin par? Y, sobre todo, ¿cómo admitir que del mal pudiera nacer el bien, trastocando así los principios esenciales sobre los que gira el mundo, esos según los cuales el bien es consecuencia del buen obrar y el mal de la mala acción? Las ideas mandevillianas fueron una auténtica herida en la conciencia moral de la Humanidad, de tanto calibre como la que nos inflingió Darwin cuando atisbó que el ser humano procedía del animal, o Sigmund Freud cuando nos descubrió el inconsciente como origen de nuestro yo actuante. No, y mil veces no, proclamó la internacional frailuna: el egoísmo es un mal, incluso un pecado; son el altruismo y el desprendimiento el bien. La internacional no conoce de adscripciones ideológicas: puede ser tanto de derechas (el pensamiento católico, el conservador clásico, el autoritario) como de izquierdas (el marxismo, el utopismo, el anarquismo). Lo que les une es una repugnancia primordial: es mentira que el egoísmo individual pueda funcionar como palanca eficaz para el bien social. Más aún, es mentira que el ser humano sea egoísta; si lo parece es porque las instituciones sociales le obligan a serlo.

A pesar de ello, sucedió algo asombroso: el sistema de mercado funcionaba, la Humanidad comenzó a prosperar, la miseria comenzó a ser arrinconada, los seres humanos empezaron a poder vivir como tales cada vez en más gran número. Y ello sucedía porque, efectivamente, si cada uno buscaba su interés egoísta de manera civilizada (incluso ilustrada) el conjunto de la sociedad prosperaba y crecía. De forma que en su vida práctica todo el mundo se guiaba, hasta en China, por el principio del egoísmo como motor social. Y los gobiernos lo tenían muy en cuenta y dejaban hacer.

Con lo que, y aquí queríamos llegar, se generó en las sociedades, sobre todo en las más recalcitrantes frailunas, una esquizofrenia colectiva, o, si lo prefieren, una disonancia cognitiva rayana en la locura: por un lado, todos actuaban individualmente guiándose por su autointerés, y se enorgullecían de los resultados obtenidos y del nivel de vida procurado. Pero, por otro, casi todos consideraban que el autointerés y el egoísmo eran malos, despreciables y un auténtico 'pecado' (el horror del 'homo oeconomicus') y por ello creían que el sistema de mercado era humanamente repugnante. Eran ricos, pero infelices debido a su mala conciencia. Y naturalmente, para que no les estallara la cabeza al albergar tamaña contradicción, se inventaron un comodín intelectual: si el sistema de mercado existía no era porque lo quisiera el pueblo de seres humanos altruistas, sino porque unos diablos escondidos en una supermáquina lo imponían. Nadie sabía donde estaba exactamente la supermáquina pero desde luego estaba. Si nos dejaran libres de verdad, se decían las abejas (por ejemplo si nos dejaran decidir en consulta popular el asunto al estilo Izquierda Unida), entonces todos votaríamos por suprimir el mercado, el liberalismo económico y el capitalismo. Y seríamos por fin felices, ricos y felices a la vez. Aunque se guardaban mucho de hacerlo de verdad, no fuera que les pasase lo que a las abejas de Mandeville.

La esquizofrenia era antiguamente más llevadera, porque las abejas moralistas podían señalar a un sistema económico alternativo al mercado, el del socialismo real planificado, como bella posibilidad. Desde que este sistema se hundió en el descrédito más absoluto al demostrarse empíricamente que sólo producía pobreza, nuestros frailes se quedaron sin alternativa teórica. Pero no importa, en su discurso de legitimación, ese que les permite autoexplicarse quiénes son en la política, se niegan a ceder un ápice en su moral: no señor, siguen diciendo, el egoísmo es malo, es una aberración, es una traición al hombre ideal. Por eso, atrapados en su esquizofrenia, cuando el tren se avería o descarrila no hacen sino hablar de 'mercados sin egoísmo' o 'veloces trenes inmóviles'. Lo cual no haría sino provocar la risa si no fuera porque estos moralistas son los creadores de la cultura política en nuestro país. Por eso es de llorar.