Por José María Ruiz Soroa en El Correo de 5 de diciembre de 2008
Cómo nos gusta exigir a los demás que asuman sus responsabilidades! Hoy en concreto, ¡cómo gusta a cierta izquierda poseedora de una superioridad moral congénita exigir a la derecha española que asuma sus responsabilidades por el pasado de horror franquista! O por los vuelos a Guantánamo. O por lo de Irak. Lo de hacer tragar a los demás sus responsabilidades es nuestro deporte preferido.
Y, sin embargo, ¿quién asume responsabilidades por el horror que vive entre nosotros, por el hecho de que hoy todavía se siga matando a seres humanos? ¿Quién da un paso adelante y reconoce que sí, que algo hizo mal en el pasado para que se haya llegado a este resultado? Nadie. En materia de terrorismo no hay responsables entre nosotros, todos somos víctimas inocentes, todos perjudicados. No parece sino que ETA es una plaga de origen extraterrestre que un día cayó sobre Euskal Herria y España, como podía haber caído sobre cualquier otro lugar. Pura mala suerte. Nadie es responsable de su génesis, de su nacimiento, de su perduración, de su incubación. Miramos al cielo, rezamos nuestras letanías de rigor, y decimos con estúpido rictus: «esto es incomprensible, ¿cómo puede matarse a alguien inocente todavía hoy en 2.008?» ¡Como si no lo supiéramos allá en el hondón de nuestra conciencia!
Asumir la propia responsabilidad por las consecuencias de los propios actos es, precisamente, el único contenido concreto de ese término tan manoseado que se llama «libertad». El ser humano no es libre cuando hace su voluntad, sino cuando asume voluntaria y conscientemente la responsabilidad por lo que hizo. En eso consiste hacerse mayor, en eso estriba ser libre, en asumir responsabilidades.
Bueno, pues aquí entre nosotros los vascos, eso no funciona. O no queremos dejar que funcione: reclamamos a voz en grito nuestro derecho a decidir libremente nuestro futuro, pero nos negamos a asumir como propio (ser responsables de) nuestro pasado y nuestro presente. Lo nuestro es el futuro, como les pasa a los niños. Del resto no tenemos culpa alguna, no lo hemos hecho nosotros. Las ideas no matan, afirman muchos. Haber cedido en Leizaran fue una buena idea. Haber negociado fue un noble intento. Lo dicho, todos víctimas inocentes de una plaga exógena.
Cómo nos gusta exigir a los demás que asuman sus responsabilidades! Hoy en concreto, ¡cómo gusta a cierta izquierda poseedora de una superioridad moral congénita exigir a la derecha española que asuma sus responsabilidades por el pasado de horror franquista! O por los vuelos a Guantánamo. O por lo de Irak. Lo de hacer tragar a los demás sus responsabilidades es nuestro deporte preferido.
Y, sin embargo, ¿quién asume responsabilidades por el horror que vive entre nosotros, por el hecho de que hoy todavía se siga matando a seres humanos? ¿Quién da un paso adelante y reconoce que sí, que algo hizo mal en el pasado para que se haya llegado a este resultado? Nadie. En materia de terrorismo no hay responsables entre nosotros, todos somos víctimas inocentes, todos perjudicados. No parece sino que ETA es una plaga de origen extraterrestre que un día cayó sobre Euskal Herria y España, como podía haber caído sobre cualquier otro lugar. Pura mala suerte. Nadie es responsable de su génesis, de su nacimiento, de su perduración, de su incubación. Miramos al cielo, rezamos nuestras letanías de rigor, y decimos con estúpido rictus: «esto es incomprensible, ¿cómo puede matarse a alguien inocente todavía hoy en 2.008?» ¡Como si no lo supiéramos allá en el hondón de nuestra conciencia!
Asumir la propia responsabilidad por las consecuencias de los propios actos es, precisamente, el único contenido concreto de ese término tan manoseado que se llama «libertad». El ser humano no es libre cuando hace su voluntad, sino cuando asume voluntaria y conscientemente la responsabilidad por lo que hizo. En eso consiste hacerse mayor, en eso estriba ser libre, en asumir responsabilidades.
Bueno, pues aquí entre nosotros los vascos, eso no funciona. O no queremos dejar que funcione: reclamamos a voz en grito nuestro derecho a decidir libremente nuestro futuro, pero nos negamos a asumir como propio (ser responsables de) nuestro pasado y nuestro presente. Lo nuestro es el futuro, como les pasa a los niños. Del resto no tenemos culpa alguna, no lo hemos hecho nosotros. Las ideas no matan, afirman muchos. Haber cedido en Leizaran fue una buena idea. Haber negociado fue un noble intento. Lo dicho, todos víctimas inocentes de una plaga exógena.
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