Florencio Domínguez en El Correo de 21 de abril de 2008
La campaña actual de ETA pretende convertir a los militantes socialistas y a sus locales en apestados sociales
En el año 2005, la banda terrorista ETA cometió quince atentados con bomba contra otras tantas empresas del País Vasco a las que quería extorsionar. En cada bomba, como media, puso kilo y medio de material explosivo. También realizó ocho atentados contra edificios de la Administración con bombas cargadas con una media de 750 gramos de explosivo. Esas cantidades son ajustadas para dañar al edificio al que se quiere atacar, sin causar grandes destrozos en los inmuebles colindantes.
En los cuatro atentados contra las casas del pueblo perpetrados desde el pasado mes de diciembre, la banda ha pasado a utilizar bombas que contenían entre tres y cinco kilos de explosivo cada una. El resultado ha sido que, además de las sedes frecuentadas por los militantes socialistas, unas doscientas viviendas u otras propiedades han sufrido daños. Los terroristas son conscientes de los efectos de sus bombas, pero no han hecho nada para evitar esos daños. Al contrario, al utilizar semejantes cargas estaban buscando deliberadamente provocar destrozos entre los vecinos de las sedes socialistas.
No es una torpeza de los etarras a los que se les haya ido la mano con el explosivo, sino que con esos «daños colaterales» pretenden suscitar actitudes de rechazo hacia las sedes socialistas entre el propio vecindario, sea en el municipio que sea y da igual en qué barrio. Hay en el País Vasco demasiadas experiencias en las que los vecinos han protestado por la cercanía de la comisaría de la Ertzaintza, de las oficinas de Correos o en su momento del concesionario francés de vehículos porque consideraban que su presencia suponía un riesgo. No protestaban contra el que colocaba las bombas sino contra el que ponía la comisaría en el barrio.
Ahora ETA está buscando el mismo objetivo: echar encima de los socialistas las iras de unos vecinos atemorizados por los efectos de los atentados. Se trata de convertir a los militantes del PSE y a sus locales en apestados sociales. Ese es uno de objetivos de la campaña terrorista en marcha. El otro es intimidar directamente a los afiliados de base del PSE para que se enfrenten a los dirigentes de su partido y les obliguen a cambiar la política antiterrorista. Así lo viene reclamando ETA en los diversos comunicados que ha difundido a lo largo de este año. Los militantes de a pie, como Isaías Carrasco o los que frecuentan las casas del pueblo, que carecen de protección, son el eslabón más débil con el que se están cebando los etarras.
Para conseguir ese segundo objetivo, los terroristas han vuelto a aplicar la lógica sobre la que ya teorizaron en 1993: «El día que un tío del PSOE, PP, PNV» vaya a un funeral de un compañero de partido, «cuando vuelva a casa quizás piense que es hora de encontrar soluciones al conflicto o quizás le toque estar en el lugar que estaba el otro (o sea en caja de pino y con los pies por delante)».
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