Por Lino Portela en El País de 21 de julio de 2008
Sonriente, de pantalón negro, camisa gris y buen aspecto, Leonard Cohen, de 74 años, pasea tranquilo por los camerinos del FIB Heineken. Amablemente se hace una foto junto a varios seguidores que se frotan los ojos. Son las siete de la tarde. Cohen está a punto de volver a pisar un escenario español tras 15 años.
A esa misma hora el cantaor Enrique Morente descansa en su hotel de Castellón. Se viste lentamente como los toreros. Sabe que es una noche histórica. Y no sólo porque en un rato actuará ante 35.000 personas junto al grupo de rock Lagartija Nick, sino también porque volverá encontrarse con su viejo amigo Leonard Cohen, con el que ha cruzado pocas palabras pero mantiene una intensa y espiritual conexión.
Ayer estos dos colosos volvieron a encontrarse en un curioso lugar: el backstage de un festival de rock. Un espacio muy distinto al que se encontraron hace 15 años. En aquella ocasión fue en la cafetería del hotel Palace de Madrid. Unidos por la poesía, el flamenco y Lorca.
Para entender la conexión entre ellos hay que hablar de otro protagonista en la sombra: el poeta y adaptador Alberto Manzano (Barcelona, 1955) que todavía recuerda con emoción el día que conoció personalmente a Cohen. Fue en 1980 y hasta entonces Alberto había escrito varias biografías sobre el cantante y se había encargado de la traducción al castellano de sus libros. Manzano asegura haber aprendido inglés sólo para entender lo que el trovador canadiense decía en sus canciones. El mismo día que se dieron un apretón de manos, Alberto y Leonard se hicieron amigos de sangre. Una relación que aún se mantiene y en la que han compartido viajes (Los Ángeles, Italia...) y vacaciones en Idra, la isla griega donde Cohen solía pasar largas temporadas junto a su hija Lorca, en homenaje al poeta.
"Es un hombre generoso, accesible, cordial...", explicaba ayer Alberto sentado entre bambalinas en el FIB horas antes del encuentro Cohen-Morente. "También un apasionado de Federico García Lorca. Es el poeta que le convirtió en poeta. El poeta que, como dice él, le arruinó la vida", sonríe Manzano.
Leonard Cohen descubrió a Federico García Lorca con 16 años en una librería de Montreal donde descubrió una vieja edición de segunda mano de Poeta en Nueva York. Su embrujo atrapó a Cohen.
Conocedor de su profunda pasión por él, Manzano quiso preparar un presente para el 60 aniversario de su amigo. "Le debo mucho, así que pensé en un regalo especial. Lo primero que se me ocurrió fue llamar a Morente", recuerda Manzano que rápidamente contactó con el cantaor granadino para proponerle su idea: adaptar las canciones de Cohen e impregnarlas de flamenco, además de mezclarlas con el surrealismo de Lorca. La idea también cautivó a Morente, que se puso manos a la obra.
Lo que iba a ser un regalo de cumpleaños se convirtió en uno de los mejores discos españoles de los últimos 20 años: Omega. Un tesoro que encierra el misterio de Morente, la poesía de Cohen y la inaudita unión entre el flamenco y el rock de Lagartija Nick. Una revolución musical que al principio fue vista con recelo por los flamencos puros. Lo recuerda Antonio Arias, guitarrista de Lagartija Nick. "Los gitanos creían que no sabíamos afinar las guitarras porque distorsionábamos y acoplábamos mucho". Morente sabía lo que hacía. "Cuando empezamos a grabar nos quedamos impresionados y sobrecogidos con lo que de allí salió", recuerda el cantaor. "También nos extrañó la frialdad con la que el público acogió el proyecto".
Con tal joya en preparación y sin que Cohen supiese nada de la sorpresa, Manzano aprovechó una visita promocional del canadiense para organizar un encuentro extraordinario. Entonces ocurrió.
Morente y Cohen se abrazaron por primera vez en una fría tarde de invierno de 1993 en la cafetería del hotel Palace de Madrid. El encuentro duró algo más de una hora. Los dos bebieron agua. Los dos se hicieron hermanos al instante. Manzano, que hizo de intérprete, recuerda aquel momento histórico. "No hablaron mucho. No hacía falta, porque funcionaron las miradas. Leonard sabe muy poco español y Morente poco inglés. Los dos son muy introvertidos, aunque hubo un entendimiento muy espiritual".
Omega, una obra maestra, no se terminó hasta noviembre de 1996. Cohen ya había cumplido los 60 pero Manzano, fiel a su idea, le mandó el regalo a Canadá. Cohen agradeció emocionado el presente: "Es lo más grande que nadie ha hecho por mí en toda mi vida", decía en la carta que recibió Manzano de su amigo-héroe. "Cohen quedó impactado por la transgresión del proyecto. Sus letras transportadas al flamenco convertía aquello era una obra atrevida y emocionante", continúa Alberto. "Cohen admira profundamente a Morente. Suele decir que Omega es tan grande como si Ray Charles hubiese hecho un disco versionando sus canciones".
Son las ocho de la tarde en Benicàssim y Cohen se ha puesto el sombrero. Se dirige al escenario con una copa de vino en la mano y sonríe a los que se encuentra por el camino. Media hora después, puesto en pie y frente a un público emocionado, Cohen canta First we take Manhattan -más tarde también lo hará Morente con un sobrecogedor aire flamenco-. Más: Suzanne, So lone Mariane, The future, I'm your man... Hallelujah. El vello se eriza. También el de Enrique Morente que ya ha llegado al FIB y mira la actuación desde el lateral del escenario. Los dos se miran y lanzan una cómplice sonrisa.
Llegó el momento. Morente baja del lateral del escenario por la derecha junto antes de que Cohen acabe su última canción. El canadiense baja por la izquierda. El de Granada espera impaciente y ve cómo el canadiense recupera su copa de vino y baja la rampa a su encuentro. Están a punto de abrazarse pero una chica histérica se interpone en su camino y agarra por el cuello a Cohen para que su amiga torpe amiga haga una foto. La inoportuna reportera -fuera de servicio y con alguna copa de más- retrasa de forma estúpida el encuentro mágico. La chica desaparece y los dos genios por fin se abrazan. No hablan. No hace falta. Se miran fijamente a los ojos y sonríen. Juntos se dirigen al camerino donde Morente presenta a Cohen a su hija Estrella Morente y nietos. El encuentro no dura más de 20 minutos porque Enrique debe subir al escenario. Se vuelven a abrazar. "Hasta pronto", se dicen.
Llegaba entonces el turno de Omega que sonó ayer apoteósico. Mientras el FIB bailaba a ritmo del Pequeño vals vienés, escrita por Lorca y versionada por Morente y Cohen, este último ya volaba a Ginebra para su próximo concierto. Los asistentes ingleses no daban crédito al espectáculo. ¿Morente, flamenco, Lorca, Cohen y guitarras saturadas? ¿Qué invento es éste? Quizá nunca sea la portada de una revista musical británica, pero a esto se le llama magia.
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