Por Fernando Savater en El País de 21 de octubre de 2008
Una compañera de desvelos filosóficos y querida amiga, Celia Amorós, acuñó hace años este apotegma irrefutable: si el amor no es fou, no es ni fu ni fa. Estoy seguro de que Guillermo Cabrera Infante lo hubiera suscrito sin dudar: es más, como dicen los franceses, "hubiera aplaudido con las dos manos"..., lo cual no deja de ser un exceso de entusiasmo, porque nadie puede aplaudir con una sola mano. ¡Ah, Guillermo, Guillermo el Travieso, Guillermo el Terrible, nuestro Guillermo! Con la más sublevada de las rebeldías -la que guardamos para nuestra propia muerte- sus amigos nos hacemos a la idea de su desaparición; sin embargo, en tanto lectores suyos, la resignación es sencillamente imposible. Por fortuna nunca faltan ni creo que lleguen a faltar los buenos escritores, digan lo que quieran los fastidiosos chantres de la decadencia universal: pero Guillermo el Insólito no era sólo un buen escritor sino una voz tan rabiosamente personal que ninguna otra puede sustituirla. Persona se llamó primero a la máscara, pero hoy lo personal es aquello imposible de enmascarar, la máscara sin disfraz. Guillermo el Insustituible es el Hombre Desenmascarado al que seguiremos buscando siempre, tras cada cosa y cada prosa: sub rosa.
De modo que esperábamos la novela póstuma de Guillermo con ansia y pánico: como la primera cita de amor. Su preparación editorial corrió a cargo de Miriam Gómez, así que por ese lado todos tranquilos porque no podía haber estado cuidada por mejores manos. Pero ¿y si el arte incompleto, inacabado por la zarpa de la fatalidad, se quedaba a medio camino y del encuentro con esas páginas sólo quedaba semisatisfecha la empalagosa nostalgia? Ahora ya hemos salido de dudas para entrar en éxtasis: La ninfa inconstante (ed. Galaxia Gutenberg) no es la ninfa decepcionante sino sencillamente Cabrera Infante puro y duro, entero y verdadero. No es algo que se añade a su corpus sino uno de los mejores frutos de su ánimus. El loco amor que nada sabe y todo lo busca de la primera juventud, con el retrato magistral de Estela, la adolescente diferente, indiferente, a la que Caín nunca vio reír ni sonreír, siempre seria "con una seriedad tan profunda como sólo la he visto en los niños cuando van a llorar".
Reencontrar a Guillermo, solo y verdadero, cuánto gozo. Y su Habana "que parece -aparece- indestructible en el recuerdo: eso la hace inmortal". Para algunos de nosotros, es la única Habana que hay, porque nunca quisimos ir a la otra sin Guillermo: no sin nuestro Guillermo. En cuanto a la dictadura castrista, para saber lo mala que es no hace falta viajar: basta con tratar a quienes entre nosotros simpatizan con ella. He terminado La ninfa inconstante en San Sebastián, en pleno festival de cine, como aquel que a veces compartimos con Guillermo y Miriam, con Néstor Almendros, con José Luis Guarner, con Ricardo Muñoz Suay, con tantos otros y otras. Las ninfas, por inconstantes que sean, nunca mueren pero los demás sí. Vuelvo una y otra vez a este dictamen terrible: "Virgilio se equivocó. El amor no lo conquista todo. El amor no conquista nada. Aún más, la nada lo conquista todo. La nada es omnipotente". Que no, carajo, que no.
martes, 21 de octubre de 2008
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1 comentario:
Oh, sí.
Una vez más, Savater es mi maestro.
Leí con entusiasmo y ansía la reseña de La ninfa inconstante. Me preguntaba exactamente lo mismo: ¿y si esto es un refrito posmortem, un Cabrera Infante aguado?
Ahora, ya sé que no.
Tengo un deber.
Comprar y leer.
Qué grande que te encargues de subsanar los inmensos furats del tamiz con el que yo leo la prensa.
Gracias (again).
xxx
g
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