jueves, 28 de febrero de 2008

Quien con críos se acuesta...

Por Gurutz Jáuregui en El Correo Digital de 27 de febrero de 2008

El cacareado debate Zapatero-Rajoy ha cumplido perfectamente el objetivo previsto, a saber, no aportar absolutamente nada y marear la perdiz. Ha sido un debate mas falso que un euro de hojalata, tanto en sus planteamientos como en su forma y en su contenido: el debate anti-debate. Y digo bien cuando afirmo que ése era el objetivo previsto. No es que el debate haya resultado fallido, no. Digámoslo sin tapujos. Ha cumplido perfectamente con los propósitos perseguidos por sus mentores.

En lo que respecta al planteamiento y a la forma, el cúmulo de condiciones previas establecidas ha sido tal que el debate ha nacido muerto, acartonado, ahogado de antemano. Pero de eso se trataba en definitiva. Desde hace ya tiempo, el contenido de la opinión pública y la comunicación electoral ha quedado reducido a un conjunto de símbolos o imágenes perfectamente seleccionados y diseñados de forma científica a fin de lograr el mayor impacto posible. Mostrar una imagen agradable, proyectar una sonrisa cautivadora, de un lado, y evitar de forma absoluta cualquier referencia a problemas o aspectos sustanciales que afectan a los ciudadanos: he ahí el éxito de una campaña electoral o de un liderazgo político.

El auténtico debate quedó reducido a la forma: el color del traje o la corbata de los candidatos, al diseño del plató donde iba a emitirse, si los candidatos modulaban adecuadamente o no la voz, si miraban o no a la cámara, etcétera. En una palabra, la forma se comió al contenido, dejándolo totalmente vacío. Como ya va siendo desgraciadamente habitual, los medios de comunicación y, en este caso, la televisión, han destruido más información y conocimiento del que han pretendido transmitir.

Los líderes políticos tienden a dirigirse a los ciudadanos mediante mensajes breves, simples eslóganes e, incluso, monosílabos. La presunción subyacente tras esa técnica es la de que cualquier idea no susceptible de expresarse en una única frase resulta aburrida para los apáticos e indolentes televidentes. Sobran las discusiones, aburren los argumentos, hastían las precisiones. Por eso, el lunes no vimos ni un solo argumento digno de tal nombre, ni una sola propuesta, ni la más mínima referencia al futuro. El fondo del debate quedó reducido a una discusión de patio de colegio, donde prevaleció el yo más que tú, y tú más que yo. Yo he hecho más que tú y tú eres más mentiroso que yo. No hubo posibilidad alguna de establecer una relación mínimamente racional y coherente entre los dos líderes y los ciudadanos de forma que éstos se hicieran una idea siquiera elemental de sus mensajes, sencillamente porque no hubo ningún mensaje.

Los partidos minoritarios se han quejado, con razón, de haber sido excluidos del debate. Yo creo que casi han ganado con esta exclusión. Para semejante viaje no hacían falta tantas alforjas.

Por no ser del todo negativo, el debate del lunes nos mostró no obstante algún aspecto alentador. Así por ejemplo, las excelentes cualidades poéticas de Rajoy en su nana final dirigida a una niña desconocida ('cherchez la petite fille') que nos dejó a todos con el alma en un puño. ¿Será capaz Zapatero de regalarnos algún poema en el próximo debate? He ahí la cuestión clave, el auténtico punto G del próximo debate.

Por lo demás, a lo dicho. A la mañana siguiente nos hemos levantado con los mismos problemas con los que nos acostamos la noche anterior, sólo que algo agravados. Con menos horas de sueño y con la sensación de haber sido objeto de una tomadura de pelo monumental. Ya lo dice el refrán, el que con niños se acuesta…

¿Cuándo empezó todo eso?

Por Francesc de Carreras en La Vanguardia (leído en Reggio's Weblog)

Gregorio Morán escribía en las páginas de La Vanguardia del pasado sábado que “las campañas electorales parecen pensadas para retrasados mentales“. Ciertamente, es una extendida y creciente sensación, en aumento a cada campaña que pasa.

A estos asesores en comunicación política, que hoy día tanto proliferan, ¿por qué no se les denomina asesores en publicidad electoral que, en definitiva, es lo que son? Cambiar el nombre para disimular la realidad de las cosas es una de las aficiones preferidas de los que practican el lenguaje políticamente correcto, una forma de expresión que comenzó con aquella manera tan cursi de llamar a los negros, a los muy dignos negros, hombres de color, como si los blancos, tan dignos como los negros, carecieran de él, fueran incoloros.

Pero no carguemos sobre las espaldas de estos asesores toda la responsabilidad sobre estas desquiciadas campañas ya que la cuota más importante está en los políticos: no sólo aceptan al asesor, sino que se prestan a interpretar el papel que les asigna. ¿Tenían asesores de este género Churchill y De Gaulle, Togliatti o Adenauer? ¿Seguro que Nixon perdió su debate televisivo frente a Kennedy porque se había afeitado por la mañana en lugar de poco antes de enfrentarse a su rival, como sostiene esta llamada ciencia de la comunicación política? “Del buen rasurado como factor decisivo de éxito político”. Parece una broma.

Pero Gregorio Morán alude también en su artículo a una cuestión más grave y de fondo, a un factor que influye desde hace años, muy negativamente, en la política española. “¿Cuándo votamos a favor por última vez?“, se pregunta Morán. Y prosigue: “Hubo un momento en que la gente, en España, dejó de votar a favor para votar en contra“. Efectivamente, desde hace ya un tiempo cunde la sensación de que la propaganda electoral consiste mucho más en denunciar unas supuestas maldades del contrario que en destacar las virtudes y propuestas propias, la propaganda se hace en negativo más que en positivo. Es la apelación al voto del miedo.

Añadamos un matiz. Hay una forma de atacar al contrario, al adversario, que es legítima y natural: consiste en rebatir sus argumentos, expresar tus propias preferencias como mejores que las suyas, razonar porqué son más convenientes tus propuestas que las de los demás y advertir de los perjuicios que ocasionaría la victoria del adversario. Son actitudes que forman parte del arte de polemizar y, por tanto, son un componente esencial del debate político democrático. No me refiero a esto con el voto en negativo, el voto del miedo. Me refiero a otra cosa: a ofrecer una imagen tenebrosa de los contrarios, absolutamente distorsionada respecto a la realidad, dejando entrever, sutilmente o de forma descarada, que su triunfo constituiría un peligro para el sistema democrático, una irreversible vuelta atrás que nos sumiría en el más negro de los destinos. En definitiva, que los adversarios no son tales sino que son enemigos, no basta con vencerlos en las urnas, sino que hay que eliminarlos, son enemigos del sistema y no adversarios dentro del sistema. No se busca el voto a favor por los méritos propios, sino que se pide el voto en contra para evitar que venza el enemigo que tanto miedo nos debe inspirar.

¿Cuándo empezó esta visión cainita de la política en la reciente historia democrática española? Situaría su inicio en la primera mitad de los años noventa, hace unos quince años, más o menos allá por las elecciones de 1993. En aquella época, se habían comenzado a descubrir algunos indicios de corrupción en el Gobierno socialista, especialmente la lamentable historia de los GAL, el asunto Amedo, seguro que recuerdan. Nuevos descubrimientos sucesivos aumentarían la gravedad de los hechos: el caso Roldán, los sobresueldos de los altos mandos del Ministerio del Interior y la información privilegiada utilizada en beneficio propio por el entonces gobernador del Banco de España. Fueron un conjunto de asuntos graves que acabaron dilucidándose, de forma ejemplar, ante los tribunales de justicia. Todo ello fue tergiversado por el PP al sacar una conclusión manifiestamente falsa: todos los socialistas, empezando por Felipe González, son unos ladrones, unos completos chorizos. Demencial.

Por su parte, el PSOE contraatacó también con malas artes: en la campaña electoral de 1993 exhibió un doberman, ese perro asesino, como imagen del Partido Popular y acusó a sus dirigentes de franquistas. Ahí se empezó a resquebrajar la reconciliación democrática de la transición y de nuevo, poco a poco, fue asomando el guerracivilismo, la mitificación pseudohistórica de un pasado nefasto, en el que las culpas se repartían por todos los bandos. En los años siguientes, la equiparación de PP con fascismo y de Aznar con Franco, hizo el resto. Las agresiones, algo natural.

De aquellos polvos, estos lodos. Porque ahí estamos, ahí seguimos. Peligrosamente. Señores Zapatero y Rajoy: no hagan caso a sus asesores, bajen el tono los próximos días, hagan propuestas en positivo, lleguen a algunos acuerdos, que no pasa nada. Quizás, si es eso lo que les importa, incluso pueden ganar algunos votos, evitar algunas abstenciones.

El problema més gran que té Catalunya (i Espanya). I del qual no se’n parla

Por Vicenç Navarro en su página web

Existeix un problema greu a Catalunya (i a Espanya) del qual gairebé no se’n parla i que repercuteix d’una manera clara en la qualitat de vida de la ciutadania. M’estic referint a la baixíssima despesa pública en infraestructures del país, en serveis públics tals com sanitat, educació, habitatge, escoles bressol, serveis socials i serveis d’ajuda a persones depenents (tots ells serveis que juguen un paper clau en la configuració de la qualitat de vida de la població), així com en transferències públiques com pensions i ajudes a les famílies. En realitat, la despesa pública social per habitant a Catalunya i a Espanya és una de les més baixes de la Unió Europea dels Quinze (UE-15), el grup de països de desenvolupament econòmic semblant al nostre. Aquesta pobresa de despesa pública contrasta amb la riquesa econòmica. Catalunya té ja un nivell de riquesa econòmica (que s’amida pel PIB per cápita), superior al promig de la UE-15, mentre que Espanya hi està ja gairebé al 96%.

No som pobres però, en canvi, la despesa pública social per habitant (la despesa en tots els serveis públics i transferències públiques a les quals feia referència en el paràgraf anterior) a Espanya és només d’un 62% i a Catalunya d’un 60% del promig de la UE-15. Ens gastem en aquests serveis i transferències públiques i en les seves infraestructures molt menys del que ens correspon pel nostre nivell de riquesa econòmica. Aquest és el gran problema del nostre país, del qual gairebé ningú no parla en els mitjans d’informació i persuasió.

Aquí a Catalunya, l’escassa despesa pública social i en infraestructures s’explica per l’existència d’un dèficit fiscal de Catalunya amb la resta d’Espanya, segons el qual Catalunya aporta a l’Estat espanyol més del que rep (i que hauria de rebre, una vegada coberta la quota de solidaritat amb les altres parts d’Espanya més pobres que Catalunya). No hi ha dubte que aquest dèficit fiscal existeix i hauria de reduir-se molt substancialment. Però, encara que es reduís, el problema més gran (que Catalunya i Espanya tenen una despesa pública molt per sota del que haurien de tenir pel seu desenvolupament econòmic) continuaria. En altres paraules, tot i que Catalunya rebés el 18% de tota la despesa de l’Estat espanyol en infraestructures (tal com instrueix l’Estatut), Catalunya encara tindria una despesa pública en infraestructures menor del que hauria de tenir pel seu nivell de desenvolupament econòmic. El mateix ocorre en sanitat, educació, i la majoria de serveis públics.

En el meu llibre El subdesarrollo social de Espanya explico en detall el perquè d’aquesta situació. Una resposta ràpida i breu és que les forces conservadores i liberals (les dretes) històricament han tingut i continuen tenint gran poder tant a Catalunya com a Espanya. Aquestes forces sistemàticament afavoreixen els serveis privats sobre els públics, oposant-se a un augment dels impostos (sobretot, dels progressius) i de la despesa pública. Un exemple d’això van ser les reformes fiscals pactades pel PP i CIU, que van significar una gran rebaixa d’impostos per als grups socials més rics. I en les eleccions d’ara, la baixada dels impostos és el principal component fiscal i econòmic dels partits de dreta, tant catalans com espanyols. L’evidència nacional i internacional mostra que, a menors impostos, existeix menor despesa pública.

Per a entendre aquesta situació cal recuperar el concepte de classe social, concepte que ha desaparegut en el nostre país, excepte per definir a la majoria de la població com pertanyent a les classes mitjana. En aquesta concepció de l’estructura social de Catalunya (i d’Espanya), existeixen els rics, per dalt, els pobres, per baix, i la majoria, al mig (classes mitjanes). D’aquesta concepció se’n deriva que en les enquestes que es fa als ciutadans se’ls demana si pertanyen a la classe alta, classe mitjana o classe baixa. Previsiblement, la gent respon que pertany a la classe mitjana, d’on els mitjans d’informació conclouen que la gent es considera de classe mitjana. Per desgràcia, les enquestes del Govern d’Entesa continuen utilitzant aquest esquema en les seves enquestes. És un error. Cal ser conscients que Catalunya continua tenint classes socials; burgesia, petita burgesia, classe mitjana i classe treballadora. El 58% de la població de l’àrea metropolitana de Barcelona és classe treballadora. I quan a la gent se li pregunta la seva pertinença social seguint aquesta terminologia, la majoria de la població catalana es defineix classe treballadora, una classe que no obstant això ha desaparegut del discurs polític (a la qual cosa, tal classe respon abstenint-se en el procés electoral). La burgesia, petita burgesia i la classe mitjana (professionals de renda superior) constitueixen el 30% de la població catalana, que gaudeixen de rendes superiors i tenen una enorme influència en la vida política i mediàtica del país. Inclouen als creadors d’opinió que no volen ni sentir a parlar d’augmentar els impostos, i encara menys si aquests ingressos van a finançar els serveis públics que són utilitzats en la seva majoria per la classe treballadora i per la classe mitjana (de renda mitja i baixa), és a dir, per les classes populars. Ells, el 30% de la població de renda superior, utilitza els serveis privats.

El problema amb aquesta situació és que aquesta polarització social tampoc els beneficia a ells, encara que moltes vegades no se n’adonin. Per exemple, la sanitat privada pot ser que sigui millor que la pública en molts aspectes importants com són la comoditat, el confort, o l’absència de llistes d’espera. Però la pública és molt millor que la privada en la qualitat del personal i en la infraestructura científica i tècnica, de manera que si un està malalt de debò, li aconsello que vagi a la sanitat pública. En realitat, el que es requereix és una sanitat pública multiclasista que, conservant la qualitat de la pública, tingui també la comoditat i el confort que avui es troba en la privada. Però això requereix una despesa pública sanitària molt més gran que l’actual. Catalunya (i Espanya) tenen una de les despeses públiques sanitàries per habitant més baixos de la UE-15. Aquesta situació no beneficia ni als grups més rics ni a les classes populars. I aquí està l’arrel del problema. Les classes més riques prefereixen el finançament privat sobre el públic, fins i tot en contra dels seus interessos.

El mateix ocorre en educació. La millor escola en la UE-15 és la finlandesa. Els pitjors estudiants de l’escola pública a Finlàndia tenen indicadors de qualitat millors que els millors estudiants catalans i espanyols (tant de la pública com de la privada). A Finlàndia, només un 5% d’estudiants van a l’escola privada. A Catalunya aquest percentatge és d’un 38% i a Espanya, d’un 34%. La despesa pública educativa és molt inferior per alumne a la finlandesa. Aquestes i altres dades mostren que la polarització social i la falta de solidaritat tenen un enorme cost econòmic i social per a tothom. Això és el que l’establishment econòmic, financer i mediàtic català i espanyol encara no entén!

Los costes de la inmigración

Por Vicenç Navarro en su página web


Uno de los problemas sociales que grandes sectores de las izquierdas en Europa están ignorando a un coste político elevado es el de la inmigración. La gran mayoría de partidos de izquierdas resaltan los beneficios de la inmigración, que son muchos (tales como estimular el crecimiento económico y demográfico del país) pero ignoran los costes que tal inmigración puede acarrear a corto plazo para los sectores más vulnerables de la población y que históricamente han sido los grupos que han apoyado en porcentajes mayores a los partidos de izquierdas. Estos costes no solo son económicos, que en sí ya son importantes (como la contribución de la inmigración a la estabilización, cuando no disminución de los salarios), sino también sociales: La mayoría de inmigrantes entran en el territorio español a través de los barrios obreros donde compiten con los trabajadores existentes en el país por puestos de trabajo, vivienda social, escuelas públicas, servicios sociales y otros recursos públicos. Es lógico, por lo tanto, que en un Estado como el nuestro, con gran inseguridad laboral (España es el país con mayor precariedad laboral en la UE-15, un 32% de los trabajadores tienen contratos temporales de bajo coste) y gran inseguridad social (España tiene uno de los gasto públicos sociales más bajos de la Unión Europea de los Quince), grandes sectores de la clase trabajadora se sienta amenazados por esta inmigración. Añádase a ello, los costes que conlleva a la población nativa el integrar a unas culturas distintas a las locales con valores que pueden incluso ser antagónicos a los existentes en la cultura recipiente. Ignorar estas realidades, como sectores de las izquierdas están haciendo, explica lo que ya está ocurriendo en varios países europeos, donde el votante trabajador que apoyaba antes a las izquierdas apoya ahora a las derechas, que utilizan directa o sutilmente un mensaje antiinmigrante. Esta situación se da con creces en la mayoría de países del sur y centro de Europa, donde los partidos de izquierdas están perdiendo grandes sectores del voto obrero que transfieren su apoyo electoral incluso a partidos xenófobos antiinmigrantes. No es racista el más ignorante sino el más inseguro.

Sería importante que nuestras izquierdas aprendieran de la experiencia de la socialdemocracia más avanzada en Europa, la sueca. Durante los años en los que había gran escasez de mano de obra, el gobierno sueco, resolvió este problema mediante la integración de la mujer al mercado de trabajo, lo que necesitó de la creación de una gran red de servicios públicos – escuelas de infancia y servicios domiciliarios – que permitieran a la mujer compaginar sus responsabilidades familiares (compartidas con su compañero) con su proyecto personal. Una vez tal incorporación tuvo lugar (el 82% de la mujer adulta sueca trabaja) se abrió el país a la inmigración, priorizando a la procedente de países con grandes afinidades culturales con Suecia como es Finlandia (la mitad de los inmigrantes proceden de aquél país).

Uno de los elementos más importantes que explican el éxito de la integración de aquella inmigración en aquel país fue la prohibición de salarios bajos por parte del Estado. El mercado de trabajo sueco está altamente regulado y no se permitieron salarios bajos. Y la otra medida que garantizó el éxito de las políticas de inmigración fue una política de vivienda universal, con vivienda pública (de elevada calidad) que competía con la privada y que estaba abierta a todos los sectores de la sociedad sin estar condicionada a la renta del solicitante. En total se construyeron 1 millón de viviendas en diez años (1965 – 1975) en un país que entonces tenía siete millones de habitantes. El gobierno conservador liberal sueco elegido recientemente está privatizando todas esas propiedades, facilitando la fragmentación social de la vivienda, desregulando a su vez el mercado de trabajo a fin de facilitar la aparición de un sector de bajos salarios, abriendo además el país al inmigrante económico, medida que va acompañada de otras medidas antisindicales.

En España, el mundo empresarial quiere que se facilite la inmigración pues quiere segmentar el mercado de trabajo. De ahí que la alternativa de izquierdas tuviera que ser un apoyo al inmigrante, (luchando para que toda persona que vive en el país tenga los mismos derechos, dificultando la polarización laboral y social) a la vez que desalentara y dificultara la inmigración como solución al problema de escasez de mano de obra. Es un error el promover la inmigración en mercados muy desregulados y con escasa protección social como es el español.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Nunca es tarde para cambiar

Por Soledad Gallego-Díaz en El País de 27 de febrero de 2008

Es difícil imaginar un debate electoral entre los candidatos a presidente del Gobierno de cualquiera de los grandes países europeos en el que no se mencione ni una sola vez el futuro de la Unión Europea. Imposible pensar en un debate electoral en Francia, Italia o Alemania en el que se analice y se hagan previsiones sobre la situación económica a medio plazo sin que los interlocutores aludan a las importantes decisiones que se habrán de tomar en el seno de la UE. Parece raro, pero eso fue exactamente lo que pasó durante el debate de la noche del lunes entre Rodríguez Zapatero y Rajoy. (¿Alguien se acuerda de que en la próxima legislatura, 2010, España tendrá que hacerse cargo de la presidencia de la Unión?). Esa fue una de las cosas extrañas del debate. Pero hubo otras. A primera vista, llamó la atención la absoluta falta de interés de los dos políticos por explicar sus planes y propuestas para los próximos cuatro años. Dándole una segunda vuelta, resulta casi igual de llamativo el hecho de que el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición analizaran el pasado manejando estadísticas absolutamente distintas sobre las mismas cosas. Quizás, si el formato hubiera sido otro y se hubiera permitido hacer su trabajo al propio Campo Vidal o a un grupo de periodistas (bien preparados e informados) hubiera sido posible aclarar a los confundidos espectadores que, por ejemplo, los dos candidatos se referían en algunos casos a periodos diferentes y en otros, a series parciales o totales, a su conveniencia. Quizás, un periodista les hubiera obligado a precisar mucho más el debate sobre la inmigración, insinuado de forma tramposa y peligrosamente demagógica por el candidato Rajoy, e insuficientemente contestado y aclarado por el presidente Rodríguez Zapatero. La cuestión ahora es plantearse si el segundo y último debate, el día 3, va a seguir por el mismo rumbo o si hay tiempo para modificarlo. Claro que es posible que se haya perdido ya una magnífica ocasión de atraer y emocionar a los ciudadanos. Nadie puede garantizar que en el próximo encuentro se alcance una audiencia tan formidable como la del lunes.

El derecho político al desprecio

Por Gregorio Morán en La Vanguardia de 23 de febrero de 2008 (leído en Reggio)

Llevamos treinta años votando y hoy, recién inaugurado el festival del idiota -las campañas electorales parecen pensadas para retrasados mentales-, me gustaría hacerles una pregunta personal, íntima, sin exigencia de respuesta rápida. ¿Cuándo fue la última vez que usted votó a favor de algo? Aclaro que no estoy preguntando cuándo votó por última vez, sino cuándo votó en positivo. ¿Acaso fue la primera vez que metió la papeleta en las urnas, mientras le temblaban las manos, mitad por emoción mitad por inexperiencia, como me ocurrió a mí mismo?

Aquel 15 de junio del 77 ¿fue la primera y última vez que usted votó en conciencia por lo que quería, por lo que le ilusionaba, en fin por todo aquello que se le había acumulado en la vida y que tenía la intención de expresarlo metiendo una papeleta por la ranura de una caja de plástico transparente?

¿O sucedió luego, en el esperanzado octubre de 1982, cuando los socialistas barrieron con el club del misal y la cursilería en el que se había convertido la UCD de Landelino Lavilla? ¿No se acuerdan ustedes de aquella imagen buñuelesca de Landelino bailando con su señora, en plena campaña electoral? Antes, cuando lo recordaba, lloraba de risa, ahora, si la evoco, siento vergüenza ajena.

¿Cuándo votamos a favor por última vez? En esencia hubo un momento en que la gente, en España, dejó de votar a favor para votar en contra.

¿Cuántas elecciones se lleva votando a unos para que no ganen los otros? Desde hace mucho tiempo, demasiado para los treinta años de experiencia democrática. Las elecciones en España, no sólo las generales sino las autonómicas, se han convertido en auténticos ejercicios colectivos de vudú. Se mete la papeleta en la urna para castigar al adversario. La invención del Partido Popular como gravoso peligro para la convivencia, por ejemplo, ha tenido notable éxito en el País Vasco y Catalunya; es al tiempo que un hallazgo mediático, un lujo para cualquiera de los otros partidos nacionalistas, tan conservadores o más que el propio Partido Popular. Por ejemplo, tengo yo serias dudas sobre quién es más conservador, si Mariano Rajoy o Duran Lleida; me bastaría contrastar los lemas de campaña sobre la emigración de uno y otro, para encontrarme con gemelos univitelinos.

Yo no podría votar por Zapatero, sencillamente porque me avergüenza. Yo siempre pensé que la política era un asunto serio para gente curtida y voluntariosa. El combate Hillary-Obama, por ejemplo. Un personal que se lo curra, que tiene a los medios de comunicación mirándoles el dobladillo de la ropa interior, donde cometer un error no se permite impunemente. Es verdad que la democracia norteamericana puede dar productos caducados, auténticos desechos de tienta, pero eso le pasa a cualquiera en un momento torpe de la historia. No soy un experto en política norteamericana, pero si a alguien en algún lugar de nuestro entorno se le ocurriera la genialidad etílica del dedito en forma de garfio sobre la ceja izquierda, lo más probable es que le nombraran ejecutivo en los casinos de Las Vegas.

A mí con Zapatero, lo confieso, me ocurre como con Maragall o el lehendakari Ibarretxe. No entiendo cómo unos personajes así han llegado a ser considerados referentes de algo. No creo que nadie haya descrito este tipo de individuo con la minuciosidad con que lo hizo un buen conocedor del paño, y notable impostor, que fue Jercy Kosinski en su magistral relato En el jardín; sirvió para el filme inquietante que protagonizaba Peter Sellers, ¡Bienvenido, Mr. Chance! No es nada personal, es una cuestión de Estado. Esa gente la considero un peligro. Yo aún estoy esperando, perplejo y desolado, una explicación sobre un montón de cosas que se ha ido dejando caer esa especie de Trío de los Panchos, llenos de ideas de bombero; con permiso del benemérito cuerpo. La llamada y caducada negociación con ETA no es agua pasada, sino una prueba de irresponsabilidad, en la que me la bufa lo que pueda pensar el Partido Popular; otros genios que se fueron a Suiza a charlar, hasta que se dieron cuenta de que les estaban tomando el pelo. Porque el problema capital de la clase política española respecto a ETA, y en esa clase incluyo a partidos veteranos como el PNV y a gregarios de menor cuantía como Carod-Rovira, está en determinar el tiempo que tardan en detectar que les están tomando el pelo, un pelo carísimo en sangre y alternativas.

Yo no puedo votar a Zapatero, porque no soy artista, ni me gusta la poesía de Benedetti -¡manda cojones sacar ahora a Benedetti del armario!-. Zapatero tiene un aroma a Artur Mas, todo huele a retórica, no se cree una puta palabra de todo lo que dice, o se lo cree mientras lo dice, pero ni un minuto más. Hoy juran, mañana van al notario, al otro día hacen declaraciones volcánicas que si alguien se las tomara en serio darían un vuelco al país. Tampoco puedo votar a Rajoy ni al PP, no sólo por trayectoria sino porque me basta verle en ese calvario, crucificado entre dos delincuentes políticos como Acebes y Zaplana -un delincuente político es aquel tipo que después de haber burlado todas las leyes de la decencia, no ha encontrado aún el juez social que le encause por estafa ciudadana-, junto a un espécimen como Pizarro, cuya única preocupación en su vida, hasta el día de hoy, ha sido forrarse.

Y ahí estamos, discutiendo contra quién se debe votar. El macizo de la raza hispana duda de Rajoy -¡ay esos gallegos indecisos, si volviera Aznar, el sin dudas!-, pero votará contra Zapatero. Los votantes zapateriles -¡cuánto dinero se ha distribuido entre la inteligencia hispana; sólo Esquerra Republicana alcanzó tan altas cotas en el aplec de Frankfurt!- dudan del fuste de ese chico, al que le falta un hervor, pero votarán contra el PP. ¿Y el mundo fantástico del tripartito catalán, qué hará? Los muchachos y muchachas de Esquerra, unidos sobre todo por el erario público, se decidirán contra la gran meada española, última aportación del fino teórico Carod-Rovira el caganer, famoso por su arrojo. Iniciativa per Catalunya i els Verds, en su aspiración por convertirse en un club vacacional, rutes a peu i en bicicleta, se paseará en vehículo ecológico. Cada vez que contemplo el aspecto de seminarista rebotado de ese chico de la bicicleta, me viene a la memoria lo que fue el PSUC en este país y me cuesta creerlo.

Opciones. Puede usted votar contra Rajoy, puede usted votar contra Zapatero, puede usted votar algo del tripartito y darle una patada a Mas en el culo de Duran Lleida. Puede usted votar contra todos un poco y seguir siendo constitucional. Incluso regalarle el voto a Llamazares, un médico en cuyas manos no pondría mi salud ni loco. Si vota en blanco, ya sabe que es la opción defendida por dos talentos estratégicos de larga trayectoria, Maragall y Barrera. Yo le sugiero algo muy sencillo y sin ningún futuro. El efecto le durará apenas una noche, la que sigue a los resultados electorales. No vaya a votar. Ni siquiera se mueva.

Castígueles con su desprecio. Le puedo asegurar que como ciudadano no va a variar en nada su vida si gana uno o gana otro, todo lo más sufrirá viendo la cara de Zaplana, no muy diferente de la de Blanco, o al revés, y como ninguno conseguirá la mayoría absoluta, podrá gozar de una escena memorable: cómo, al día siguiente del voto, todos se mostrarán dialogantes, integradores y comprensivos con sus adversarios. España se está haciendo italiana. La casta, hay quien la llama la costra, domina la situación y usted ha de asumir que, además de tocarle sus partes íntimas durante los días que quedan hasta el próximo 9, además, digo, creerán que le gusta. Porque si no protesta, se entiende que es porque le place. Por eso, el desprecio debería ir tomando carácter de derecho político. Nos faltan aún formas de manifestarlo, pero esta ocasión viene como regalada, porque nada es tan obvio como explicar que los intereses que unen a Zapatero con Rajoy, y a Carod con Acebes, son un vínculo mucho más poderoso que sus obligaciones con nosotros.

viernes, 8 de febrero de 2008

Algo está muy errado

Por Soledad Gallego-Díaz en El País de 8 de febrero de 2008

El candidato del Partido Popular, Mariano Rajoy, se ha declarado dispuesto a exigir a los inmigrantes que firmen un "contrato de integración" en el que se comprometan a aprender español, a respetar las costumbres de su país de acogida y a regresar a su país de origen si no encuentran rápidamente un nuevo empleo. Afortunadamente, nada de esto parece fácil desde el punto de vista de los principios recogidos en la Constitución española, que fue redactada en una época en la que los políticos aún recordaban a los emigrantes españoles en medio mundo, y aún compartían lo que dijo, en su día, en su defensa, el escritor Max Frisch: "Suiza ha pedido trabajadores y le han llegado seres humanos".

Ningún político medianamente sensato, conservador o socialdemócrata, exigió a los obreros españoles en Alemania o Suiza, o a los camareros y camareras que inundaron en los años sesenta y setenta los restaurantes y hoteles del Reino Unido, que aprendieran su lengua, más allá de un vocabulario de estricta supervivencia; nadie les obligó a respetar costumbres que no figuraran en las leyes y nadie amenazó con echarles del país a las primeras de cambio. Nadie les echó miserablemente en cara el dinero del que se privaban ellos mismos para enviárselo a sus familias y nadie les acusó de acudir a los médicos de la Seguridad Social, que estaban pagando como cualquier otro ciudadano.

Los emigrantes españoles hicieron lo que deben hacer ahora los inmigrantes que recibimos: comportarse ejemplarmente en el cumplimiento de la ley y exigir a cambio el escrupuloso respeto de sus derechos. Nadie sensato exige a las mujeres musulmanas recién llegadas a España que compartan nuestras costumbres, como nadie exigió a las españolas que trabajaban en Suecia en los años sesenta que compartieran los usos locales. Lo que teníamos, y tienen ellas, que compartir, ineludiblemente, son los mismos derechos y las mismas obligaciones.

¿De dónde ha salido alguien como el secretario de Economía del PP, Miguel Ángel Arias Cañete, para atreverse a decir que el colapso en las urgencias de los hospitales públicos se debe a que los inmigrantes han descubierto "la grandeza" del sistema sanitario español? Cuánta ignorancia o cuánta mala fe en alguien que debería saber de primera mano lo que está ocurriendo en esos servicios de urgencias: precisamente, el deterioro de esa "grandeza", es decir la falta de adecuación entre los medios y de las dotaciones económicas de la sanidad pública y el número de usuarios. Es innoble pretender convencer a un enfermo que acude a la Seguridad Social de que su problema es que hay 20 inmigrantes en la lista por delante de él, cuando la cuestión no es esa, sino la falta de médicos para atender a los 21 de la cola. Es infame hacer competir por las prestaciones sociales a los más desafortunados económicamente en lugar de arbitrar los medios para atender a ciudadanos con los mismos derechos.

Las ocurrencias son una desgracia en las campañas electorales pero todavía mucho peor es manipular insensatamente material altamente inflamable. ¿Qué pretende el PP? ¿Si gana las elecciones restringirá a los inmigrantes el derecho de uso de las urgencias? Y si las pierde, ¿intentará movilizar a la opinión pública para reclamar medidas semejantes?

Los estrategas electorales del Partido Popular parecen desconocer la capacidad de movilización que todavía tiene en una parte del electorado español la amenaza de reducción de derechos. Quizás dentro de unos años no sea así, sobre todo si la propia izquierda no es capaz de contrarrestar inteligentemente ese mensaje de miedo y de establecer los mecanismos políticos y económicos necesarios para evitar el deterioro de los servicios y prestaciones públicas. Quizás termine la izquierda comportándose con tanta ceguera como lo hizo, por ejemplo, la izquierda francesa en los años ochenta. Pero, de momento, la memoria todavía debería permitirnos a los españoles en general conservar un poco de decencia.

La misma que reclamaba el pasado día 26 de enero, tras su victoria en las primarias de Carolina del Norte, el candidato demócrata norteamericano Barack Obama. "Hay que oponerse a la idea de que es aceptable decir o hacer lo que sea para ganar una elección... Eso es exactamente lo que está equivocado en nuestra política", aseguró Obama.

Ésa es una lección democrática de aplicación universal. Lo que necesitamos los ciudadanos no es que los políticos nos planten ante la cara el espantajo de una inmigración sobre la que se han basado años de crecimiento y prosperidad económica, sino que nos expliquen, con cifras y con propuestas concretas, qué piensan hacer para acortar las listas de espera en la sanidad pública (con inmigrantes incluidos), qué piensan hacer para mejorar la calidad de la enseñanza (con inmigrantes en las aulas) y qué piensan hacer para asegurarse el mantenimiento de las prestaciones sociales básicas. El resto, en un lado o en otro, es pura fantochada. solg@elpais.es

miércoles, 6 de febrero de 2008

Los cristianos, los marxistas y la opulencia

Por Esther Tusquets en El País de 27 de enero de 2008

Hay frases que oigo y leo muy a menudo, sin que suelan suscitar protestas, y que a mí me sorprenden. Aunque lo cierto es que casi siempre también las dejo pasar en silencio, porque da pereza a cierta edad ponerse a discutir algo que para uno es obvio y que le hace sospechar en el otro tan distintos puntos de vista que toda discusión va a resultar inútil, dado que sólo es fructífera la polémica si se parte de una mínima base común.

Algunas de esas frases, muy similares todas ellas, pretenden descalificar a intelectuales, artistas, políticos y ciudadanos de a pie que se autodefinen como "de izquierdas" por llevar una vida supuesta o realmente opulenta, como si esta contradicción les quitara toda credibilidad. Se habla y se escribe sobre "suntuosas" quintas de recreo, piscina "climatizada", coches "espectaculares", yates "de lujo", etcétera, de muchos famosos que militan en el socialismo o en el comunismo. Entiendo estas agresiones en gente humilde, irritada por las enormes diferencias que se dan en nuestra sociedad, pero no suelen partir de ellas, sino de personas acomodadas, conservadoras y con gran frecuencia cristianas. Y de ahí nace mi perplejidad.

Confieso haber leído con mayor detención los Evangelios que los textos marxistas, y la doctrina de Cristo respecto a la riqueza es diáfana y no permite equívocos ni malentendidos. No sólo elige nacer y vivir entre los humildes, no sólo exige a los apóstoles que lo abandonen todo y le sigan, no sólo se muestra por primera y acaso única vez enfurecido, y llega por primera y única vez a la violencia física, al echar a los mercaderes del Templo (¿qué violencia no emplearía contra los dignatarios de su Iglesia, que han acumulado a lo largo de dos mil años riquezas incalculables?), no sólo hace de la caridad (que no se centra en lo material, pero tampoco lo excluye) el centro de su doctrina, sino que pronunció una sentencia terrible: "Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que entre un rico en el Reino de los Cielos".

Y a los cristianos ricos, que deberían sentirse, me parece a mí, aterrorizados, no se les mueve un pelo (tal vez piensen que Cristo estaba aquel día de mal humor, que se pasó de rosca, que no hay que tomarlo todo al pie de la letra), y se permiten, en cambio, criticar las quintas y las piscinas y los coches y los yates de los pocos miembros de la izquierda que acceden a ellos.

Es cierto que las teorías marxistas postulan como objetivo una mayor, acaso total, igualdad entre los hombres, pero no invocan para ello la caridad sino la justicia. No se trata de que los ricos repartan generosamente sus bienes, sino de establecer, por medios más o menos violentos, un sistema más justo. Y en esta lucha, cuyo protagonista principal es sin duda el proletariado, participan asimismo miembros de las clases sociales elevadas, que estarán en falta si sus negocios son ilícitos, si eluden impuestos, si explotan a sus obreros y empleados, si cometen abusos de poder, pero no tienen por qué rendir cuentas de su nivel de vida. Determinados lujos, en un mundo donde tanta gente muere de hambre, harán que se sientan más o menos incómodos, pero es un problema íntimo y personal, que nos atañe a muchos, que genera una mala conciencia que cada cual resuelve como puede, y que nos quita algunas noches -no tantas como estaría justificado- el sueño.

El hombre de izquierdas no tiene como misión repartir sus bienes, ni sentar en su mesa a los mendigos; su misión es luchar para que se instaure en el planeta Tierra un orden más justo, menos brutal y menos insensato. Y, cuando se trata de un hombre rico, esta lucha va contra sus propios intereses. A esos tipos tan criticados por sus casas y sus coches y sus yates les sería más favorable militar y votar en un partido de la derecha. Pero no lo hacen, y ahí radica su coherencia. Y por eso creo que se les debe un respeto. Sobre todo por parte de personas optimistas y pudientes que creen que para ellas se abrirán de par en par las puertas del Reino de los Cielos, aunque no hayan visto todavía, ¡qué extraño!, pasar un camello por el ojo de una aguja.

domingo, 3 de febrero de 2008

Una máquina del tiempo

Por Antonio Muñoz Molina en Babelia de 2 de febrero de 2008

Hermosas máquinas arcaicas relucen esta mañana de niebla en las vitrinas de la Residencia de Estudiantes. Parecen máquinas e instrumentos futuristas de hace un siglo, tan cercanas a la literatura como a la ciencia, a las fantasías científicas de Julio Verne o de H. G. Wells. Parecen máquinas fantásticas pero también están hechas con un refinamiento y una nobleza artesanas que nos recuerdan los instrumentos musicales: el mismo brillo de la madera bruñida y de los metales dorados, las formas meticulosas, la elegancia abstracta. Un largo estuche de reglas calibradoras de vidrio podría haber guardado una flauta; un largo termómetro destinado misteriosamente a medir el intervalo de un grado me recuerda esas copas de cristal para las que Mozart escribía partituras de una extraña sutileza acústica. Una urna con armazón de madera barnizada y paredes de cristal guarda en su interior una balanza y otros aparatos que mi ignorancia no identifica: podría ser una máquina del tiempo, o al menos su versión todavía experimental, que permitiría a su inventor enviar al pasado o al futuro pequeños animales, ratones o cobayas de laboratorio. Pero la sensación de futurismo antiguo la da mejor que ningún otro el objeto más bello y más raro en esta galería, una esfera de cristal que se prolonga en dos tubos y tiene en su interior filamentos metálicos, como una bombilla gigante y algo estrambótica: es un tubo de rayos X de hacia 1920, y podría formar parte de los circuitos necesarios para poner en marcha la máquina del tiempo, pero perteneció al Instituto Nacional de Física y Química en esa época en la que la investigación científica española estaba tan llena de promesas como la literatura.

Los fantasmas con los que uno suele cruzarse en la Residencia -especialmente si la visita a una hora despoblada, en una mañana invernal de niebla- suelen ser fantasmas literarios, sobre todo a causa de la falta de imaginación y de curiosidad intelectual de quienes nos dedicamos a los oficios de las letras. Hoy yo me encuentro con otros, no menos dignos de memoria, no menos trastornados en sus vidas por una Historia que de pronto se volvió inhabitable y sangrienta: químicos, físicos, neurólogos, cardiólogos, educadores, arquitectos, eruditos, hombres y mujeres que optaron sobriamente por dedicarse cada uno a un campo de estudio en el que la paciencia de la investigación y la felicidad de cada hallazgo mínimo se correspondía con una vocación de mejorar el país y de volverlo más ilustrado, más razonable y más justo. En filmaciones fragmentarias los fantasmas cobran una cercanía sobrecogedora. No vemos a Ramón y Cajal, a Menéndez Pidal o a Américo Castro en la inmovilidad sin tiempo de las fotos: se mueven, pasan las páginas de un libro, en un despacho desordenado de papeles; Ramón y Cajal está mirando por un microscopio y de pronto se vuelve y su mirada se encuentra con la nuestra, como si hubiéramos irrumpido en el laboratorio donde sigue trabajando a pesar de sus años, en un momento exacto de 1933.

En un país donde arrecian cada vez más las conmemoraciones de hechos brutales más o menos ficticios que sirven para alimentar orgullos de tribu, está bien que se celebre el centenario de la Junta de Ampliación de Estudios con una exposición tan poco enfática, tan llena de delicadeza, casi de sigilo, como si se hubiera querido continuar el espíritu de aquella institución que se propuso llevar a cabo unas cuantas tareas no muy llamativas pero sí muy necesarias: ayudar a que los investigadores pudieran viajar a otros países para ensanchar la inteligencia y aprender lo que aquí no era posible; crear escuelas limpias de oscurantismo; descubrir y preservar los testimonios más valiosos de la cultura popular. La evidencia del atraso y de la injusticia que padecía el país no empujaba a aquellos fantasmas queridos a la exasperación ni al fanatismo político. Más que las palabras importaban los hechos; más que los propósitos desaforados y los delirios milenaristas hacían falta proyectos razonables, empeños útiles que al irse cumpliendo mejorarían gradualmente el mundo.

En casi todas las conmemoraciones españolas hay un elemento arrojadizo. Nos tiramos fechas a la cabeza como si nos tiráramos guijarros afilados. Lo que se conmemora en la Residencia de Estudiantes no es ningún motín, ninguna matanza, y por eso la fecha corre el peligro de quedarse diluida. Lo que ocurrió en 1907 no da para hacer películas de heroísmo furioso y gran despliegue de extras vestidos con uniformes de época, ni para fortalecerle a nadie el victimismo y el narcisismo de una identidad colectiva. Los hechos decisivos tienden a ser invisibles: sin el trabajo de la Junta de Ampliación de Estudios algunas de las mejores cosas que han sucedido en España a lo largo de un siglo no habrían llegado a existir; Lorca, Buñuel y Dalí no se habrían encontrado, porque no se habría fundado la Residencia de Estudiantes; Severo Ochoa no habría tenido la carrera científica que lo llevó al Premio Nobel; Antonio Machado no habría viajado a Francia, ni José Ortega y Gasset a Alemania; Menéndez Pidal o Américo Castro no habrían tenido el aliento necesario para sus investigaciones históricas.

Miro en las vitrinas los cuadernos escolares de niños que estudiaron en el Instituto-Escuela, fundado por la Junta: sobre las hojas rayadas hay redacciones y ejercicios de limpia caligrafía, dibujos coloreados que muestran la germinación de una semilla o un paisaje africano con un elefante, la forma de una hoja o del ala de una mariposa. Algunos de esos niños, tan fantasmales ya como sus profesores y como el mundo en el que crecieron, se ven sentados en las aulas, con sus flequillos y sus pantalones cortos de niños muy antiguos, o corriendo o jugando al fútbol por los patios, contra un fondo de espacios diáfanos y ángulos rectos de arquitectura moderna. Niños y niñas educándose juntos como si ya vivieran en un país igualitario y clemente que en realidad no existía más allá de los patios de la escuela, sin saber que crecían para convertirse en carne de cañón al cabo de unos pocos años, algunos de verdugos y otros en víctimas, la mayor parte en supervivientes acongojados y atónitos.

Importa obrar con rectitud y meditar lo que se hace porque las consecuencias de cualquier acto pueden ser ilimitadas. Un amigo mexicano visita conmigo la exposición: él se educó en el colegio Madrid, al que ahora van sus hijos, y que fue fundado por algunos de aquellos maestros que tuvieron que irse al final de la guerra, irradiando tan lejos el sueño realizable de la instrucción pública. Desde las escaleras de ladrillo de la Residencia imaginamos las perspectivas abiertas de Madrid y de la sierra que se verían hace setenta años, cuando faltaba mucho para que su horizonte quedara cerrado por edificios hoscos. En una máquina del tiempo quisiéramos viajar aunque sólo fuera durante unos minutos a una mañana de enero parecida a ésta, en la que se escucharan a través de la niebla las voces jóvenes de las jugadoras de hockey o las lanzadoras de jabalina que hemos visto en las imágenes silenciosas de un documental.

El laboratorio de España. La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (1907-1939). Hasta el 2 de marzo. Residencia de Estudiantes. Madrid