Por Gurutz Jáuregui en El Correo Digital de 27 de febrero de 2008
El cacareado debate Zapatero-Rajoy ha cumplido perfectamente el objetivo previsto, a saber, no aportar absolutamente nada y marear la perdiz. Ha sido un debate mas falso que un euro de hojalata, tanto en sus planteamientos como en su forma y en su contenido: el debate anti-debate. Y digo bien cuando afirmo que ése era el objetivo previsto. No es que el debate haya resultado fallido, no. Digámoslo sin tapujos. Ha cumplido perfectamente con los propósitos perseguidos por sus mentores.
En lo que respecta al planteamiento y a la forma, el cúmulo de condiciones previas establecidas ha sido tal que el debate ha nacido muerto, acartonado, ahogado de antemano. Pero de eso se trataba en definitiva. Desde hace ya tiempo, el contenido de la opinión pública y la comunicación electoral ha quedado reducido a un conjunto de símbolos o imágenes perfectamente seleccionados y diseñados de forma científica a fin de lograr el mayor impacto posible. Mostrar una imagen agradable, proyectar una sonrisa cautivadora, de un lado, y evitar de forma absoluta cualquier referencia a problemas o aspectos sustanciales que afectan a los ciudadanos: he ahí el éxito de una campaña electoral o de un liderazgo político.
El auténtico debate quedó reducido a la forma: el color del traje o la corbata de los candidatos, al diseño del plató donde iba a emitirse, si los candidatos modulaban adecuadamente o no la voz, si miraban o no a la cámara, etcétera. En una palabra, la forma se comió al contenido, dejándolo totalmente vacío. Como ya va siendo desgraciadamente habitual, los medios de comunicación y, en este caso, la televisión, han destruido más información y conocimiento del que han pretendido transmitir.
Los líderes políticos tienden a dirigirse a los ciudadanos mediante mensajes breves, simples eslóganes e, incluso, monosílabos. La presunción subyacente tras esa técnica es la de que cualquier idea no susceptible de expresarse en una única frase resulta aburrida para los apáticos e indolentes televidentes. Sobran las discusiones, aburren los argumentos, hastían las precisiones. Por eso, el lunes no vimos ni un solo argumento digno de tal nombre, ni una sola propuesta, ni la más mínima referencia al futuro. El fondo del debate quedó reducido a una discusión de patio de colegio, donde prevaleció el yo más que tú, y tú más que yo. Yo he hecho más que tú y tú eres más mentiroso que yo. No hubo posibilidad alguna de establecer una relación mínimamente racional y coherente entre los dos líderes y los ciudadanos de forma que éstos se hicieran una idea siquiera elemental de sus mensajes, sencillamente porque no hubo ningún mensaje.
Los partidos minoritarios se han quejado, con razón, de haber sido excluidos del debate. Yo creo que casi han ganado con esta exclusión. Para semejante viaje no hacían falta tantas alforjas.
Por no ser del todo negativo, el debate del lunes nos mostró no obstante algún aspecto alentador. Así por ejemplo, las excelentes cualidades poéticas de Rajoy en su nana final dirigida a una niña desconocida ('cherchez la petite fille') que nos dejó a todos con el alma en un puño. ¿Será capaz Zapatero de regalarnos algún poema en el próximo debate? He ahí la cuestión clave, el auténtico punto G del próximo debate.
Por lo demás, a lo dicho. A la mañana siguiente nos hemos levantado con los mismos problemas con los que nos acostamos la noche anterior, sólo que algo agravados. Con menos horas de sueño y con la sensación de haber sido objeto de una tomadura de pelo monumental. Ya lo dice el refrán, el que con niños se acuesta…
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