Por Rodrigo Fresán, en Radar
Lloyd Cole es uno de los cantautores más inspirados en actividad: su trabajo en los ’80 con The Commotions ya era memorable, pero desde entonces su lirismo, su ironía y su delicadeza emocional no dejan de sorprender y abrigar. Ahora, tres discos en vivo en la BBC permiten repasar una carrera dedicada a las sutiles y lacerantes intermitencias del corazón. De yapa, otros dos discos de jóvenes y dignos colegas de ruta: Richard Hawley y Micah P. Hinson.
Hay música que –lo sabemos desde el vamos, porque no es otra cosa que la música de fondo del mundo, el soundtrack de la especie– nos acompañará para siempre. Música de fondo para la película de nuestra existencia tribal. Bach o Beatles en un Winco, Walkman, Discman, iPod o lo que venga. Da igual: siempre estará allí esa música y por lo general –hablo de mi caso, de mi generación– es música para siempre moderna que, por cuestiones de tiempo y espacio, nos viene de arriba, de nuestros mayores y a la que llegamos, felices, pero con la película irremediablemente empezada o cortada por razones de fuerza mayor como muertes y adioses.
Más interesante es el caso de la música de fondo privada, la que escucha uno por primera vez justo en el momento en que esa música empieza a escucharse por primera vez y que –de algún modo– intuimos será música que seguiremos oyendo hasta el último de nuestros días. La música que, sentimos, fue pensada para que nada más uno la oiga y la descubra. Conozco a amigos que les pasó algo así con The Cure o con Interpol. A mí me pasó, una noche de 1984, en una fiesta, cuando paré la oreja para atrapar mejor una canción que hablaba de una chica que "Tiene pómulos como geometría y ojos como pecado / Y es iluminada sexualmente por Cosmopolitan". Y seguí escuchando y en las siguientes canciones alguien explicaba que estaba "trabajando en mi gran novela inconclusa" y se hablaba de amigos que habían tenido "una sobredosis de Leonard Cohen" y de que "Nosotros los académicos no somos fáciles de desanimar / Lloyd, ya sabes que te dan tres frases ingeniosas por una libra" y de separaciones donde la chica metía sus cosas en un Citroën 2CV y adiós y se confesaba que "Creo en el amor, creo en cualquier cosa" y, al final, se nos preguntaba si "¿Estás listo para tener el corazón roto?" no sin antes ofrecernos un consejo de despedida: "Apóyate contra una biblioteca si de verdad quieres enderezarte". Y yo me acuerdo que pregunté, por Dios, qué era eso. Y me dijeron que era el nuevo y primer disco de una banda escocesa, que se llamaba Lloyd Cole & The Commotions y que el nombre del álbum era Rattlesnakes: debut perfecto y snob a la vez que sensible y sentimental y probablemente el único disco en toda la historia de la humanidad que haya mencionado o vaya a mencionar en sus letras a Truman Capote y a Norman Mailer. Y me mostraron un cassette importado. Y cuando se acabó y pusieron otro y nadie miraba, yo deslicé ese cassette con elegancia lloydcoleana en uno de mis bolsillos. ¿Y qué?
Y aquí estoy, 23 años más tarde, y lo sigo escuchando (no al cassette pero sí a lo que ese cassette contenía) como si fuera la primera vez pero con el valor y placer añadido de ahora saber perfectamente quiénes son y qué es todo eso.
Amigo flamante
Y así fue como me fui comprando los otros dos discos que sacó esa banda y todos los solistas de Lloyd Cole que siguieron después y no me pierdo ninguno de sus conciertos casi secretos cada vez que viene a Barcelona y volví a comprarme la edición conmemorativa y de-luxe y rebosante de bonus-tracks de Rattlesnakes que salió en el 2004 y hasta pensé muy seriamente en subirme a un avión para asistir a la breve reunión de Cole con los suyos ese mismo año.
Y acabo de ir a buscar los recién aparecidos Lloyd Cole & The Commotions: Live at the BBC Volume One, Lloyd Cole & The Commotions: Live at the BBC Volume Two y Lloyd Cole: Live at The BBC. Tres compact-discs dobles recopilando actuaciones en vivo en estudios y en festivales para ser posteriormente emitidos por la emisora en cuestión. Y, sí, hay algo de inquietante en que un artista que creció mientras uno envejecía –emitiendo despachos que comienzan como tórridos blues estudiantiles hasta alcanzar la crisis de la mediana edad y descubrir que esa chica que entra al bar ya no te mueve un pelo– edite artefactos nostálgicos convirtiendo, automáticamente, nuestra juventud en algo fácil de datar y de ubicar en un determinado y preciso instante. No es grave, nadie se salva y queda el consuelo de mantener o de recuperar algo de todo aquello diciéndonos que escogimos bien, que estuvimos y que seguimos estando en buena compañía.
El primero de los cds se ocupará de recuperar, en vivo, la totalidad de Rattlesnakes ("Cuando éramos tan anti-rock'n'roll, sacos de corderoy y zapatos de gamuza" comenta Lloyd Cole en las tan graciosas como incisivas liner-notes) e incluye un antológico concierto en el Hammersmith Palais. El Volume Two se concentra en el muy exitoso –cortesía del acelerado single "Lost Weekend"– Easy Pieces (1985), que a la banda nunca le gustó mucho por las prisas para capitalizar el buen momento y la producción de los creadores del Sonido Madness. Pero lo mismo incluye momentos perfectos como "Rich" y "Pretty Gone" y "Cut Me Down" (ideales para incluir en un inevitable musical de Broadway que ya llegará de El gran Gatsby) y esa puesta al día flemática de Hank Williams que es "Why I Love Country Music". Lo que aquí vale es el histórico concierto en Glastonbury 1986, donde hay rarezas como "Old Hats", sorpresas como el "Mistery Train" de Elvis, anticipos de lo que vendrá como "Mr. Malcontent". Todo en una tarde de verano en la que –según Cole– "nunca sonamos mejor: queríamos ser los Talking Heads y queríamos ser los Rolling Stones y no nos habíamos dado cuenta de que para entonces ya éramos nuestra propia amalgama". Y como prueba incontestable estremecerse con ese instante perfecto en que "Brand New Friend" se funde sin problemas con "You Can't Always Get What You Want". Lloyd Cole & The Commotions duraron apenas un disco más juntos: esa obra maestra sobre el fin de la adolescencia (a los 29 años) que es Mainstream (1987), incluyendo maravillas como "Jennifer She Said" y "From the Hip". Después, Cole decidió seguir por la suya e irse a vivir a New York "no para ser un solista sino para no estar en una banda; ya no quería que mis decisiones privadas impactaran en otras personas".
De eso trata Lloyd Cole: Live at the BBC –de la distancia que va de Lloyd Cole (1990) hasta ese otro milagro que es Love Story (1995)– y de un fascinante malentendido. Porque está claro que los de la discográfica querían una especie de George Michael heterosexual para yuppies y lo que quería Lloyd era ser un nuevo Leonard Cohen perfumado con una pizca de Lou Reed (de ahí los nobles covers de "New Age", "A Gift" y "Rock and Roll" saliendo de "Perfect Skin"). Esta primera etapa solista de Cole aparece más que bien representada en un concierto de 1995 registrado en el Hammersmith Odeon, de regreso en casa, y orgulloso de sus nuevas canciones como "Sentimental Fool" y "Like Lovers Do", "Happy There", "I Didn't Know That You Cared" y "Be There", que lo devuelven al sonido romántico de Rattlesnakes pero con unos cuantos miles de kilómetros más en el cada vez más curtido motor del corazón, esa sucursal del cerebro que suena igual que un reloj o que una bomba de tiempo.
Otros dos
Y está claro que lo que me pasó y me sigue pasando con Lloyd Cole cada vez me pasa menos. Los años, la impaciencia, la mayor exigencia con los demás que no siempre es la mayor exigencia con uno mismo. Pero aun así, de tanto en tanto... Lo que me sucedió con Lloyd Cole me pasó también con el primer disco de Richard Hawley (Richard Hawley, 2000) y el primero de Micah P. Hinson (Micah P. Hinson and The Gospel of Progress, 2004). La certeza absoluta de que uno y otro habían llegado a la casa de mis tímpanos para quedarse a vivir.
Hawley –merecidamente considerado el Sinatra de Sheffield– acaba de sacar un nuevo puñado de canciones atemporales en su opus 5, Lady's Bridge, y Hinson despacha Micah P. Hinson Presents A Dream of Her:, un capítulo cuatro con forma de mini-álbum de apenas tres canciones que llenan mucho más que un larga duración de muchos. Y la inclusión de ellos en esta página –de quienes ya se habló en extenso en otras ocasiones– no me parece caprichosa. La voz almibarada y orbisoniana de Hawley en "Roll River Roll", el tono de predicador sureño y prematuramente anciano de Hinson en "A Dream of Her" pegan muy bien con la suavidad dandy de la garganta de Cole. Los tres son –cada uno a su manera– dedicados crooners. Disciplinados baladistas celestiales con vistas preferenciales al infierno de los sentimientos desatados. Y si to croon equivale a "cantar bajito", estos tres nunca alzan la voz pero truenan sin pausa con su relampagueante sabiduría.
Por eso, cada vez que pueda, volveré a escribir sobre él y voy a seguir escribiendo sobre ellos.
Y lo de antes, lo del principio: música de fondo, música profunda, música con sedimento, música para ahogarse en ella sabiendo que, al final, te van a tirar la soga de un verso. Y así, el privilegio de que la vida siga orbitando alrededor de algunas pocas letras y músicas de otros que se sienten como propias y que –agarrado a ellas para siempre– uno ya no las va a soltar nunca. Esas que –cuando se escuchan al pasar o en perfecta quietud– nos hacen decirnos: "Están tocando nuestras canciones".
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