viernes, 14 de marzo de 2008
Marta Ferrusola: Un andalús que té el nom en castellà, sí, molt. I, a més a més, penso que el President de la Generalitat ha de parlar bé el català.
(Esto le dice (página 4) la esposa de Jordi Pujol, ex President de la Generalitat, al fundador de Radio Tele-Taxi, cordobés para más señas, como Montilla, y afincado en Cataluña desde hace más de treinta años, como Montilla)
Sí, es lo mismo
Ignoro hasta qué punto los lemas electorales de cada uno de los partidos influyen a la hora de votar en la decisión de los ciudadanos. Supongo que no mucho, ni para bien ni para mal lo cual es en general una suerte, porque no suelen alcanzar cotas demasiado altas como aforismos políticos. Pero a veces, pasados los comicios y con cierta perspectiva, merece la pena volver sobre ellos y aplicarles una mirada casi psicoanalítica, porque revelan a menudo con innegable claridad lo que pasa por el inconsciente colectivo de las distintas formaciones, más allá de lo que explícitamente se sugiere en cada fórmula.
Por ejemplo, el lema del PNV ('Yo vivo en Euskadi; y tú ¿dónde vives?') habría dado mucho juego al doctor Freud, de haberlo escuchado en su diván vienés. Porque descubre paladinamente la persistencia del viejo prejuicio sabiniano del 'de fuera vendrán y de casa te echarán'. Una mentalidad de propietario acosado que no logra comprender que nadie tiene el monopolio de la 'verdadera' ciudadanía en comunidades que ya no se legitiman por la mera pertenencia sino por la participación democrática. Es cierto que el PNV ha sufrido un revolcón electoral, pero ello se debe precisamente a su éxito social y no a la frustración de sus demandas. Si sus actuales dirigentes fuesen lúcidos al respecto -como lo era Josu Jon Imaz- deberían comprender que ya han conseguido a lo largo de las últimas décadas todo lo que buenamente pueden esperar dentro de un Estado pluralista. Desbordar ahora sus demandas hacia perspectivas próximas al radicalismo (como pretende el llamado plan Ibarretxe y amenaza la consulta aún pendiente en la que ya casi nadie cree) no puede aumentar ni consolidar su hegemonía, sino comprometerla y empujar hacia un conflicto civil irresoluble. Supongo que tal es el sentido del serio aviso que han recibido de los ciudadanos. A partir de ahora, sería cuerdo que aprendiesen a distinguir entre sus proyectos políticos (lícitos mientras se atengan al orden constitucional pero discutibles y no siempre compartidos por la mayoría) y unos derechos irrenunciables sin cuyo reconocimiento no podría haber 'normalización' democrática en este país.
El otro lema digno de ser psicoanalizado es el del PSE: 'No es lo mismo'. Evidentemente, se refieren sin nombrarlo al PP para distanciarse de él ante los votantes del terruño: por muy constitucionalistas que nos consideréis, aunque no seamos nacionalistas (sólo vasquistas, que es algo así como el nacionalismo del tímido), que no nos vayan a confundir con esos españolistas retrógrados. Por supuesto, el PSE y el PP no son lo mismo en gran parte de sus propuestas, ni tienen por qué serlo. Se trata de formaciones diferentes y, aunque los conceptos de izquierda y derecha estén bastante devaluados, todavía sirven taxonómicamente para algo. Pero lo malo del lema es que parece referirse al PP como si fuera un enemigo semejante al que representa ANV o la propia ETA: no somos semejantes ni a unos ni a otros aunque hagamos más esfuerzos por entendernos con unos que con otros. Los bochornosos sucesos ocurridos en Arrasate cuando llegaron al velatorio de Isaías Carrasco Rajoy y María San Gil apuntan en esa dirección. Parece mentira que socialistas que padecieron algo semejante en el velatorio de Fernando Buesa por parte de los nacionalistas hayan podido cometer semejante indignidad. Que en el entierro de un asesinado por ETA (lo fue cobardemente, pero no insistamos ridículamente en ello: si le hubieran matado 'heroicamente', el crimen habría sido lo mismo de execrable) se reciba mejor a la gente de Ezker Batua, cómplices políticos en el Ayuntamiento de ANV y contrarios a 'ilegalizar las ideas' de aquéllos cuya idea es matar a los adversarios, que a gente como María San Gil, demuestra una pérdida de sentido moral notable por parte de los muy votados socialistas. Se resentían de antiguas ofensas, pero no fueron tan quisquillosos cuando se reunieron con Otegi y compañía, que también les habían dedicado numerosos calificativos poco halagadores en el pasado.
No tengo inconveniente en reconocer que, incluso algunos de quienes tienen tan poca simpatía como yo por la actual directiva del PSE (menos lo creo imposible), hemos celebrado los resultados electorales que certifican el declive nacionalista. Ahora sería excelente un punto de acuerdo entre socialistas y populares en lo tocante a la recuperación de las atribuciones del Estado de Derecho español en el País Vasco. Porque, por mucho que les moleste reconocerlo, para ETA -que es la que más cuenta en este caso- los socialistas y los populares (o cualquier otro de los que no apoyan su pretensiones) sí son lo mismo. El asesinato alevoso de Isaías Carrasco lo demuestra sin lugar a dudas. ETA asesina al trabajador humilde y al empresario, al socialista y al popular, al inmigrante y al guardia civil: y su brazo político guarda la misma neutralidad ante todos estos crímenes, fruto del conflicto político. Por lo cual, quien tenga un mínimo de decencia o al menos de cordura política debe considerarse 'lo mismo' a este respecto que el resto de los amenazados y no gritar '¿asesinos!' más que a quienes lo son. Que por cierto y por desgracia no faltan precisamente entre nosotros, los vascos.
jueves, 13 de marzo de 2008
Carta a Patxi López
Querido Patxi: Debo confesarte paladinamente que no esperaba yo a estas alturas ninguna propuesta ilusionante por tu parte, pero tu ‘performance’ en la capilla ardiente donde se velaban los restos aún tibios de Isaías Carrasco ha conseguido superar todas mis expectativas.
No necesitaré hacer muchos esfuerzos para que creas en el dolorido estupor en que me sumió el asesinato de Isaías. Es siempre lo mismo. La materialización del crimen es siempre brutal y sus efectos nos pillan siempre de nuevas, por mucho que fueran previsibles. Así me sorprendió: junto al rechazo de su bárbaro asesinato, un sentimiento de piedad por él en sus últimos momentos, por su familia, por sus compañeros de partido. Y por todos nosotros. Antes, bastante antes de que tú desempeñaras cualquier responsabilidad en el partido de los socialistas vascos, yo ya había llegado a hacer mía una máxima que aún mantengo: todas las víctimas son nuestras y todos los verdugos son ajenos. Algunos siglos antes había llegado a la misma conclusión el poeta John Donne:
"La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque formo parte de la humanidad. Por eso, no preguntes nunca por quién doblan las campanas. Doblan por ti."
Por eso me resulta inasumible que tu hostilidad expulsara del duelo al jefe de la oposición.He leído atentamente tu blog para conocer tu versión de los hechos. Acepto el meollo del asunto, según tus propias palabras
-Cuando entró y me dio el pésame, le dije textualmente: “Acepto el pésame, pero espero que nadie más de tu partido diga de ni un solo socialista que agredimos o traicionamos a las víctimas o que cedemos ante el terrorismo.”
Detengámonos un momento en el texto. Luego iremos al contexto. No entiendo por qué niegas a los militantes del PP lo que no te queda más remedio que aceptar de víctimas del terrorismo muy concretas: Mapi de las Heras, viuda de tu compañero Fernando Múgica Herzog, asesinado por ETA el 6 de febrero de 1996 y Pilar Ruiz Albisu, madre de tu compañero de partido Joxeba Pagazaurtundua Ruiz, asesinado mientras desayunaba en el bar Daytona de Hernani, el 8 de febrero de 2003.
Recordarás que el 6 de julio de 2006 te reuniste con Arnaldo Otegi, Joseba Permach y Olatz Dañobeitia en un hotel de San Sebastián. Lo habías anunciado con nocturnidad unos días antes, justo después de que Rajoy renunciara a hacer eso que siempre le reprocháis: el uso político del terrorismo en el debate sobre el estado de la Nación. El jefe de la oposición dedicó un minuto a habla del tema y cuando ya no tenía posibilidad de volver al uso de la palabra, tú anunciaste en Radio Euskadi que te ibas a reunir con Batasuna. Para no hacer interminable este post no copio la media docena larga de veces que tú habías dicho que no te reunirías jamás con Batasuna si antes no se legalizaban, pero las tengo a tu disposición por si te flaquea la memoria.
Pues bien, aquel día, Mapi de las Heras dijo:
«Siento indignación absoluta, total. Patxi López nos ha vendido y nos ha traicionado».
Todos recordamos las imágenes de Pilar Ruiz desolada, la misma Pilar Ruiz que en febrero de 2005 te había escrito:
“Harás y dirás más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son.”
Verás. Tu esperpéntica actuación del viernes no es sólo una agresión a un político del bando democrático. Es una falta de respeto con el cadáver de tu compañero. ¿Recuerdas cómo increparon al presidente del Gobierno algunos asistentes a los funerales por los guardias civiles Raúl Centeno y Fernando Trapero en la Academia de Valdemoro? Fue una falta de respeto, no ya hacia el presidente, que también, sino hacia aquellos dos jóvenes guardias asesinados en Capbretón. Imagínate ahora que la ofensa no viniera de unos individuos confundidos en una masa humana, sino de algún dirigente político de la oposición. Un remero de este blog, Winstanley, resumía ayer muy acertadamente su perplejidad, que también es la mía:
“La ironía no captada por el propio Patxi López consiste en haber utilizado un acto terrorista -la muerte de un ciudadano afiliado al Psoe- para acusar al rival político ahí presente de utilizar el terrorismo con fines políticos.”
Pasemos brevemente al contexto. En este blog, hemos podido conocer de tres fuentes distintas de la oposición los siguientes hechos, no aclarados en tu blog y sobre los que quisiéramos tu versión para poder contrastar:
Que en conversación telefónica con Leopoldo Barreda, sobre las 10:30 de la noche del viernes, y ante el interés de éste por visitar la capilla ardiente, Rodolfo Ares dijo que la familia no quería ver a nadie.
Que unos minutos más tarde, volvió a llamar Ares a Barreda para decirle que había hablado con la familia y que ésta accedía a que hicieran la visita al día siguiente.
Que los dirigentes del PP, que estaban esperando en un hotel de Bergara, se disponían a marcharse cuando les llamó su compañero Carmelo Barrio sobre las 11 para decirles que se había encontrado contigo en el Ayuntamiento de Mondragón y que tú habías dicho que podían ir.
Que los del PP decidieron que fueran a la capilla ardiente sólo Mariano Rajoy y María San Gil y que cuando estaban subiendo las escaleras fueron increpados por Miguel Buen Lacambra.
Que una vez en el salón donde se velaba el cadáver del infortunado Isaías, cuando el presidente del PP te dio el pésame, tú (seguramente mirándole a los ojos) le afeaste las opiniones que sobre vuestra actuación comparte con Pilar y Mapi, y que lo hiciste en un tono de voz alto, para que te oyeran (y te aplaudieran) todos los militantes socialistas presentes en el salón municipal.
Que Rajoy permaneció en silencio y San Gil te dijo que eras injusto.
Que después tú te marchaste y cuando Rajoy intentó acercarse al féretro para guardar el preceptivo recogimiento ante el cadáver de la víctima o rezar, si es que es creyente, se le acercó el portavoz del grupo municipal socialista en Mondragón para decirle: “No te acerques al féretro”.
Que entonces Rajoy se marchó y que inmediatamente detrás de él salió vuestra jefa de Prensa, Alma. (Éste es el único punto en el que no he encontrado unanimidad en las fuentes. Una de ellas dijo que el portavoz del incidente fue el jefe de Prensa de Pepe Blanco).
Que leyó a los periodistas tus declaraciones, consultando un papel en el que las llevaba escritas.
Fijémonos ahora en vuestro relato. ¿Es posible que la familia dijera no querer ver al PP, para, acto seguido, aceptar que vayan, sólo con el fin de que "no hubiera interpretaciones perversas" y poner la condición de que no se acercaran al féretro ni se dirigieran a ellos? Si pusieron tal condición, ¿no habría sido más lógico que advirtieseis al PP de cómo estaba el tema? ¿Qué tiene que ver con todo esto ni con la familia vuestra decisión de darle publicidad a la humillación públca del jefe de la oposición?
No me preguntes a quién quiero creer, si a un mentiroso pepero o a un veraz socialista. Prefiero creer a quien diga la verdad y esta versión me parece consistente. Preferiría que fueran una serie de malentendidos y que fue un calentón tuyo y que ningún periodista pudo ver a tu jefa de prensa en tal actividad, porque tratándose de un arrebato, cómo iba a darlo a conocer, para explicar tan mal ambiente junto al féretro de la última víctima mortal del terrorismo.
No es la primera vez que pasa algo de esto, pero sí es nuevo que le deis publicidad. ¿Recuerdas que Arzalluz calificó a Fernando Buesa como "parte del paisaje" después de que fuera asesinado? Él fue a la capilla ardiente de Fernando. Pasó sin decir una palabra frente a la familia y a los dirigentes socialistas presentes en el velatorio, estuvo unos momentos frente al féretro y volvió a pasar sin dirigiros una mirada. Cuando estaba a punto de salir, José Antonio Rubalkaba le dijo: "ven a saludar a Jon Buesa" y volvió a pasar dos veces ante vosotros para dar un abrazo al único Buesa nacionalista. Nadie le dijo nada. Nadie corrió a contar nada a la prensa.
Ten salud, Patxi. No os deseo ni un solo voto menos de los que habríais obtenido antes de que ETA decidiera intervenir en esta campaña con el asesinato de Isaías. A él sólo cabe desearle que la tierra le sea leve y que su nombre no se borre jamás de nuestra memoria. Amén.
miércoles, 12 de marzo de 2008
Muere el último superviviente francés de la Gran Guerra
PARÍS.- Lazare Ponticelli, el último superviviente francés de la Primer Guerra Mundial (1914-1918), ha fallecido a los 110 años, según ha anunciado la presidencia francesa.
En su honor se celebrará un funeral de Estado, según una decisión adoptada en 2005 por el Gobierno francés, en honor a los que se conocen como 'poilu', los soldados que lucharon en la Gran Guerra.
"Expreso hoy la profunda e infinita tristeza de toda la Nación por la muerte de Lazare Ponticelli, el último superviviente de los combatientes franceses de la Primera Guerra Mundial ", declaró el presidente Nicolás Sarkozy en un comunicado.
"Recuerdo al niño italiano que vino a París para ganarse el pan y que escogió ser francés, una primera vez en agosto de 1914, cuando, engañando en su edad, se alistó a los 16 años en la Legión Extranjera para defender su patria adoptiva. La segunda, en 1921, cuando decidió establecerse allí definitivamente ", añadió Sarkozy.
Lazare Ponticelli, que vivía cerca de París, no aceptó al principio la idea de tener un funeral de Estado tal y como le proponía el Gobierno, pero finalmente decidió aceptar, "en nombre de todos los que murieron, hombres y mujeres".
Ponticelli se conviritó el pasado mes de enero en el último soldado galo que luchó en la Primera Guerra Mundial tras el fallecimiento del que hasta ese momento ostentaba el cargo, Louis de Cazenave, de la misma edad.
Poco amigo de los homenajes, "los primeros que cayeron tienen tanto derecho a honores como yo, que soy el último", dijo en más de una ocasión, no aceptó nunca que le realizaran ninguno.
Nacido el 7 de diciembre de 1897, Ponticelli asistió siempre a todos los 11 de noviembre, día en que se celebra el homenaje a sus compañeros caídos en combate en este día. Para él, es un deber. "Durante la guerra, un camarada me dijo: 'Si muero, pensad en mí' y nunca lo olvidé", afirmó en más de una ocasión.
El chocolate es dulce, las derrotas no
A estas alturas ya todo el mundo sabe en el PP que lo único dulce es la victoria y que lo que les queda por delante es la amargura de quienes no solo han resultado batidos, sino que lo han sido mucho más por sus errores que por los aciertos del contrario.
De hecho, son sobre todo esos errores -los de una oposición permanentemente apocalíptica- los que permiten explicar que pese al fiasco plagado de mentiras de la negociación con ETA, al total desbarajuste de la política autonómica, a la completa parálisis del Gobierno ante la llegada de la crisis económica y a la irresponsable ruptura del consenso histórico sobre el valor de la reconciliación nacional entre españoles, el PSOE haya conseguido llevar a las urnas al mismo número de votantes que en el año 2004.
Contra lo que los más duros pensarán en el PP, lo ajustado del resultado electoral no pone de relieve el acierto de una política anclada en el anuncio de catástrofes increíbles que acababan ocultando los evidentes disparates del Gobierno, sino, precisamente, lo contrario: que si los populares hubieran realizado una oposición sensata, dirigida a criticar los errores reales de Zapatero, que cientos de miles de electores socialistas veían con toda claridad, y no a intentar convencerlos de peligros imaginarios que casi ninguno compartía, es muy probable que el resultado del 9 de marzo hubiera sido muy distinto.
Y es que, a la postre, el PP quedó prendido en una política de oposición que, muy a su pesar, venía a dar verosimilitud, por su tono y sus exageraciones, al gran e inicuo invento de los estrategas de Ferraz: el de que con la vuelta del PP, quienes volvían en realidad eran los franquistas.
Muchas y difíciles cosas le quedan ahora por hacer a la derecha para romper con esa terrible imagen que ha sido, con toda probabilidad, la que les ha llevado a la derrota, al mantener fieles al PSOE a muchos votantes que, en otro contexto, lo hubieran abandonado. Pero la primera de ellas es de libro: recambiar a su grupo dirigente. Pues, aunque en política es posible casi todo, la historia prueba de un modo concluyente la dificultad que existe siempre para que quienes han encarnado un discurso pasen a encarnar otro sustancialmente diferente.
Un segundo por cada impacto
Días intensos y colmados de novedades éstos, sin duda. Pero entre todas ellas hay unos hechos que, como si fueran un hito pétreo, marcarán para muchos vascos estos primeros días de lluvia del invierno: de nuevo el asesinato de un hombre en nuestra tierra, el silencio y las miradas huidizas de sus convecinos, su ausencia muda de las condenas, su estentórea abstención en las urnas. De nuevo, una vez más, comprobamos desalentados que en nuestra sociedad hay un número increíble de ciudadanos (uno solo sería ya un número infinito) que se niega a asumir algo tan sencillo como que «matar a un hombre es sólo eso: matar a un hombre».
Tomo prestada de Günter Grass una metáfora desagradable e hiriente, que él refería al pasado de su patria, y yo aplico al presente de la mía: la sociedad vasca se parece cada vez más a un retrete atascado, se tira de la cadena y flota más mierda todavía. Y lo que ocasiona ese atasco moral y humanitario no es tanto la violencia terrorista como el tapón que forman esos miles y miles de vascos que han decidido dimitir selectivamente y a tiempo parcial de su condición de seres humanos (como la alcaldesa, dejo el bastón mientras esté el cuerpo presente, no sea que la compasión me domine).
Tratar el problema que plantea este sector de la sociedad a la ordenada convivencia es una cuestión política y jurídica, y no cabe sino confiar en que alguna vez acierten nuestros dirigentes con la clave para ello. Pero esta constatación del carácter político del problema no nos dispensa de señalar que también, que sobre todo, que ante todo, los vascos estamos ante un problema moral. El problema del mal.
Nuestro pensamiento occidental siempre ha estado escasamente preparado para afrontar el problema del mal radical, para explicar su existencia y para afrontarlo. Siempre ha preferido banalizarlo, convertirlo en un fenómeno mesurable, analizable, modificable mediante la adecuada ingeniería social. Existen males corregibles, no el mal radical, eso es un invento religioso, decimos. Pero no lo es, hay que afrontar la idea de que en ocasiones aparece ese lugar ciego, vacío, resistente al espíritu, hosco y denso que es el mal. Kant decía que el mal radical es aceptar que se trate a un hombre como un medio, en lugar de como lo que es, un fin en sí mismo. De eso se trata aquí desde hace treinta años, sencillamente de eso.
Los vascos hemos sido, seguimos siendo hoy, unos verdaderos artistas en disimular lo que pasa, en exhibir todas las facetas brillantes y valiosas de nuestra sociedad como oropeles que tapan nuestro cáncer. Todavía ayer, ayer mismo, proclamábamos orgullosos que aquí donde vivimos gozamos de los más altos índices de calidad de vida, que crecemos como nadie, que somos los primeros de la clase europea, que nos salimos. Pero sólo nos engañamos a nosotros mismos. Convivimos con el mal y, de tanto esconderlo, hasta nos olvidamos a ratos de él.
Y qué quiere usted que hagamos?, se preguntará más de uno. Pues no tengo ni idea, o tengo demasiadas ideas, que es lo mismo en el fondo. Pero de una cosa sí estoy seguro: el mal seguirá entre nosotros mientras no lo encaremos, lo llamemos por su nombre y lo asumamos entre todos. Porque el mal no ha llegado por arte de magia, no ha aparecido un día surgido del suelo. Ha venido porque ciertas ideas se han acariciado y mimado, porque ciertas actitudes eran rentables, porque era más cómodo mirar para otro lado, porque también ellos son malos, porque en el fondo eran también de casa, porque quizás se conviertan si les ayudamos, por tantas y tantas dejaciones y complacencias. Cuando asumamos nuestra responsabilidad por lo sucedido, nuestra responsabilidad como sociedad, quizás empecemos a conjurarlo eficazmente. Aunque no se haga ilusiones, lector, para eso falta mucho. El nacionalismo, que al fin y al cabo es quien ha dispuesto de la hegemonía cultural necesaria para esta tarea durante largos años, ha preferido pasar de ese cáliz. Sólo algunos líderes aislados (pienso por ejemplo en Cuerda o Imaz) vieron con claridad el abismo moral sobre el que levantaban castillos de soberanía. No les escucharon. Quizás sea ya tarde para ellos. ¿Sabrán hacerlo otros? Quizás.
Mientras tanto, lector y conciudadano que me aguanta, sólo nos queda constatar que por fin, y aunque sólo fuera durante ocho segundos, los hinchas de San Mamés han recordado la muerte de un hombre a manos de otro. Más o menos un segundo del tiempo de partido por cada instante de los impactos en su vida. Un segundo mesurable y cicatero por cada instante eterno en que una vida se arrancaba. Una escala de intercambio cómoda y barata. A la medida de nuestros valores. Pero menos es nada.
martes, 11 de marzo de 2008
Idea Vilariño
Lo que mejor recuerdo de Montevideo es la mirada de Idea Vilariño. Alrededor de la mesa en la que los comensales hablaban con el fervor rioplatense por discutirlo todo sólo ella permanecía en silencio y observaba, una mujer de setenta y tantos años con la piel lisa y brillante y los rasgos afilados, con unos ojos en los que permanecía intacto el fuego frío de la juventud. Hay personas que nos miran desde una cercanía inmediata; Idea Vilariño miraba como emboscada en el interior de sí misma, y rodeada de gente parecía tan a solas como en esa habitación que es el espacio visible o implícito de casi todos sus poemas: la habitación del insomnio, la de la soledad al mismo tiempo orgullosa y desgarrada, la del amor furioso y sobre todo la de la ausencia y la rememoración pasional y desengañada del amor, la habitación de no esperar nada y sin embargo seguir esperando unos pasos en la escalera y unos golpes en la puerta, debajo de la cual se ha encendido a deshoras la luz del descansillo.
En un viaje anterior a Montevideo yo había descubierto los poemas de Idea Vilariño pero no me había encontrado con ella. Entre la gente cordial y conversadora de esa ciudad ella era una sombra poderosa, como la de Onetti, que aún vivía, omnipresente y a la vez lejano, muy enfermo, en Madrid. Idea Vilariño era el nombre inscrito en la dedicatoria de Los adioses y una leyenda dibujada ambiguamente entre la literatura y el chisme de capital pequeña, densa de vapores intelectuales y sentimentales. Hablaban de ella, pero Idea Vilariño no aparecía. Contaban que tenía la salud frágil y que no era muy frecuente verla en público. En la exposición de homenaje a Onetti su cara seria y su mirada de cuarenta años atrás estaba en los márgenes de algunas fotografías. Fotos de escritores jóvenes, urgidos por una cierta vocación de posteridad, con el cosmopolitismo extremado y un poco melancólico de quien se sabe muy lejos de las capitales veneradas del mundo; fundadores de revistas de vida corta y difusión escasa, muy buscadas al cabo de muchos años por investigadores obstinados; acompañante de algún viajero eminente al que agasajan con temerosa devoción y junto al que posan en las fotos como exponiéndose al resplandor solar de su celebridad. En la foto de la visita de Pablo Neruda a Montevideo Idea Vilariño está entre los literatos jóvenes que lo acompañan: también en otra junto a Juan Ramón Jiménez y a Zenobia Camprubí, los dos afables y viejos, cansados de destierro.
Querida Idea enlutada con verde mirar lento, le escribió Juan Ramón en una carta. En esas fotos antiguas que yo veía antes de conocerla Idea Vilariño tiene, a diferencia de quienes la rodean, una conciencia muy clara de estar posando, una actitud de mirada intensa y presencia ensimismada y letárgica que parece aprendida de Virginia Woolf o Greta Garbo o Juliette Gréco: la musa distinguida y pálida que toma de pronto las riendas de su propia vida imponiendo su presencia en un círculo de hombres, escribiendo poemas que al cabo de muy poco tiempo ya se han despojado de cualquier rastro de retórica y de musicalidad evidente, han adquirido una mezcla de desbordamiento impúdico y rigor expresivo que lo deja a uno sin respiro desde la primera lectura. Volví de mi primer viaje a Montevideo sin haber conocido a Idea Vilariño, pero en el largo vuelo de regreso vine leyendo sus poemas de amor, en el avión casi a oscuras, a la luz de esa pequeña lámpara que sigue encendida para el viajero insomne cuando a su alrededor todo el mundo duerme y por la ventanilla sólo se distingue una noche sin estrellas al fondo de la cual uno sabe no sin aprensión que está la gran negrura oceánica. García Lorca escribió en una carta que quería escribir una poesía "de abrirse las venas": exactamente eso es lo que uno siente leyendo algunos de sus poemas de amor, igual que los mejores de Luis Cernuda o de Pedro Salinas, una celebración simultánea de la ebriedad y de la desgracia, sin complacencia, sin término medio, con una capacidad de iluminación y de estremecimiento que probablemente no puede alcanzarse sin renunciar a la vergüenza, y que tal vez sólo se encuentra en estado puro en algunas formas de canción popular, en el bolero y en el tango.
Ese es el mundo en el que uno queda atrapado como en un cepo al leer los poemas de Idea Vilariño. Su respiración es sincopada, con algo de los heptasílabos de Pedro Salinas, o con las cadencias todavía más quebradas de William Carlos Williams, como un aliento que se ahoga a causa de la excitación y de la impaciencia y de la imposibilidad de decir. No hay paisaje exterior, ni explicaciones, ni adornos, ni nombres, sólo los amantes encerrados en esa habitación que será también la de la soledad y la espera, y la de un dolor demasiado cruel como para que lo designe la blanda palabra añoranza: Por qué / aún / de nuevo / vuelve el viejo dolor / me rompe el pecho / me parte en dos / me cubre de amargura. / Por qué / hoy / todavía. El pudor expresivo multiplica el efecto de la falta de vergüenza: en un poema titulado Seis la mujer cuenta las veces que su amante ha gemido al correrse; en otro se está viendo en un espejo al arrodillarse delante de él.
Guardé y releí durante años aquel libro que había traído de Montevideo, y que tenía algo de revelación clandestina. Hace unos días, inesperadamente, en una librería de Madrid, encontré una edición flamante de la poesía completa de Idea Vilariño, publicada en uno de esos volúmenes hermosos y austeros de Lumen. Y al mismo tiempo y también por sorpresa me llega un libro de homenaje a ella editado por Ana Inés Larre Borges para la Academia Nacional de Letras de Uruguay, lleno de fotos, de cartas, de fragmentos de diarios, de tajantes afirmaciones políticas inmunes al descrédito de la realidad y no mitigadas por el paso del tiempo.
Las fotos, los poemas leídos de nuevo, me han devuelto el recuerdo preciso de la mirada de Idea Vilariño, en un segundo viaje a Montevideo del que ya va haciendo demasiados años. Hay ciudades que se le quedan a uno tan presentes que pierde la conciencia del tiempo que lleva sin volver a ellas. Onetti había muerto y yo hablaba de su literatura en una sala donde estaban mirándome, sentadas en la primera fila, la mujer que había vivido con él más de cuarenta años y la que había escrito para él esos poemas de amor descarado y clarividencia sin consuelo. En uno de ellos cuenta las noches que pasaron juntos: no más de nueve. En otro, escrito en 1958, profetiza lo que ocurrirá en 1994: No te veré morir. El "verde mirar lento" que había visto Juan Ramón Jiménez mantenía su fulgor muchos años después del final de la juventud: la atención afilada en la cara muy seria, la furia nunca apaciguada que traspasa como una herida cada uno de esos poemas.
La venganza de Chikilicuatre
Baila el chiki chiki es una parodia, una construcción humorística concebida para resumir lo más mugriento de la música mal llamada popular y ofrecerlo en directo a los espectadores de un programa de televisión. Resulta inapropiado analizar el producto paródico como una canción sensu stricto; y ridículo arrojarse a lúgubres lamentaciones por el hecho de que esta patochada vaya a representar a España en el Festival de Eurovisión. Tampoco es un producto freaky; le redime su primitivo carácter burlesco. Resulta una falsificación consciente del envilecimiento consentido del pop. Tiene morbo comprobar cómo se trasvasan operaciones musicales entre Televisión Española, autora material del delito de reunir a 10 canciones, a cual más estremecedora, en un programa sabatino para elegir al representante ibérico, y La Sexta, la cadena que ha reciclado el chiki chiki en una gamberrada de ámbito europeo. Pero en términos musicales, el esperpéntico baile de Rodolfo Chikilicuatre está aproximadamente al nivel de las torturantes melopeas que ha llevado España a Eurovisión en los últimos 20 años.
La cuestión es si Eurovisión merece algo más que una bufonada. Nadie, a excepción de los sumos sacerdotes del Festival -en España sobreviven unos cuantos-, respondería que sí. En Eurovisión anidan el mal gusto, la música de metacrilato, el pop-rock de garrafón y baladas que parecen balidos. Esta pesadilla de lentejuelas y presentadoras de sonrisa troquelada no tiene redención posible.
Chikilicuatre es un vengador. Los votantes del aquelarre del sábado -Salvemos Eurovisión se llamaba- quieren ajustar las cuentas con el festival más hortera de la galaxia enviando una impostura, un actor caracterizado de cantante tronado con una guitarra de juguete. El cálculo subconsciente de la hinchada chiki chiki es más o menos como sigue: si con canciones azucaradas, jolgorio flamenco y voces atronadoras no conseguimos ganar, facturemos a Chikilicuatre; así sabrán lo que pensamos de Eurovisión y contribuimos a dinamitar un festival deplorable. A ver si hay suerte.
Dieciséis segundos de decencia
El Athletic constituye una excepción que, a su vez, está compuesta de muchas excepciones. La singularidad, también en el deporte, es atractiva y aporta un valor añadido. Salvo cuando la diferencia se construye a costa de cerrar los ojos y los oídos al crimen y la indignidad.
Algún dispositivo moral falla cuando, en un país donde se mata por motivos políticos desde hace medio siglo, hay que esperar cincuenta años y ochocientos y pico muertos para que en un estadio se intente guardar un minuto de silencio en solidaridad con una víctima de ETA. Para no ser injustos, hay que precisar que gran parte de la sociedad vasca se ha ido sacudiendo la indiferencia, que es la hija bastarda del miedo, ante los crímenes de la organización terrorista. Sin embargo, quedaban (quedan) reductos donde la expresión del rechazo a la violencia política se emboza para tener la fiesta en paz. Como en San Mamés.
Las sucesivas directivas del Athletic han elaborado una amplia teorización sobre la conveniencia de preservar a la masa social del club del convulso entorno político circundante. Parecía que reconocer la pluralidad de credos de los socios y aficionados suponía un menoscabo del respaldo común a los colores rojiblancos. "No hay que mezclar fútbol y política", fue la excusa en 1998 para no condenar en silencio los asesinatos en Sevilla del concejal del PP Alberto Jiménez-Becerril y su esposa. Al presidente que la opuso se le olvidaba que en 1978, antes de un Athletic-Atlético de Madrid, se había hecho con el dirigente de ETA José Miguel Beñarán, Argala, y que en 1984, en un Athletic-Real Sociedad, ambos equipos saltaron al campo portando una ikurriña con crespón negro debido al asesinato del dirigente de HB Santiago Brouard.
Llevar al césped la celebración del Aberri Eguna, el Día de la Patria de los nacionalistas, o la reivindicación de las selecciones nacionales de Euskadi, Cataluña y Galicia no era mezclar fútbol y política. Y tampoco ha importado demasiado que una determinada política, la que representan los sectores del mundo de Batasuna que se juntan en el Fondo Norte y la Tribuna Sur, se haya hecho presente, partido tras partido, con sus gritos, pancartas y banderas. Para no alterar la paz del estadio, se les ha permitido durante años que la fiesta la disfrutaran sólo ellos ante la conformidad, más o menos cabreada, del resto de los socios.
El pasado domingo, dicen que por indicación de la Liga de Fútbol Profesional, la directiva de Fernando García Macua decidió romper el tabú. Por primera vez, se intentó que San Mamés rindiera respeto al último asesinado por ETA, Isaías Carrasco. Sucedió lo que era esperable. El espejismo mantenido contra toda evidencia se desvaneció en San Mamés y en las gradas quedó representada la trágica quiebra de la sociedad vasca: una extensa mayoría cuyas diversas creencias no les impiden solidarizarse con el dolor de una familia, y una minoría, más amplia que lo deseable, que sólo siente el sufrimiento de los suyos y jalea sin embozo a los asesinos.
Al final, apenas hubo silencio y el minuto no duró más allá de dieciséis segundos. Pero nunca la mayoría que calló resultó más digna y la minoría que berreó quedó mejor retratada. Fue un hito en la historia de un club tan preso de la historia como el Athletic, un paso adelante que ya no tiene vuelta atrás. Desde el domingo, San Mamés es menos distinto que antes, pero infinitamente más decente.
El refugio de Dios
Se ha repetido estos días. Con pequeñas variaciones, se dio también hace unos meses, a propósito de "la manifestación de los obispos" o cuando el Papa, en su encíclica Spe salvi, la emprendió contra la democracia por sus vecindades con el nihilismo. La misma reacción: discutir a los que trafican con las almas el derecho a terciar en los asuntos del mundo. La religión sería algo privado, cosa de cada cual, como la digestión. Mejor, como "ser del Barça".
Una comparación con problemas. Salvo para iluminados, como el actual presidente del club, "ser del Barça" no requiere participar de una concepción del mundo. Por el contrario, una religión, mal que bien, supone un sistema conceptual con el que abordar el mundo y situar al ser humano en él. Entre otras cosas, conlleva un conjunto de ideas acerca de cómo una vida debe ser vivida. Con esas herramientas, sus practicantes transitan por sus días y, para que su tránsito sea más fluido, aspiran a modelar el mundo, esto es, la vida de todos. No sólo eso. Por lo general, las religiones tienen pretensiones de validez y universalidad. No hay que dramatizar demasiado: al cabo, conozco a muy pocas personas que sostengan que sus propias creencias son incorrectas, que no tienen razones para defender lo que defienden.
Ahora bien, las religiones también aspiran a la infalibilidad. Y esa es ya otra liga. Sobre todo si cuaja en cosas como "el texto de las Sagradas Escrituras es inalterable, su traducción oficial en otra forma de lenguaje, sin el consentimiento previo de la Iglesia autocéfala de Constantinopla, está prohibida", según reza en la Constitución griega y me entero leyendo un reciente libro de Francisco Laporta.
En realidad, los que lamentan que los obispos se metan en asuntos mundanos, lo que lamentan es que se metan con ellos. Sucede algo parecido con los actores y futbolistas. Cuando opinan igual que nosotros, estamos encantados de su "compromiso". Cuando no, les recordamos lo de "zapatero a tus zapatos". Y eso no procede. Si se está dispuesto a alabar al Papa cuando critica la guerra del Golfo, no es de ley remitirlo al departamento de intimidades cuando arremete contra la democracia.
Quien defiende la teología de la liberación por su "compromiso", tiene que apechugar con las proclamas conservadoras del Vaticano, no menos comprometidas. La acostumbrada trampa de vincular compromiso con tesis progresistas confunde el contenido de las ideas con la disposición a defenderlas. En el mejor de los casos, una confusión conceptual. Otras veces, otra cosa, menos digna. El silencio de los actores "comprometidos" en el festival de San Sebastián sobre lo que pasa en San Sebastián, por ejemplo, es otra cosa.
Pero hay otros dos modos de reexpedir la religión a la intimidad que incluso cuentan con la aquiescencia de religiosos más o menos apocados. Uno consiste en reducir la religión a la sensibilidad moral. Una idea poco clara que, cuando se desbroza, nos deja en las puertas de unas cuantas intuiciones compartidas acerca de lo que está bien y lo queno. Algo la mar de interesante, pero que no cae bajo el negociado de las religiones. Si acaso, bajo el de la biología, según muestran investigaciones que parecen confirmar que los humanos compartimos un conjunto de opiniones morales. Las disposiciones morales, aunque menos divertidas, serían como las sexuales, simple instinto.
Por cierto que, para desconsuelo de filósofos y racionalistas en general, parece que el acuerdo en las prácticas morales no se extiende a los procedimientos que utilizamos para fundamentarlas. Estamos de acuerdo en lo que está bien, pero no en su porqué. En todo caso, no está de más añadir que la religión no parece favorecer el músculo moral. La proporción de criminales con convicciones religiosas se corresponde con la que se da en el conjunto de la población.
El otro modo de remitir la religión a la intimidad apuesta por sustituir la claridad doctrinal de la religión por una vaga "experiencia religiosa" común a todas las religiones. En realidad, los contornos se difuminan tanto, que habría que incluir en el lote desde las ansiedades hipocondríacas de algún personaje de Woody Allen hasta cualquier experiencia psicotrópica medianamente decente. Un mal negocio para quienes gestionan las religiones, sin duda. Pero también un mal negocio intelectual. Siempre es posible, limando aquí y allá, encontrar semejanzas entre las religiones. Prácticamente todas comparten algunas tesis, aunque sólo sean negativas; por ejemplo, que la bondad de una vida no consiste en acumular dinero. Y, por supuesto, siempre cabe atribuirles parejas funciones, empezando por la de dotar de sentido a la vida. Pero eso constituye una magra cosecha, al alcance incluso de los boy scouts.
Las religiones serán insensatas, pero son precisas. Cada una de ellas se perfila según particulares ideas acerca del origen del mal y sobre las terapéuticas para encararlo. Las diferencias no son menudencias. Los cristianos lidian con el pecado, el perdón divino y la reparación; los hinduistas, con la ignorancia y el conocimiento del Brahman; los jainitas, con la dependencia y su liberación; los budistas, con las esencias que perduran y el reconocimiento de la transitoriedad de los estados. Hay que pasar muchas veces la batidora de conceptos si se quiere sostener que todo eso es lo mismo.
Así que nada de circunscribir a quienes mercadean con el más allá a la gestión de la intimidad. Pueden decir lo que quieran. Ahora bien, con todas las consecuencias. Lo que no cabe es que, después de recomendarnos cómo tenemos que vivir, de opinar sobre esto y aquello, cuando se les replica, echen mano del "¡casa!" de los juegos infantiles para sentirse agredidos y reclamar "respeto a sus creencias".
Si juegan, y, por lo que acabo de decir, no pueden dejar de jugar, han de aceptar el reglamento, incluidas las burlas de buen o mal gusto, como todos, sin que importe que sus practicantes sean uno o un millón. No valen los vetos.
Por supuesto, lo primero es impedir las malas maneras, las coacciones de quienes exigen a los otros que compartan la fe propia para conceder su respeto. No es lo común por aquí, en donde a lo más que se llega es al "soborno del cielo", del que Borges dijo liberarse, pero conviene avisar. Pero, sobre todo, hay que recordarles que, aunque ellos cimenten sus puntos de vista sobre "valores religiosos", las únicas razones que pueden hacer circular con los demás han de ser seculares, atendibles por todos. Y en serio, esto es, que si no las encuentran, han de revisar sus juicios, al menos en la arena política, y no invocar un salvoconducto especial para rehuir las demandas de la razón pública. Entonces, sí, a la intimidad, para siempre. Y a no abrir boca.
jueves, 6 de marzo de 2008
¿Qué es lo que yo espero?
Por Elvira Lindo en El País de 6 de marzo de 2008
Los políticos ofrecen la luna en las campañas. Los ciudadanos, poco dados a las fantasías, nos conformamos con menos. Por eso, muchos espectadores que siguieron los debates en televisión desconectaban mentalmente cuando llegaba el momento ridículo de los gráficos o cuando se hacían promesas económicas que se estimaban de difícil cumplimiento. Contaba Felipe González que en la primera legislatura socialista el PSOE prometió un millón de puestos de trabajo. La mala fortuna fue que los sindicatos tomaron nota y la legislatura se les llenó de huelgas y reivindicaciones laborales. En el siguiente mandato, decía Felipe González con sorna, ya fuimos más modestos, por la cuenta que nos traía. Los votantes siempre somos modestos por naturaleza, por eso, cuando los candidatos compiten por ver quién es el que nos promete un futuro económico más boyante, nos encogemos de hombros. En realidad, nos basta con que las personas nos ofrezcan la confianza suficiente como para pensar que nos ayudarán a pasar mejor una crisis y que aumentarán, en la medida de lo posible, el bienestar de los más desfavorecidos.
Hay algo, sin embargo, algo muy concreto que sí que se le puede pedir al partido que resulte vencedor en estas elecciones, algo simple en su formulación pero complejo en la práctica, dada la apabullante maquinaria en la que se han convertido los partidos políticos. Ese algo que se debe exigir es que el nuevo presidente sea el presidente de todos los españoles. Ya, ya sé que esa intención ha sido expresada por los dos candidatos, pero permítanme un cierto nivel de escepticismo. En los últimos años, los políticos se han afanado en exagerar de tal manera las diferencias entre el electorado que ahora aquel que tenga la misión de dirigir este complicado país habrá de ponerse a la tarea de generar confianza, no ya entre los suyos, sino en aquellos que jamás le votarían. Presidente de todos. ¿Cómo se hace eso? Seguramente algo que puede ayudar a recuperar ese respeto perdido a las instituciones será que los partidos políticos acepten que se rebaje su nivel de visibilidad, que dejen a la sociedad civil respirar y crecer durante un tiempo, que prediquen con el ejemplo de un verdadero comportamiento democrático, que no beneficien sólo a sus acérrimos, que escuchen sin desprecio la voz de los críticos, que no intenten meter las narices allí donde no les llaman (por ejemplo, en los medios de comunicación), que tengan la voluntad de generar un ambiente de ciudadanos libres en donde se pueda hablar libremente de política, porque ése es el ejercicio que fortalece el músculo de una sociedad abierta. A ello podemos contribuir los periodistas, los opinadores, a veces tan peligrosamente cercanos a la clase política, exponiendo sin sectarismo nuestra visión de las cosas que pasan. Un presidente para todos, digo. Lo podemos exigir y el ganador tiene el deber de intentarlo.
¿Quién vota, el asno o la persona?
En el año 1776, Benjamin Franklin rebatió los argumentos de quienes defendían la reserva del sufragio a los poseedores de determinada riqueza. Decía Franklin: "Un hombre tiene hoy un asno que vale 50 dólares y eso le da derecho de voto. Sin embargo, el asno muere antes de la siguiente elección, y mientras tanto el hombre ha adquirido más experiencia y su conocimiento de los principios del gobierno y su comprensión de la humanidad son más amplios, por lo que está más capacitado para hacer una selección sensata de representantes. Pero como el asno ha muerto, el hombre no puede votar. Entonces, caballeros, les suplico que me informen: ¿en quién se basaba el derecho al sufragio? ¿En el hombre o en el asno?".
Hoy, el asno de Franklin ha mutado en pasaporte. En las elecciones de este domingo, 9 de marzo, podrán votar (datos del Censo de Residentes Ausentes) 1.198.881 españoles residentes en el extranjero porque nuestra Constitución (art. 68.5) les garantiza este derecho, aunque únicamente en las elecciones al Congreso y en los términos que establezca la Ley Electoral. Pero esta norma ha extendido tal derecho a los comicios al Senado, a los parlamentos autonómicos y a los ayuntamientos.
Pocas voces han cuestionado que todas estas personas, con independencia del tiempo que lleven fuera de España o aunque nunca hayan estado aquí, participen, y no de manera irrelevante, en las elecciones de más de 8.000 municipios, 17 Comunidades Autónomas y las Cortes Generales. No importa que esos electores desconozcan los aciertos o errores de los partidos en la anterior legislatura, que ignoren las propuestas que ofrece cada candidatura, que las decisiones políticas que adopte el nuevo Gobierno apenas les afecten o que las leyes de la próxima legislatura quizá nunca les sean aplicables.
En estas mismas elecciones, sin embargo, no podrán votar 648.735 marroquíes, 603.889 rumanos, 395.808 ecuatorianos, 254.301 colombianos ni 198.638 británicos, por citar las cinco nacionalidades más numerosas en territorio español. Se trata de extranjeros con permiso de residencia, que, procedentes de más de 100 países, suman un total de 3.979.014 (datos a 31 de diciembre del Ministerio de Trabajo).
Así, casi cuatro millones de personas sujetas a la inmensa mayoría de nuestras leyes (penales, tributarias, administrativas, laborales,...) no podrán ejercer el derecho político fundamental que garantiza los demás derechos, y ello con independencia del tiempo que lleven residiendo en España, de su conocimiento de nuestra realidad política y social, de sus contribuciones económicas, laborales y tributarias y, en suma, de "su capacidad para hacer una selección sensata de los representantes".
Ante este panorama es ineludible hacerse dos preguntas. Primero, si todo español, aunque no viva aquí desde hace décadas ni tenga intención de hacerlo, debe participar en todas las elecciones o si debe reservarse el voto a ciertos comicios y a que la ausencia no sea prolongada (no más de cuatro o cinco años). Esto no significa privarles del derecho a voto, sino condicionar su ejercicio al conocimiento de la realidad sociopolítica sobre la que van a pronunciarse y a su condición de afectados por las decisiones que adoptarán los que resulten elegidos. Con estas cautelas, se garantizaría el sufragio de los españoles que están fuera de manera breve (por estudio, trabajo,...) o en cumplimiento de misiones (militares, diplomáticas, comerciales...) ordenadas por órganos del Estado en cuya elección han de poder intervenir. Residir en el propio país para votar armoniza con la democracia y los derechos de las personas según el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (asunto Melnitchenko c. Ucrania, de 19 de octubre de 2004).
En segundo lugar, es necesario cuestionarse si todo extranjero, por el hecho de serlo, debe estar excluido de la elección al parlamento de su comunidad autónoma y de las elecciones a las Cortes. No se olvide que la propia Ley Electoral (art. 162.3) tiene en cuenta a todos los residentes, españoles o no, a la hora de proceder al reparto, en proporción a la población, de 248 de los 350 escaños al Congreso. A los extranjeros residentes se les suma para saber cuántos diputados elegimos pero se les resta a la hora de elegirlos.
Parafraseando a Peter Häberle, si el territorio es la base para la realización de los valores fundamentales de nuestra Constitución (libertad, justicia, igualdad y pluralismo político), estos mismos valores nos interpelan sobre las razones para excluir de la comunidad política a unas personas que aspiran a vivir con arreglo a ellos aquí y ahora. Suprimir esta barrera a la integración significará que todo el mundo es importante.
Pero mientras sea la posesión de un pasaporte lo que da voto y, por tanto, voz a unas personas y silencia a otras, yo también pediré que me informen: ¿en quién se basa el derecho al voto? ¿En la persona o en el asno?
De piñón fijo
Hacer referencia en un debate a un Libro Blanco donde viene todo, es equivalente a reconocer con Don Juan de Mairena que nadie sabe ya lo que se sabe, aunque todos sepamos que de todo hay quien sepa. ZP se refugió el lunes en ese recurso que vuelve inservibles a la vez la ironía y la mayéutica socrática.
En un debate serio todo está dentro y nada hay fuera. Lo que no se debate no existe. Dicho esto, quedó claro que Rajoy se deslegitimó, como mínimo, en dos ocasiones: al repetir, con machaconería de la Cope, que ZP miente siempre. Eso no es verdad. Y al enfatizar demasiado los problemas de la inmigración -muy serios pero inevitables- sin considerar ninguno de sus lados positivos. Lo que ocurre es que Rajoy sabe que la inmigración asusta sobre todo al electorado obrero, que vive la competencia en sus carnes y sabe que votarán a favor de quien tenga, con la inmigración, mano dura.
Es posible que Zapatero estuviera más ágil, aunque no más profundo que de costumbre. ZP es un comunicador superficial que quizá encante a una juventud-SMS, muy poco articulada. Es físicamente muy Mr Bean, con su cara relavada de pepona masculina, ¿es eso lo que gusta a las mujeres?
Rajoy, en cambio, tiene la ventaja de ser feo y parecer realista, cosa que nos gusta a los sexagenarios que estamos, sin embargo, desmovilizados. Ambos dieron la impresión de hallarse incómodos. Cuesta creer que ZP vaya ganando, aunque el lunes estuvo más flexible que Rajoy. Y cuesta creer que Rajoy llegue a superar a ZP por más de un par de puntos. Empate.
España, Israel y los palestinos
Como español, como persona del mundo de la cultura, y como ciudadano atento a las relaciones internacionales -en especial a todo aquello que pueda influir en Oriente Próximo-, sigo siempre con especial atención los procesos electorales españoles. Pero estas elecciones no me parecen una convocatoria más, más bien al contrario, pues recuerdo pocas ocasiones en que dentro y fuera de España se haya tenido la impresión de que estábamos ante unas elecciones tan determinantes para el rumbo del país.
Si en 2004 se trató de una larga y poco vibrante campaña que llamó poco la atención del mundo hasta el 11 de marzo, y fueron aquellos tres días y, sobre todo, el proceso poselectoral los que atrajeron la atención de la comunidad internacional, en este caso se está produciendo una intensa campaña y es frecuente oír hablar en muchas capitales de lo que puede ocurrir en España.
Como buen español tengo buenos amigos tanto en el Partido Socialista como en el Partido Popular, y dos de ellos tienen a mi juicio un especial protagonismo en estas semanas: el primero es, por su presencia, el presidente Rodríguez Zapatero; el segundo es, por su ausencia, Alberto Ruiz-Gallardón. Ambos son no sólo amantes profundos de la música, sino personas sensibles a toda la creatividad humana.
La política exterior del Gobierno español estos últimos años ha sido percibida en el mundo del mismo modo que se percibe a España y a los españoles: como una política de diálogo y de paz, de puente entre distintas sensibilidades. España representa un caso único, un país contemplado con la mayor simpatía por mis compatriotas israelíes y también por mis -desde que me concedieron un pasaporte honorífico- compatriotas palestinos. Al tiempo, es un país que ambos pueblos, israelíes y palestinos, sienten como parte de un pasado compartido.
El Gobierno español ha hecho un gran esfuerzo en Oriente Próximo. No sólo ha lanzado distintas iniciativas para la paz en la región, de naturaleza política, equilibradas y que en algunos casos se han incorporado a las actuales conversaciones de paz; también ha sido un interlocutor constructivo en Líbano y Siria y se ha distinguido como uno de los Gobiernos más solidarios con los palestinos, ayudando a paliar su sufrimiento y, también de este modo, a la paz. La actual situación es difícil y requiere de un esfuerzo sostenido e incrementado, y el papel de España seguirá siendo determinante.
El papel que la Fundación Barenboim-Said ha desempeñado en el impulso del gran proyecto que Edward Said y yo creamos, el West Eastern Divan -la orquesta formada por jóvenes árabes e israelíes-, ha sido extraordinario. Vuelvo la vista atrás y recuerdo aquel día de invierno hace ocho años en que Bernardino León, hoy secretario de Estado, se presentó en Chicago para convencerme de que llevara el proyecto a España. Aquélla fue una "negociación" difícil, tal vez el anuncio de las más difíciles
que el proyecto iba a tener que superar para convertirse en lo que es hoy. La creatividad, capacidad de llegar a acuerdos y contactos en todos los países de Oriente Próximo de la diplomacia española han sido decisivos. El gesto visionario de otorgar pasaportes diplomáticos españoles a todos los miembros de la orquesta fue lo que permitió la realización del concierto histórico en Ramallah en 2005. La visión de futuro de Manuel Chaves, que nos brindó su apoyo desde la Junta de Andalucía, convirtió a esta región en el hogar natural de un proyecto universal. Y no sólo lo hemos hecho con el Divan, también con la Academia de Estudios Orquestales en Sevilla y un proyecto de educación musical en Palestina y en Nazareth.
Fue precisamente a través de Bernardino León que tanto Edward Said como yo comprendimos que España podía tener una visión de la política y en particular de que ésta coincidía plenamente con el proyecto al que Edward y yo hemos dedicado tanto esfuerzo en nuestras vidas: el diálogo y la capacidad de comprender al otro como base de la construcción de las nuevas sociedades de un mundo globalizado. Hay una frase de Richard Rorty que a Bernardino León le gusta repetir siempre, una frase que define el progreso como "un aumento de nuestra capacidad de considerar las diferencias entre las personas como moralmente irrelevantes". Es esa comprensión del progreso la que rechazan los extremismos y terrorismos en el mundo, y todos los que coincidimos en ese planteamiento, en Occidente, en el mundo árabe y en Israel, tenemos que mantener esa visión de progreso, que está muy bien representada en la Alianza de Civilizaciones.
Desde la Fundación Baren-boim-Said -en la que hemos trabajado entre otros con Manuel Chaves, Felipe González, Alberto Ruiz-Gallardón, Bernardino León, Sonsoles Espinosa, Joschka Fischer, Kofi Annan y James Wolfensohn-, hemos cooperado en un esfuerzo que subraye la importancia de la educación y la incorporación al sistema educativo de la música, como hacen los países con mejores resultados en el ámbito de la formación. Las reformas en el sistema educativo exigen tiempo para su consolidación, pero estoy seguro de que en algunos años se podrá constatar una mejor situación en España gracias a esta y otras reformas.
La definición de Rorty a la que me referí anteriormente contiene una idea básica en la construcción de una sociedad, en particular de una sociedad que progresa, y es que nadie debe tratar a los demás como no le gustaría ser tratado: sociedades de integración en el caso europeo, pero también sociedades capaces de superar el conflicto en el caso de Oriente Próximo o sociedades donde se abren paso los derechos humanos y se reduce el sufrimiento en cualquier lugar del mundo.
Antes de adoptar medidas en el ámbito de la emigración hay que preguntarse cómo nos hubiera gustado que nos trataran a los ciudadanos españoles en el mundo.
Como judío, pertenezco a un pueblo que fue expulsado de España y luego supo reconciliarse con esa parte de su historia. Como argentino, recuerdo haber conocido España en los años en que muchos españoles emigraban a Argentina y otros países latinoamericanos y europeos. Como israelí y palestino, tengo la esperanza de que España, que es ella misma entre otras cosas como resultado de siete siglos de convivencia cristiana, judía y musulmana, nos ayudará a romper con el círculo vicioso de violencia al cual asistimos hoy con gran dolor en Gaza. Sepamos ver el futuro desde el presente y desde el pasado.
miércoles, 5 de marzo de 2008
La laicidad explicada a los niños
En 1791, como respuesta a la proclamación por la Convención francesa de los Derechos del Hombre, el Papa Pío VI hizo pública su encíclica Quod aliquantum en la que afirmaba que "no puede imaginarse tontería mayor que tener a todos los hombres por iguales y libres". En 1832, Gregorio XVI reafirmaba esta condena sentenciando en su encíclica Mirari vos que la reivindicación de tal cosa como la "libertad de conciencia" era un error "venenosísimo". En 1864 apareció el Syllabus en el que Pío IX condenaba los principales errores de la modernidad democrática, entre ellos muy especialmente -dale que te pego- la libertad de conciencia. Deseoso de no quedarse atrás en celo inquisitorial, León XIII estableció en su encíclica Libertas de 1888 los males del liberalismo y el socialismo, epígonos indeseables de la nefasta ilustración, señalando que "no es absolutamente lícito invocar, defender, conceder una híbrida libertad de pensamiento, de prensa, de palabra, de enseñanza o de culto, como si fuesen otros tantos derechos que la naturaleza ha concedido al hombre. De hecho, si verdaderamente la naturaleza los hubiera otorgado, sería lícito recusar el dominio de Dios y la libertad humana no podría ser limitada por ley alguna". Y a Pío X le correspondió fulminar la ley francesa de separación entre Iglesia y Estado con su encíclica Vehementer, de 1906, donde puede leerse: "Que sea necesario separar la razón del Estado de la de la Iglesia es una opinión seguramente falsa y más peligrosa que nunca. Porque limita la acción del Estado a la sola felicidad terrena, la cual se coloca como meta principal de la sociedad civil y descuida abiertamente, como cosa extraña al Estado, la meta última de los ciudadanos, que es la beatitud eterna preestablecida para los hombres más allá de los fines de esta breve vida". Hubo que esperar al Concilio Vaticano II y al decreto Dignitatis humanae personae, querido por Pablo VI, para que finalmente se reconociera la libertad de conciencia como una dimensión de la persona contra la cual no valen ni la razón de Estado ni la razón de la Iglesia. "¡Es una auténtica revolución!", exclamó el entonces cardenal Wojtyla.
¿Qué es la laicidad? Es el reconocimiento de la autonomía de lo político y civil respecto a lo religioso, la separación entre la esfera terrenal de aprendizajes, normas y garantías que todos debemos compartir y el ámbito íntimo (aunque públicamente exteriorizable a título particular) de las creencias de cada cual. La liberación es mutua, porque la política se sacude la tentación teocrática pero también las iglesias y los fieles dejan de estar manipulados por gobernantes que tratan de ponerlos a su servicio, cosa que desde Napoleón y su Concordato con la Santa Sede no ha dejado puntualmente de ocurrir, así como cesan de temer persecuciones contra su culto, tristemente conocidas en muchos países totalitarios. Por eso no tienen fundamento los temores de cierto prelado español que hace poco alertaba ante la amenaza en nuestro país de un "Estado ateo". Que pueda darse en algún sitio un Estado ateo sería tan raro como que apareciese un Estado geómetra o melancólico: pero si lo que teme monseñor es que aparezcan gobernantes que se inmiscuyan en cuestiones estrictamente religiosas para prohibirlas u hostigar a los creyentes, hará bien en apoyar con entusiasmo la laicidad de nuestras instituciones, que excluye precisamente tales comportamientos no menos que la sumisión de las leyes a los dictados de la Conferencia Episcopal. No sería el primer creyente y practicante religioso partidario del laicismo, pues abundan hoy como también los hubo ayer: recordemos por ejemplo a Ferdinand Buisson, colaborador de Jules Ferry y promotor de la escuela laica (obtuvo el premio Nobel de la paz en 1927), que fue un ferviente protestante.
En España, algunos tienen inquina al término "laicidad" (o aún peor, "laicismo") y sostienen que nuestro país es constitucionalmente "aconfesional" -eso puede pasar- pero no laico. Como ocurre con otras disputas semánticas (la que ahora rodea al término "nación", por ejemplo) lo importante es lo que cada cual espera obtener mediante un nombre u otro. Según lo interpretan algunos, un Estado no confesional es un Estado que no tiene una única devoción religiosa sino que tiene muchas, todas las que le pidan. Es multiconfesional, partidario de una especie de teocracia politeísta que apoya y favorece las creencias estadísticamente más representadas entre su población o más combativas en la calle. De modo que sostendrá en la escuela pública todo tipo de catecismos y santificará institucionalmente las fiestas de iglesias surtidas. Es una interpretación que resulta por lo menos abusiva, sobre todo en lo que respecta a la enseñanza. Como ha avisado Claudio Magris (en "Laicità e religione", incluido en el volumen colectivo Le ragioni dei laici, ed. Laterza), "en nombre del deseo de los padres de hacer estudiar a sus hijos en la escuela que se reclame de sus principios religiosos, políticos y morales- surgirán escuelas inspiradas por variadas charlatanerías ocultistas que cada vez se difunden más, por sectas caprichosas e ideologías de cualquier tipo. Habrá quizá padres racistas, nazis o estalinistas que pretenderán educar a sus hijos -a nuestras expensas- en el culto de su Moloch o que pedirán que no se sienten junto a extranjeros...". Debe recordarse que la enseñanza no es sólo un asunto que incumba al alumno y su familia, sino que tiene efectos públicos por muy privado que sea el centro en que se imparta. Una cosa es la instrucción religiosa o ideológica que cada cual pueda dar a sus vástagos siempre que no vaya contra leyes y principios constitucionales, otra el contenido del temario escolar que el Estado debe garantizar con su presupuesto que se enseñe a todos los niños y adolescentes. Si en otros campos, como el mencionado de las festividades, hay que manejarse flexiblemente entre lo tradicional, lo cultural y lo legalmente instituido, en el terreno escolar hay que ser preciso estableciendo las demarcaciones y distinguiendo entre los centros escolares (que pueden ser públicos, concertados o privados) y la enseñanza misma ofrecida en cualquiera de ellos, cuyo contenido de interés público debe estar siempre asegurado y garantizado para todos. En esto consiste precisamente la laicidad y no en otra cosa más oscura o temible.
Algunos partidarios a ultranza de la religión como asignatura en la escuela han iniciado una cruzada contra la enseñanza de una moral cívica o formación ciudadana. Al oírles parece que los valores de los padres, cualesquiera que sean, han de resultar sagrados mientras que los de la sociedad democrática no pueden explicarse sin incurrir en una manipulación de las mentes poco menos que totalitaria. Por supuesto, la objeción de que educar para la ciudadanía lleva a un adoctrinamiento neofranquista es tan profunda y digna de estudio como la de quienes aseguran que la educación sexual desemboca en la corrupción de menores. Como además ambas críticas suelen venir de las mismas personas, podemos comprenderlas mejor. En cualquier caso, la actitud laica rechaza cualquier planteamiento incontrovertible de valores políticos o sociales: el ilustrado Condorcet llegó a decir que ni siquiera los derechos humanos pueden enseñarse como si estuviesen escritos en unas tablas descendidas de los cielos. Pero es importante que en la escuela pública no falte la elucidación seguida de debate sobre las normas y objetivos fundamentales que persigue nuestra convivencia democrática, precisamente porque se basan en legitimaciones racionales y deben someterse a consideraciones históricas. Los valores no dejan de serlo y de exigir respeto aunque no aspiren a un carácter absoluto ni se refuercen con castigos o premios sobrenaturales... Y es indispensable hacerlo comprender.
Sin embargo, el laicismo va más allá de proponer una cierta solución a la cuestión de las relaciones entre la Iglesia (o las iglesias) y el Estado. Es una determinada forma de entender la política democrática y también una doctrina de la libertad civil. Consiste en afirmar la condición igual de todos los miembros de la sociedad, definidos exclusivamente por su capacidad similar de participar en la formación y expresión de la voluntad general y cuyas características no políticas (religiosas, étnicas, sexuales, genealógicas, etc...) no deben ser en principio tomadas en consideración por el Estado. De modo que, en puridad, el laicismo va unido a una visión republicana del gobierno: puede haber repúblicas teocráticas, 24 como la iraní, pero no hay monarquías realmente laicas (aunque no todas conviertan al monarca en cabeza de la iglesia nacional, como la inglesa). Y por supuesto la perspectiva laica choca con la concepción nacionalista, porque desde su punto de vista no hay nación de naciones ni Estado de pueblos sino nación de ciudadanos, iguales en derechos y obligaciones fundamentales más allá de cuál sea su lugar de nacimiento o residencia. La justificada oposición a las pretensiones de los nacionalistas que aspiran a disgregar el país o, más frecuentemente, a ocupar dentro de él una posición de privilegio asimétrico se basa -desde el punto de vista laico- no en la amenaza que suponen para la unidad de España como entidad trascendental, sino en que implican la ruptura de la unidad y homogeneidad legal del Estado de Derecho. No es lo mismo ser culturalmente distintos que políticamente desiguales. Pues bien, quizá entre nosotros llevar el laicismo a sus últimas consecuencias tan siquiera teóricas sea asunto difícil: pero no deja de ser chocante que mientras los laicos "monárquicos" aceptan serlo por prudencia conservadora, los nacionalistas que se dicen laicos paradójica (y desde luego injustificadamente) creen representar un ímpetu progresista...
En todo caso, la época no parece favorable a la laicidad. Las novelas de más éxito tratan de evangelios apócrifos, profecías milenaristas, sábanas y sepulcros milagrosos, templarios -¡muchos templarios!- y batallas de ángeles contra demonios. Vaya por Dios, con perdón: qué lata. En cuanto a la (mal) llamada alianza de civilizaciones, en cuanto se reúnen los expertos para planearla resulta que la mayoría son curas de uno u otro modelo. Francamente, si no son los clérigos lo que más me interesa de mi cultura, no alcanzo a ver por qué van a ser lo que me resulte más apasionante de las demás. A no ser, claro, que también seamos "asimétricos" en esta cuestión... Hace un par de años, coincidí en un debate en París con el ex secretario de la ONU Butros Gali. Sostuvo ante mi asombro la gran importancia de la astrología en el Egipto actual, que los europeos no valoramos suficientemente. Respetuosamente, señalé que la astrología es tan pintoresca como falsa en todas partes, igual en El Cairo que en Estocolmo o Caracas. Butros Gali me informó de que precisamente esa opinión constituye un prejuicio eurocéntrico. No pude por menos de compadecer a los africanos que dependen de la astrología mientras otros continentes apuestan por la nanotecnología o la biogenética. Quizá el primer mandamiento de la laicidad consista en romper la idolatría culturalista y fomentar el espíritu crítico respecto a las tradiciones propias y ajenas. Podría formularse con aquellas palabras de Santayana: "No hay tiranía peor que la de una conciencia retrógrada o fanática que oprime a un mundo que no entiende en nombre de otro mundo que es inexistente".
lunes, 3 de marzo de 2008
El 'swing' de los nazis
Y todo son lamentos. Que desaparecen las tiendas de discos, que se desinflan las disqueras, que los medios prefieren lo fashion a lo sólido, que la música ha desaparecido de las televisiones, que el público se ha fragmentado en mil sectas (y, de todos modos, el respetable prefiere ahora lo friki).
Puede que todo sea cierto. Pero derivo cierta esperanza de la creencia de que la creatividad musical se sostiene incluso en los tiempos más duros. Intenten pensar en lo peor: el jazz en la II Guerra Mundial, cuando los nazis controlaban tres cuartas partes de Europa.
El jazz estaba prohibido; provenía de razas inferiores, atraía a compositores e instrumentistas judíos. Era, además, un símbolo de la capacidad pervertidora de Estados Unidos, donde "un lenguaje maduro se convierte en jerga y un vals se vuelve jazz" (Joseph Goebbels). Y aun así, en aquellos años siniestros se hizo jazz, incluso en Alemania: la Wehrmacht quería contentar a sus soldados y si éstos querían música hot, la iban a tener, desde su cadena de emisoras, la Soldatensender. La Lutwaffe se mostraba especialmente exigente: sus cosmopolitas pilotos presumían de escuchar la BBC, incluso durante sus misiones, para estar al tanto de las novedades del swing.
El veto nazi apenas se notó en la ciudad más jazzística del continente. La inmensa colección Jazz in Paris (Universal) tiene un volumen dedicado al Jazz sous l'occupation, con 24 temas extrañamente alegres grabados entre 1940 y 1944. Hábiles músicos disimularon el origen de su repertorio: I got rhythm, de George Gershwin, se transformó mágicamente en Agatha rhythm en la interpretación del armonicista Dany Kane; Sweet Georgia Brown era Douce Georgette, en la versión de Joseph Reinhardt, el hermano de Django. Que luego acortó su nombre a Jo: lo de Joseph sonaba demasiado semita.
Circula una foto de 1942 que ejemplariza la porosidad humana que facilitaba el jazz. Junto a la plaza Pigalle, posa Dietrich Schulz-Kölhn, un fan a pesar de su uniforme de teniente de la Wehrmacht, junto a Django Reinhardt, cuatro músicos negros y un aficionado francés de origen judío: un ario y tres especies diferentes de infrahumanos. Schulz-Kölhn no era nazi pero sí estaba convencido de la superioridad alemana y creía que, tras la victoria, el jazz volvería a ser tolerado. Un buen tipo, aseguran: pasaba cupones de comida al citado judío amante del jazz.
La imagen no tiene suficiente calidad para apreciar los gestos, pero puede que algunos estuvieran tensos. Al año siguiente, Django confirmó el rumor de que los alemanes estaban exterminando gitanos en los campos de concentración y decidió que su reputación como el gran guitarrista de jazz no era suficiente garantía personal. Quiso escapar a la neutral Suiza, le atraparon y tuvo la fortuna de que el oficial alemán encargado de aquella frontera fuera otro admirador de su arte.
Su desesperación era genuina: volvió a intentarlo y esta vez fueron los implacables aduaneros suizos quienes le rechazaron, a pesar de sus súplicas. Se resignó y volvió a París, donde continuó tocando, adoptando la precaución de cambiar de grupo y local con regularidad.
El teniente Schulz-Kölhn también reapareció públicamente en 1945.
Su compañía quedó atrapada por los Aliados en una bolsa junto al río Loira; como tenían prisioneros franceses, se prefirió parlamentar en vez de aplastarla. Schulz-Kölhn, que hablaba francés e inglés, fue delegado para negociar. Cuando llegó a las líneas enemigas, el oficial estadounidense se fijó en su Rolleiflex. Le planteó un trueque: cigarrillos Lucky Strike por su cámara. Schulz-Kölhn propuso otro trato: quería discos americanos, "necesito saber lo que están haciendo ahora mismo Count Basie, Benny Goodman o Lionel Hampton". El yanqui sabía de lo que estaba hablando y pronto llegaron a un acuerdo para la rendición. Suena improbable, pero así lo narraron periódicos y revistas estadounidenses. A estas alturas del partido, todos necesitamos algún que otro cuento de hadas.
I get a kick out of you
Scientists are finding that, after all, love really is down to a chemical addiction between people
Over the course of history it has been artists, poets and playwrights who have made the greatest progress in humanity's understanding of love. Romance has seemed as inexplicable as the beauty of a rainbow. But these days scientists are challenging that notion, and they have rather a lot to say about how and why people love each other.
Is this useful? The scientists think so. For a start, understanding the neurochemical pathways that regulate social attachments may help to deal with defects in people's ability to form relationships. All relationships, whether they are those of parents with their children, spouses with their partners, or workers with their colleagues, rely on an ability to create and maintain social ties. Defects can be disabling, and become apparent as disorders such as autism and schizophrenia — and, indeed, as the serious depression that can result from rejection in love. Research is also shedding light on some of the more extreme forms of sexual behaviour. And, controversially, some utopian fringe groups see such work as the doorway to a future where love is guaranteed because it will be provided chemically, or even genetically engineered from conception.
The scientific tale of love begins innocently enough, with voles. The prairie vole is a sociable creature, one of the only 3% of mammal species that appear to form monogamous relationships. Mating between prairie voles is a tremendous 24-hour effort. After this, they bond for life. They prefer to spend time with each other, groom each other for hours on end and nest together. They avoid meeting other potential mates. The male becomes an aggressive guard of the female. And when their pups are born, they become affectionate and attentive parents. However, another vole, a close relative called the montane vole, has no interest in partnership beyond one-night-stand sex. What is intriguing is that these vast differences in behaviour are the result of a mere handful of genes. The two vole species are more than 99% alike, genetically.
Why do voles fall in love?
The details of what is going on — the vole story, as it were — is a fascinating one. When prairie voles have sex, two hormones called oxytocin and vasopressin are released. If the release of these hormones is blocked, prairie-voles' sex becomes a fleeting affair, like that normally enjoyed by their rakish montane cousins. Conversely, if prairie voles are given an injection of the hormones, but prevented from having sex, they will still form a preference for their chosen partner. In other words, researchers can make prairie voles fall in love — or whatever the vole equivalent of this is — with an injection.
A clue to what is happening — and how these results might bear on the human condition — was found when this magic juice was given to the montane vole: it made no difference. It turns out that the faithful prairie vole has receptors for oxytocin and vasopressin in brain regions associated with reward and reinforcement, whereas the montane vole does not. The question is, do humans (another species in the 3% of allegedly monogamous mammals) have brains similar to prairie voles?
To answer that question you need to dig a little deeper. As Larry Young, a researcher into social attachment at Emory University, in Atlanta, Georgia, explains, the brain has a reward system designed to make voles (and people and other animals) do what they ought to. Without it, they might forget to eat, drink and have sex — with disastrous results. That animals continue to do these things is because they make them feel good. And they feel good because of the release of a chemical called dopamine into the brain. Sure enough, when a female prairie vole mates, there is a 50% increase in the level of dopamine in the reward centre of her brain.
Similarly, when a male rat has sex it feels good to him because of the dopamine. He learns that sex is enjoyable, and seeks out more of it based on how it happened the first time. But, in contrast to the prairie vole, at no time do rats learn to associate sex with a particular female. Rats are not monogamous.
This is where the vasopressin and oxytocin come in. They are involved in parts of the brain that help to pick out the salient features used to identify individuals. If the gene for oxytocin is knocked out of a mouse before birth, that mouse will become a social amnesiac and have no memory of the other mice it meets. The same is true if the vasopressin gene is knocked out.
The salient feature in this case is odour. Rats, mice and voles recognise each other by smell. Christie Fowler and her colleagues at Florida State University have found that exposure to the opposite sex generates new nerve cells in the brains of prairie voles — in particular in areas important to olfactory memory. Could it be that prairie voles form an olfactory “image” of their partners — the rodent equivalent of remembering a personality — and this becomes linked with pleasure?
Dr Young and his colleagues suggest this idea in an article published last month in the Journal of Comparative Neurology. They argue that prairie voles become addicted to each other through a process of sexual imprinting mediated by odour. Furthermore, they suggest that the reward mechanism involved in this addiction has probably evolved in a similar way in other monogamous animals, humans included, to regulate pair-bonding in them as well.
You might as well face it...
Sex stimulates the release of vasopressin and oxytocin in people, as well as voles, though the role of these hormones in the human brain is not yet well understood. But while it is unlikely that people have a mental, smell-based map of their partners in the way that voles do, there are strong hints that the hormone pair have something to reveal about the nature of human love: among those of Man's fellow primates that have been studied, monogamous marmosets have higher levels of vasopressin bound in the reward centres of their brains than do non-monogamous rhesus macaques.
Other approaches are also shedding light on the question. In 2000, Andreas Bartels and Semir Zeki of University College, London, located the areas of the brain activated by romantic love. They took students who said they were madly in love, put them into a brain scanner, and looked at their patterns of brain activity.
The results were surprising. For a start, a relatively small area of the human brain is active in love, compared with that involved in, say, ordinary friendship. “It is fascinating to reflect”, the pair conclude, “that the face that launched a thousand ships should have done so through such a limited expanse of cortex.” The second surprise was that the brain areas active in love are different from the areas activated in other emotional states, such as fear and anger. Parts of the brain that are love-bitten include the one responsible for gut feelings, and the ones which generate the euphoria induced by drugs such as cocaine. So the brains of people deeply in love do not look like those of people experiencing strong emotions, but instead like those of people snorting coke. Love, in other words, uses the neural mechanisms that are activated during the process of addiction. “We are literally addicted to love,” Dr Young observes. Like the prairie voles.
It seems possible, then, that animals which form strong social bonds do so because of the location of their receptors for vasopressin and oxytocin. Evolution acts on the distribution of these receptors to generate social or non-social versions of a vole. The more receptors located in regions associated with reward, the more rewarding social interactions become. Social groups, and society itself, rely ultimately on these receptors. But for evolution to be able to act, there must be individual variation between mice, and between men. And this has interesting implications.
Last year, Steven Phelps, who works at Emory with Dr Young, found great diversity in the distribution of vasopressin receptors between individual prairie voles. He suggests that this variation contributes to individual differences in social behaviour — in other words, some voles will be more faithful than others. Meanwhile, Dr Young says that he and his colleagues have found a lot of variation in the vasopressin-receptor gene in humans. “We may be able to do things like look at their gene sequence, look at their promoter sequence, to genotype people and correlate that with their fidelity,” he muses.
It has already proved possible to tinker with this genetic inheritance, with startling results. Scientists can increase the expression of the relevant receptors in prairie voles, and thus strengthen the animals' ability to attach to partners. And in 1999, Dr Young led a team that took the prairie-vole receptor gene and inserted it into an ordinary (and therefore promiscuous) mouse. The transgenic mouse thus created was much more sociable to its mate.
Love, love me do
Scanning the brains of people in love is also helping to refine science's grasp of love's various forms. Helen Fisher, a researcher at Rutgers University, and the author of a new book on love*, suggests it comes in three flavours: lust, romantic love and long-term attachment. There is some overlap but, in essence, these are separate phenomena, with their own emotional and motivational systems, and accompanying chemicals. These systems have evolved to enable, respectively, mating, pair-bonding and parenting.
Lust, of course, involves a craving for sex. Jim Pfaus, a psychologist at Concordia University, in Montreal, says the aftermath of lustful sex is similar to the state induced by taking opiates. A heady mix of chemical changes occurs, including increases in the levels of serotonin, oxytocin, vasopressin and endogenous opioids (the body's natural equivalent of heroin). “This may serve many functions, to relax the body, induce pleasure and satiety, and perhaps induce bonding to the very features that one has just experienced all this with”, says Dr Pfaus.
Then there is attraction, or the state of being in love (what is sometimes known as romantic or obsessive love). This is a refinement of mere lust that allows people to home in on a particular mate. This state is characterised by feelings of exhilaration, and intrusive, obsessive thoughts about the object of one's affection. Some researchers suggest this mental state might share neurochemical characteristics with the manic phase of manic depression. Dr Fisher's work, however, suggests that the actual behavioural patterns of those in love — such as attempting to evoke reciprocal responses in one's loved one — resemble obsessive compulsive disorder (OCD).
That raises the question of whether it is possible to “treat” this romantic state clinically, as can be done with OCD. The parents of any love-besotted teenager might want to know the answer to that. Dr Fisher suggests it might, indeed, be possible to inhibit feelings of romantic love, but only at its early stages. OCD is characterised by low levels of a chemical called serotonin. Drugs such as Prozac work by keeping serotonin hanging around in the brain for longer than normal, so they might stave off romantic feelings. (This also means that people taking anti-depressants may be jeopardising their ability to fall in love.) But once romantic love begins in earnest, it is one of the strongest drives on Earth. Dr Fisher says it seems to be more powerful than hunger. A little serotonin would be unlikely to stifle it.
Wonderful though it is, romantic love is unstable — not a good basis for child-rearing. But the final stage of love, long-term attachment, allows parents to co-operate in raising children. This state, says Dr Fisher, is characterised by feelings of calm, security, social comfort and emotional union.
Because they are independent, these three systems can work simultaneously — with dangerous results. As Dr Fisher explains, “you can feel deep attachment for a long-term spouse, while you feel romantic love for someone else, while you feel the sex drive in situations unrelated to either partner.” This independence means it is possible to love more than one person at a time, a situation that leads to jealousy, adultery and divorce — though also to the possibilities of promiscuity and polygamy, with the likelihood of extra children, and thus a bigger stake in the genetic future, that those behaviours bring. As Dr Fisher observes, “We were not built to be happy but to reproduce.”
The stages of love vary somewhat between the sexes. Lust, for example, is aroused more easily in men by visual stimuli than is the case for women. This is probably why visual pornography is more popular with men. And although both men and women express romantic love with the same intensity, and are attracted to partners who are dependable, kind, healthy, smart and educated, there are some notable differences in their choices. Men are more attracted to youth and beauty, while women are more attracted to money, education and position. When an older, ugly man is seen walking down the road arm-in-arm with a young and beautiful woman, most people assume the man is rich or powerful.
These foolish things
Of course, love is about more than just genes. Cultural and social factors, and learning, play big roles. Who and how a person has loved in the past are important determinants of his (or her) capacity to fall in love at any given moment in the future. This is because animals — people included — learn from their sexual and social experiences. Arousal comes naturally. But long-term success in mating requires a change from being naive about this state to knowing the precise factors that lead from arousal to the rewards of sex, love and attachment. For some humans, this may involve flowers, chocolate and sweet words. But these things are learnt.
If humans become conditioned by their experiences, this may be the reason why some people tend to date the same “type” of partner over and over again. Researchers think humans develop a “love map” as they grow up—a blueprint that contains the many things that they have learnt are attractive. This inner scorecard is something that people use to rate the suitability of mates. Yet the idea that humans are actually born with a particular type of “soul mate” wired into their desires is wrong. Research on the choices of partner made by identical twins suggests that the development of love maps takes time, and has a strong random component.
Work on rats is leading researchers such as Dr Pfaus to wonder whether the template of features found attractive by an individual is formed during a critical period of sexual-behaviour development. He says that even in animals that are not supposed to pair-bond, such as rats, these features may get fixed with the experience of sexual reward. Rats can be conditioned to prefer particular types of partner — for example by pairing sexual reward with some kind of cue, such as lemon-scented members of the opposite sex. This work may help the understanding of unusual sexual preferences. Human fetishes, for example, develop early, and are almost impossible to change. The fetishist connects objects such as feet, shoes, stuffed toys and even balloons, that have a visual association with childhood sexual experiences, to sexual gratification.
So love, in all its glory, is just, it seems, a chemical state with genetic roots and environmental influences. But all this work leads to other questions. If scientists can make a more sociable mouse, might it be possible to create a more sociable human? And what about a more loving one? A few people even think that “paradise-engineering”, dedicated to abolishing the “biological substrates of human suffering”, is rather a good idea.
As time goes by
Progress in predicting the outcome of relationships, and information about the genetic roots of fidelity, might also make proposing marriage more like a job application — with associated medical, genetic and psychological checks. If it were reliable enough, would insurers cover you for divorce? And as brain scanners become cheaper and more widely available, they might go from being research tools to something that anyone could use to find out how well they were loved. Will the future bring answers to questions such as: Does your partner really love you? Is your husband lusting after the au pair?
And then there are drugs. Despite Dr Fisher's reservations, might they also help people to fall in love, or perhaps fix broken relationships? Probably not. Dr Pfaus says that drugs may enhance portions of the “love experience” but fall short of doing the whole job because of their specificity. And if a couple fall out of love, drugs are unlikely to help either. Dr Fisher does not believe that the brain could overlook distaste for someone — even if a couple in trouble could inject themselves with huge amounts of dopamine.
However, she does think that administering serotonin can help someone get over a bad love affair faster. She also suggests it is possible to trick the brain into feeling romantic love in a long-term relationship by doing novel things with your partner. Any arousing activity drives up the level of dopamine and can therefore trigger feelings of romance as a side effect. This is why holidays can rekindle passion. Romantics, of course, have always known that love is a special sort of chemistry. Scientists are now beginning to show how true this is.
*“Why We Love: The Nature and Chemistry of Romantic Love”, by Helen Fisher. Henry Holt and Company, New York.
sábado, 1 de marzo de 2008
Democracia degenerativa
Lo más asombroso del asunto es que hayan conseguido convencernos a todos de que los debates en televisión son una exigencia democrática, que constituyen un derecho de los ciudadanos llamados a las urnas al que no podemos renunciar. Es difícil de creer que la opinión pública haya llegado a aceptar como verdad inconcusa lo que no es sino una manipulación de sus pasiones, una manipulación que responde sólo al interés de los propios medios en reafirmar su particular poder político.
Veamos: resulta que nuestros políticos llevan cuatro años debatiendo en público, en vivo y en directo, tanto en los foros institucionales pertinentes como directamente ante el público. Y, además, lo han hecho 'en tiempo real', cuando surgían y se agitaban los problemas ante los que tenían que tomar decisiones. Más aún: además de debatir, los políticos 'han hecho cosas' a lo largo de estos cuatro años, han dejado huellas indelebles de su comportamiento y sus valores. Pues nada, resulta que eso no vale nada comparado con el debate final ante las cámaras. Que lo importante en democracia es que un buen día se sienten cara a cara en televisión y expongan su escala de valores y sus proyectos. Si no lo hacen, se hurta a la ciudadanía su derecho a conocerles y compararles, nos dicen. Parece una broma, pero eso nos dicen con toda seriedad.
Desde un punto de vista práctico todos saben y reconocen que los debates electorales televisivos no sirven para nada. Que la percepción de los electores televidentes está tan sesgada por su previa simpatía y partidismo que ven lo que quieren ver, de forma que lo único que se consigue es reforzar su previa decisión. Que el encorsetamiento del debate convierte a los candidatos en grotescos muñecos de guiñol, que se limitan a balbucear como pueden en un tiempo limitado las consignas prediseñadas por sus expertos. Que la imagen que ofrecen es mucho más pobre que la de su real humanidad y profesionalidad. Que, además, el debate de ideas, valores e intereses se transforma por culpa del formato en una discusión sobre personas, y que discutir sobre personas es el nivel más degradado de debate posible (por eso es el más explotado en la programación de éxito). Todos lo saben, sí, pero ¿qué importa eso? Porque en realidad no se trata del debate, no se trata de las buenas prácticas democráticas, de lo que se trata es del poder. Y el poder consiste, al final, en la capacidad para imponer el marco de presentación de la realidad. El poder, en este caso, consiste en presentar la política como un espectáculo. Y es el poder de los medios. No el de los ciudadanos, ni el de los políticos. De lo que hablamos es del poder de los medios.
Obviamente nos dirán que no es así, que el medio es neutral o inocente, que se limita a reflejar como un espejo las imágenes que los políticos libremente emiten. Pero es falso. El medio crea la realidad sólo por presentarla en un determinado formato. La crea al convertir los hechos brutos en una historia, porque la historia posee siempre un sentido que no tenía la realidad misma. En el presente caso, ¿en qué tipo de historia convierten los medios la política? Pues en uno de los que les es más rentable y garantiza el éxito seguro en ventas: la convierten en un partido de fútbol, una competición limitada en el tiempo entre dos personajes que se lo juegan todo al resultado. Es un diseño de probada rentabilidad, de enorme productividad mediática. Hay noticia aprovechable en la preparación, los prolegómenos, el desarrollo, el análisis de moviola, la discusión sobre las reglas, la corrección de las jugadas, la tertulia sobre el vencedor/perdedor. El partido alcanza el nivel óptimo de difusión, consistente en poder convertirse en conversación de café o ascensor. Es como el cerdo, un filón del que se aprovecha todo. Incluso hay revancha, tiempo muerto y posibilidad de remontar el resultado.
Bueno, pero no olvide usted que gracias a este formato la política entra en su casa y en la de todos, se hace accesible al gran público. Gracias al debate usted puede juzgar cómodamente y desde su sillón a los candidatos ¿Cabe mayor democratización de la política? Un bonito cuento que calla algo esencial: que al entrar de esta forma en mi casa, con ese formato, la política entra, sí, pero lo hace deformada, degradada a su expresión más banal. Entra, pero a cambio de convertirse en un partido de fútbol más. Hay una verdad que siempre se quiere olvidar: más información no es más conocimiento; más datos no son más criterio; puede ser al revés.
No se trata de acusar a los medios de manipulación intencionada (no hay un 'gran hermano' oculto). Ellos están sometidos a las constricciones sistémicas derivadas de su propia existencia. Una vez que están ahí no pueden, probablemente, sino responder a la lógica de su audiencia. Hacen lo que saben. Pero la resultante, y esto es lo trascendente para la ciudadanía, es la de dar un paso más en la degeneración de la democracia. La actual se ha definido autorizadamente como una 'democracia de audiencia'. Audiencia en dos sentidos: primero, porque los líderes políticos actúan y gobiernan en una actitud permanente de auscultación de la opinión pública, pendientes en todo momento de su más mínima variación o inflexión. No deciden, sino que responden a la opinión que los medios les presentan, aunque lo cierto es que esta opinión está en gran manera creada por los propios medios, por su misma acción sobre la sociedad. Son unos líderes demediados, condicionados en todo momento por unas encuestas de opinión instantáneas que les sirven como giroscopio para fijar su rumbo y altura. Nos extrañamos de que no existan hoy líderes políticos como los de antaño, con personalidad y peso propios, capaces de hacer políticas impopulares cuando eran necesarias para su proyecto final. Pero ¿es que podrían existir tales líderes en el ambiente que hemos creado?
Pues bien, la práctica de los debates preelectorales lleva al paroxismo este rasgo degenerativo: los políticos en liza se la juegan en dos horas, en función de su actuación ante los medios. Saben que en el fondo no es así, pero deben hacer 'como si fuera así', con lo que el juego acaba por imponer sus reglas. El político asume su papel como simple objeto que se oferta al mercado de la opinión. Y el ciudadano, el suyo de audiencia consumidora: le traemos la política a casa, le convertimos la realidad problemática en espectáculo, juzgue usted sin moverse, en su tranquila intimidad pasiva. No hay coste de participación, no hay esfuerzo de intelección ni de reflexión, todo es tan trivial como lo ve en la pantalla. Hasta un niño podría decidir después de este espectáculo. Pues eso.