miércoles, 12 de marzo de 2008

El chocolate es dulce, las derrotas no

 
Los comentarios de los dirigentes del PP durante la noche electoral tenían ese sabor inconfundible que los profesores de Universidad que han fracasado en una oposición conocen bien. En un primer momento todo son, para el perdedor, abrazos y argumentos de consuelo por parte de amigos y parientes, pero cuando, transcurridas las horas y abandonado el lugar de autos, el vencido llega a casa, se da de bruces con la verdadera realidad: que su adversario ha ganado y él ha sido derrotado.

A estas alturas ya todo el mundo sabe en el PP que lo único dulce es la victoria y que lo que les queda por delante es la amargura de quienes no solo han resultado batidos, sino que lo han sido mucho más por sus errores que por los aciertos del contrario.

De hecho, son sobre todo esos errores -los de una oposición permanentemente apocalíptica- los que permiten explicar que pese al fiasco plagado de mentiras de la negociación con ETA, al total desbarajuste de la política autonómica, a la completa parálisis del Gobierno ante la llegada de la crisis económica y a la irresponsable ruptura del consenso histórico sobre el valor de la reconciliación nacional entre españoles, el PSOE haya conseguido llevar a las urnas al mismo número de votantes que en el año 2004.

Contra lo que los más duros pensarán en el PP, lo ajustado del resultado electoral no pone de relieve el acierto de una política anclada en el anuncio de catástrofes increíbles que acababan ocultando los evidentes disparates del Gobierno, sino, precisamente, lo contrario: que si los populares hubieran realizado una oposición sensata, dirigida a criticar los errores reales de Zapatero, que cientos de miles de electores socialistas veían con toda claridad, y no a intentar convencerlos de peligros imaginarios que casi ninguno compartía, es muy probable que el resultado del 9 de marzo hubiera sido muy distinto.

Y es que, a la postre, el PP quedó prendido en una política de oposición que, muy a su pesar, venía a dar verosimilitud, por su tono y sus exageraciones, al gran e inicuo invento de los estrategas de Ferraz: el de que con la vuelta del PP, quienes volvían en realidad eran los franquistas.

Muchas y difíciles cosas le quedan ahora por hacer a la derecha para romper con esa terrible imagen que ha sido, con toda probabilidad, la que les ha llevado a la derrota, al mantener fieles al PSOE a muchos votantes que, en otro contexto, lo hubieran abandonado. Pero la primera de ellas es de libro: recambiar a su grupo dirigente. Pues, aunque en política es posible casi todo, la historia prueba de un modo concluyente la dificultad que existe siempre para que quienes han encarnado un discurso pasen a encarnar otro sustancialmente diferente.

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