jueves, 6 de marzo de 2008

España, Israel y los palestinos

Daniel Barenboim en El País de 6 de marzo de 2008

Como español, como persona del mundo de la cultura, y como ciudadano atento a las relaciones internacionales -en especial a todo aquello que pueda influir en Oriente Próximo-, sigo siempre con especial atención los procesos electorales españoles. Pero estas elecciones no me parecen una convocatoria más, más bien al contrario, pues recuerdo pocas ocasiones en que dentro y fuera de España se haya tenido la impresión de que estábamos ante unas elecciones tan determinantes para el rumbo del país.

Si en 2004 se trató de una larga y poco vibrante campaña que llamó poco la atención del mundo hasta el 11 de marzo, y fueron aquellos tres días y, sobre todo, el proceso poselectoral los que atrajeron la atención de la comunidad internacional, en este caso se está produciendo una intensa campaña y es frecuente oír hablar en muchas capitales de lo que puede ocurrir en España.

Como buen español tengo buenos amigos tanto en el Partido Socialista como en el Partido Popular, y dos de ellos tienen a mi juicio un especial protagonismo en estas semanas: el primero es, por su presencia, el presidente Rodríguez Zapatero; el segundo es, por su ausencia, Alberto Ruiz-Gallardón. Ambos son no sólo amantes profundos de la música, sino personas sensibles a toda la creatividad humana.

La política exterior del Gobierno español estos últimos años ha sido percibida en el mundo del mismo modo que se percibe a España y a los españoles: como una política de diálogo y de paz, de puente entre distintas sensibilidades. España representa un caso único, un país contemplado con la mayor simpatía por mis compatriotas israelíes y también por mis -desde que me concedieron un pasaporte honorífico- compatriotas palestinos. Al tiempo, es un país que ambos pueblos, israelíes y palestinos, sienten como parte de un pasado compartido.

El Gobierno español ha hecho un gran esfuerzo en Oriente Próximo. No sólo ha lanzado distintas iniciativas para la paz en la región, de naturaleza política, equilibradas y que en algunos casos se han incorporado a las actuales conversaciones de paz; también ha sido un interlocutor constructivo en Líbano y Siria y se ha distinguido como uno de los Gobiernos más solidarios con los palestinos, ayudando a paliar su sufrimiento y, también de este modo, a la paz. La actual situación es difícil y requiere de un esfuerzo sostenido e incrementado, y el papel de España seguirá siendo determinante.

El papel que la Fundación Barenboim-Said ha desempeñado en el impulso del gran proyecto que Edward Said y yo creamos, el West Eastern Divan -la orquesta formada por jóvenes árabes e israelíes-, ha sido extraordinario. Vuelvo la vista atrás y recuerdo aquel día de invierno hace ocho años en que Bernardino León, hoy secretario de Estado, se presentó en Chicago para convencerme de que llevara el proyecto a España. Aquélla fue una "negociación" difícil, tal vez el anuncio de las más difíciles

que el proyecto iba a tener que superar para convertirse en lo que es hoy. La creatividad, capacidad de llegar a acuerdos y contactos en todos los países de Oriente Próximo de la diplomacia española han sido decisivos. El gesto visionario de otorgar pasaportes diplomáticos españoles a todos los miembros de la orquesta fue lo que permitió la realización del concierto histórico en Ramallah en 2005. La visión de futuro de Manuel Chaves, que nos brindó su apoyo desde la Junta de Andalucía, convirtió a esta región en el hogar natural de un proyecto universal. Y no sólo lo hemos hecho con el Divan, también con la Academia de Estudios Orquestales en Sevilla y un proyecto de educación musical en Palestina y en Nazareth.

Fue precisamente a través de Bernardino León que tanto Edward Said como yo comprendimos que España podía tener una visión de la política y en particular de que ésta coincidía plenamente con el proyecto al que Edward y yo hemos dedicado tanto esfuerzo en nuestras vidas: el diálogo y la capacidad de comprender al otro como base de la construcción de las nuevas sociedades de un mundo globalizado. Hay una frase de Richard Rorty que a Bernardino León le gusta repetir siempre, una frase que define el progreso como "un aumento de nuestra capacidad de considerar las diferencias entre las personas como moralmente irrelevantes". Es esa comprensión del progreso la que rechazan los extremismos y terrorismos en el mundo, y todos los que coincidimos en ese planteamiento, en Occidente, en el mundo árabe y en Israel, tenemos que mantener esa visión de progreso, que está muy bien representada en la Alianza de Civilizaciones.

Desde la Fundación Baren-boim-Said -en la que hemos trabajado entre otros con Manuel Chaves, Felipe González, Alberto Ruiz-Gallardón, Bernardino León, Sonsoles Espinosa, Joschka Fischer, Kofi Annan y James Wolfensohn-, hemos cooperado en un esfuerzo que subraye la importancia de la educación y la incorporación al sistema educativo de la música, como hacen los países con mejores resultados en el ámbito de la formación. Las reformas en el sistema educativo exigen tiempo para su consolidación, pero estoy seguro de que en algunos años se podrá constatar una mejor situación en España gracias a esta y otras reformas.

La definición de Rorty a la que me referí anteriormente contiene una idea básica en la construcción de una sociedad, en particular de una sociedad que progresa, y es que nadie debe tratar a los demás como no le gustaría ser tratado: sociedades de integración en el caso europeo, pero también sociedades capaces de superar el conflicto en el caso de Oriente Próximo o sociedades donde se abren paso los derechos humanos y se reduce el sufrimiento en cualquier lugar del mundo.

Antes de adoptar medidas en el ámbito de la emigración hay que preguntarse cómo nos hubiera gustado que nos trataran a los ciudadanos españoles en el mundo.

Como judío, pertenezco a un pueblo que fue expulsado de España y luego supo reconciliarse con esa parte de su historia. Como argentino, recuerdo haber conocido España en los años en que muchos españoles emigraban a Argentina y otros países latinoamericanos y europeos. Como israelí y palestino, tengo la esperanza de que España, que es ella misma entre otras cosas como resultado de siete siglos de convivencia cristiana, judía y musulmana, nos ayudará a romper con el círculo vicioso de violencia al cual asistimos hoy con gran dolor en Gaza. Sepamos ver el futuro desde el presente y desde el pasado.

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